Branch Rickey era un hombre del baseball hasta la médula. Durante más de medio siglo en el juego, llevó a notables jugadores y los campeonatos de la Serie Mundial a tres grandes ciudades, St. Louis, Brooklyn, y Pittsburgh, e incorporó incontables innovaciones al juego de baseball, muchas de las cuales aún perduran.

Sin embargo, la historia de Rickey no es solo un relato sobre baseball. Es una historia de visión, coraje y servicio, una historia que no difiere de la del gran abolicionista William Wilberforce tal como se evidenciará el 30 de marzo, cuando un panel histórico se reúna en el National Civil Rights Museum en Memphis. El distinguido panel, moderado por el profesor de leyes de Harvard Charles Ogletree, concentrará su atención en el baseball y la libertad. El nieto de Rickey, también Branch Rickey, es presidente de la principal liga menor de la nación, la Pacific Coast League. También integrará el panel.

Al día siguiente, la Major League Baseball celebrará en Memphis el primer Juego por los Derechos Civiles entre el equipo campeón del mundo, los St. Louis Cardinals, y los Cleveland Indians. Como lo destaca el comisionado del baseball Allan Selig, “Este juego está ideado para conmemorar el Movimiento por los Derechos Civiles, una de las más críticas e importantes épocas de nuestra historia social. Estoy orgulloso del papel que la Major League Baseball jugó en el Movimiento, comenzando con el ingreso de Jackie Robinson a las grandes ligas”. El juego será televisado por ESPN a partir de las 4:30 CST (Tiempo Central Estándar).

Se escuchará al panel y el juego se llevará a cabo en observancia del 60º aniversario del primer encuentro de Robinson con los Brooklyn Dodgers. Dice Selig, “[Rickey] no solamente fue el más grande ejecutivo deportivo y del baseball del siglo 20, sino que su incorporación de Jackie Robinson a las grandes ligas permanecerá por siempre como el momento más orgulloso del baseball”.

Existen otras convincentes razones que reflejan las semejanzas entre Branch Rickey y William Wilberforce. Entre ellas se encuentra un nuevo documental de televisión y dos películas, una recién filmada y otra que saldrá a la luz más avanzado este año. HBO emitirá un documental de dos horas de duración sobre los Brooklyn Dodgers, presentando a Rickey y Robinson, el 11 de julio. El film ya concluido es Amazing Grace. Tal como millones de espectadores saben, relata la decisión de Wilberforce de abolir la esclavitud en los siglos 18 y 19. La película que aún no se ha estrenado, tentativamente intitulada Mr. Rickey and Mr. Robinson, cuenta con Robert Redford en el papel de Rickey. Será exhibida este otoño y narra la determinación de Rickey de integrar la lija mayor del baseball en el siglo 20. La determinación en común de estos dos hombres poco comunes cambió el curso y la cultura de dos naciones, la Inglaterra de Wilberforce, y los Estados Unidos de Rickey.

Wilberforce luchó para convertir a los derechos naturales en ley. Presentó un proyecto de ley en la Cámara de los Comunes para abolir la esclavitud en 1791. Cada año, a partir de entonces, hizo lo mismo. En 1807, las cosas cambiaron. Su proyecto de ley fue aprobado. Recibió una rápida aprobación real. Así, hace doscientos años este año, Wilberforce finalmente dejó su marca. Después, no se durmió en los laureles. Trabajó no obstante otro cuarto de siglo para asistir a los esclavos a los que ayudó a liberar.

Los esfuerzos de toda una vida de Wilberforce al servicio de los esclavos se arraigaron después de una Epifanía que tuvo en 1785. Esos esfuerzos fueron informados por John Newton, un ex capitán de un navío que transportaba esclavos cuya propia y anterior Epifanía lo había convertido de un corredor de esclavos en un salvador de almas. Newton, en la época en la que habló con Wilberforce, era un ministro anglicano ordenado. Había sido afectado profundamente por los evangelistas cristianos George Whitefield y John Wesley, y por el metodismo. Newton es mejor conocido por su oda, Amazing Grace, la cual, mucho tiempo después de su fallecimiento, se convirtió en un himno, como todos sabemos, para el Movimiento por los Derechos Civiles de los Estados Unidos.

