Según el Informe Sobre la Movilidad Urbana dado a conocer recientemente por el Texas Transportation Institute, el congestionamiento de las carreteras provoca actualmente que los trabajadores estadounidenses pasen en promedio una semana de trabajo adicional al año tan sólo sentados en sus automóviles.

En las ciudades grandes y pequeñas y en las intermedias, todos se quejan del tráfico, e medida que los autos obstruyen las atestadas autopistas. Miles de millones de dólares se siguen gastando en subsidios al tránsito, consultores, estudios, carriles especiales, nuevas tecnologías y otras esperadas panaceas, pero el congestionamiento, las demoras y la violencia vehicular persiste.

¿Existe alguna solución? ¿Estamos condenados a desperdiciar una buena parte de nuestras vidas atascados en el tráfico, solo para dirigirnos a nuestros empleos y regresar a casa por la noche?

La mala noticia es que no existe una solución perfecta. Demasiada gente deseando conducir automóviles en las mismas carreteras a las mismas horas del día siempre causará problemas.

Pero tal como importantes expertos del país explican en el libro del Independent Institute “Street Smart: Competition, Entrepreneurship, and the Future of Roads”, hay formas de morigerar estos problemas.

La mayoría de los sistemas carreteros de los Estados Unidos se asemejan a reliquias de la ex Unión Soviética: empresas socialistas dirigidas por planificadores bien intencionados sin consideración alguna por el establecimiento de precios y criterios de inversión que son los que permiten asignar los bienes y servicios en las sociedades libres. Los ciudadanos de Moscú lograron aliviarse de las colas para obtener alimentos mediante la abolición del socialismo. La economía de mercado podría de manera similar liberar a los usuarios de caminos del excesivo congestionamiento.

Si reconocemos al “espacio en los caminos” como un recurso escaso, el cobro de precios de mercado por este recurso, y la utilización de los ingresos para estimular la inversión en nuevas ampliaciones—tales como carriles adicionales o nuevas tecnologías para acelerar el tráfico, los cuellos de botella de las congestiones del pasado podrían ser reducidos.

El establecimiento de un precio por el uso de los caminos no es nada del otro mundo. Gracias a los recientes avances en la tecnología, a los usuarios se les puede cobrar electrónicamente sin que deban detener sus vehículos, y los cobros pueden modificarse según el lugar y la hora conforme cambien las condiciones del tráfico. Esto ha venido haciéndose desde 1995 en un tramo de 16 kilómetros en los carriles rápidos con peaje construidos en el centro de la autopista 91 donde los cobros son establecidos para asegurar el libre flujo a toda hora y varía de $1,20 a la noche a $9,50 en las horas más utilizadas.

Establecer los precios correctos, no obstante, no resulta suficiente. Precisamos emplear a los precios no solo para disminuir la demanda sino para estimular y financiar la inversión que se necesita. Desafortunadamente, algunos funcionarios públicos y activistas medio ambientales apoyan el establecimiento de precios solamente en la medida en que restrinjan la demanda. Les agradan los ingresos, pero desean que el gobierno gasta el dinero en otras cosas, particularmente el transporte público.

Por ejemplo, el alcalde de Londres Ken Livingstone, introdujo una tasa por circular en esa ciudad a efectos de controlar la congestión (“congestion pricing” es como se conoce a este sistema en inglés) en 2003, pero los ingresos sobrantes están siendo gastados en el transporte público. El alcalde de Nueva York Mayor Michael Bloomberg aboga a favor de un esquema similar.

Pero así como las personas sensibles no alientan a los alcohólicos a regentear una licorería, la sed insaciable por dinero que tienen los gobiernos debería limitar su involucramiento con los fondos generados por la utilización de los caminos. Percatándose de esto, el gobierno sueco planea utilizar los ingresos sobrantes del establecimiento de precios a la congestión en las carreteras de Estocolmo para mejoras en las autopistas.

Muchos critican a la imposición de un precio por el uso de los caminos y al financiamiento y administración privada de ellos como algo injusto para los pobres, pero los precios de mercado pueden ayudar a todos. Los carriles rápidos con peaje de la autopista 91 son utilizados y preferidos por todos los grupos de ingresos, dado que permiten tanto al rico como al pobre por igual cumplir con compromisos urgentes, tales como llegar a tiempo al trabajo o recoger a sus hijos de la guardería.

Además, sí se deja operar al mercado, los beneficios atraerán a inversores deseosos de gastar su dinero para expandir el sistema vial, reduciendo de manera permanente el congestionamiento y mejorando las condiciones para todos.

¿Cuánto más debe empeorar el tráfico antes de que abandonemos nuestro estilo soviético de encarar al transporte por carretera y permitamos que los usuarios obtengan los caminos por los que están dispuestos a pagar? ¿Cuándo aplicaremos a las carreteras los principios del sistema de precios y la inversión en los que confiamos para la electricidad, las telecomunicaciones y otras necesidades?

Traducido por Gabriel Gasave


Gabriel Roth es consultor en materia de transporte y privatizaciones e Investigador Asociado en The Independent Institute, donde se encuentra dirtigiendo un libro sobre los roles del sector privado en la provisión de carreteras.