Washington, DC—Los líderes y periodistas extranjeros a menudo bromean diciendo que todo el mundo debería votar en las elecciones estadounidenses dado que el resultado afecta al conjunto del planeta. A pesar de su reciente revés en New Hampshire, está teniendo lugar un intenso escrutinio de Barack Obama alrededor del mundo, de Buenos Aires a Paris. Pero lo que los diversos observadores y políticos opinan sobre él es en verdad lo que opinan acerca de sus propias sociedades.

En Europa, uno percibe una actitud culposa. La izquierda, que suele achacar a los Estados Unidos una política exterior imperial y una discriminación contra los negros y los hispanos, no está saludando el ascenso de Obama como uno esperaría. Ha habido muy pocos artículos ditirámbicos en La Repubblica, en Italia, o en Le Monde, en Francia. Al enviar el mensaje de que está dispuesta a elegir a un afroamericano, una parte de la sociedad estadounidense está exhibiendo una actitud mucho más desprejuiciada de la que comúnmente se le atribuye a ese país. Esta lección resulta particularmente incómoda para la Europa socialista. Contraste usted la actitud de aquellos estadounidenses que están dispuestos a elegir Presidente a Obama con las condiciones que llevaron a las comunidades de origen norafricano a estallidos de violencia en las afueras de Paris recientemente. ¿Y generó alguna vez la Escandinavia algo comparable a Obama entre las minorías a las que el Estado tiende a tratar tan generosamente mientras no hagan demasiado ruido?

La derecha europea exhibe más entusiasmo con respecto a Obama que la izquierda. El politólogo francés Dominique Moisi parece considerar que los demócratas darán a los europeos pro estadounidenses argumentos para promover a los Estados Unidos entre los antiamericanos. “¿Por qué es Obama tan distinto”, se pregunta en un texto distribuido por Project Syndicate, “de los demás candidatos presidenciales. Al fin y al cabo, en cuestiones de política exterior, el próximo Presidente va a tener muy poco margen de maniobra. El (o ella) tendrá que permanecer en Irak, intervenir en el conflicto entre Israel y Palestina al lado de Israel, enfrentarse a una Rusia más dura, tratar con una China cada vez más ambiciosa y abordar el problema del calentamiento global. Si Obama puede cambiar las cosas no será por las decisiones políticas que tome, sino por lo que es. En el momento en el que aparezca en las televisiones del mundo, victorioso y sonriente, la imagen y el poder blando de Estados Unidos experimentarán algo parecido a una revolución copernicana”.

El filósofo francés Guy Sorman señala, en un reciente artículo, que “el corazón de los Estados Unidos sigue siendo conservador” y “se mantendrá dentro del cuadrado mágico trazado por Reagan en 1980: moral, mercado, activismo militar y un Estado pequeño”. Señala que Obama retirará a las tropas de Irak pero reforzará la presencia de los EE.UU. en Afganistán. Otros comentaristas de derechas señalan el hecho de que, a diferencia de Hillary Clinton, el plan de atención de la salud de Obama no impondrá un seguro obligatorio: signo de que su tipo de ingeniería social es más bien “Light”.

En América Latina, la derecha también está aplaudiendo a Obama en cierta forma, por razones distintas. Lo utilizan como un ejemplo de la forma correcta de generar el cambio social aunque discrepen de su tendencia socializante: pacíficamente y a través de las instituciones establecidas. En La Nación de Argentina, Mario Diament señala que los antecedentes de Obama implican que el candidato “no carga con la historia de discriminación racial” que otros líderes negros poseen y aplaude el hecho de que “no es uno de los líderes iracundos de la era de los derechos civiles”. El mensaje implícito dirigido a la izquierda latinoamericana es que los Estados Unidos es una sociedad que se autocorrige, y que, a diferencia de los bolivianos o venezolanos radicales, no cree en reemplazar la discriminación de las minorías con revoluciones comunistas.

Percibiendo que la movilidad racial implícita en la historia personal de Obama es una publicidad demasiado buena para la sociedad estadounidense, la izquierda latinoamericana ha moderado su entusiasmo por el senador estadounidense de raza negra. Un experto observaba en Venezuela que el único gesto significativo hacia América Latina resultante de la política exterior de Obama es “el levantamiento de las restricciones de viajes a Cuba” y “quizás hablar algún día con Hugo Chávez”.

Pocos observadores en el exterior, a la derecha o a la izquierda, parecen creer que Obama significaría un cambio traumático para los Estados Unidos en términos reales. Con respecto a la política interna, ningún europeo o latinoamericano espera algo parecido al “New Deal” de 1932 o la “Gran Sociedad” de 1964; en política exterior, nadie aguarda algo comparable a la “realpolitik” de Nixon y Kissinger de 1968. Eso hace de Obama un fenómeno mayormente psicológico y simbólico. En consecuencia, la manera en que es visto en el extranjero tiene mucho más que ver con la forma en que cada facción se relaciona con las otras a uno y otro lado de la frontera ideológica de cada país que con lo que el senador haría o no haría en realidad.

(c) 2008, The Washington Post Writers Group


Alvaro Vargas Llosa es Asociado Senior en el Independent Institute.