Branch Rickey tuvo su propia Epifanía en 1903 cuando, como un entrenador de 22 años, llevó a su equipo de baseball de la Ohio Wesleyan University a South Bend para jugar contra Notre Dame. Cuando el equipo arribó al viejo Oliver Hotel para registrarse, el gerente del hotel dijo, según el reverendo Bob Olmstead, un ministro metodista en Palo Alto, “Tengo habitaciones para todos ustedes-excepto para él”—y señaló al receptor del equipo, Charley Thomas, que era negro.

“¿Por qué no tiene una habitación para él?”, preguntó Rickey.

“Porque nuestra política es de blancos solamente”

“Rickey respondió, ‘Me gustaría que Charley se quede en mi habitación. ¿Puede colocar un catre?’ Tras largas deliberaciones, el hostelero cedió. Rickey envió a los jugadores a sus habitaciones. Pero cuando llegó a su cuarto Charlie Thomas estaba sentado en una silla sollozando. Rickey relató más tarde, ‘Charlie estaba tirando frenéticamente de sus manos, tirando de sus manos. Me miró y dijo, “Es mi piel. Sí tan solo pudiese arrancarla, me gustaría ser como todos los demás. ¡Es mi piel, es mi piel, Sr. Rickey!”’ Años después esas manos eran las manos sanadoras de un dentista altamente exitoso, el Dr. Charles Thomas. Nunca olvidó a su entrenador y Branch Rickey nunca olvidó esa experiencia”.

Tal como lo hizo el despertar de Wilberforce de 1785, el despertar de Rickey de 1903 lo guió por el resto de su vida. Los males de dos hombres despreciados eran las dos caras de la misma moneda. Wilberforce se opuso a la esclavitud, mientras que Rickey desafió a su amargo residuo, Jim Crow*.

Rickey trabajaría durante décadas, no para hacer leyes, como Wilberforce, sino para cambiar a su juego y, al hacerlo, elevar las mentes y ablandar los corazones de toda una cultura. La meta de Rickey estaba grabada a fuego en su alma. Estaba decidido a llevar dignidad e integridad a su juego. Estaba yendo a integrar a la liga mayor del baseball.

En 1944, después de convertirse en presidente de los Dodgers, Rickey le dijo a Red Barber, el locutor radial de los Dodgers, “Durante 41 años, he oído llorar a ese joven [Charles Thomas]. Ahora, voy a hacer algo al respecto. . . . Voy a llevar a un negro a los Brooklyn Dodgers”.

Rickey planeó meticulosamente su movida. No dejó nada al azar mientras buscaba el momento adecuado y el mejor lugar. Apenas tres años más tarde—44 años después de South Bend—Rickey ignoró la oposición unánime de los otros 15 propietarios de equipos de la liga mayor y contrató a Robinson para jugar la temporada de 1947 en el Ebbets Field. Abraham Lincoln, en una fotografía de Mathew Brady, parecía fijar los ojos sobre ellos por encima del hombro izquierdo de Rickey.

Retrospectivamente, es evidente en la actualidad que Rickey, solitaria, incremental e inexorablemente, concibió y creó con gran destreza una serie de acontecimientos tan complejos como una sinfonía, y dirigió armoniosamente a una basta orquesta de personas, apostadas estratégicamente en más de una docena de ciudades muy disímiles, para dejar su marca. Completó los espacios que estaban en blanco en la Declaración de la Independencia y el Discurso de Gettysburg**, “Todos los hombres son creados iguales”, y les dio resiliencia y resonancia. El de Rickey fue el primer concierto importante de un serie de conciertos que concluirían, finalmente, en un canto fúnebre para Jim Crow.

La sinfonía de baseball de Rickey era intrincada y simple, todo al mismo tiempo. A la vez que resultaba difícil de dirigir, era música para los oídos de los millones de conscriptos negros de Jim Crow. (Para una análisis detallado de la compleja sinfonía de Rickey, véase Robert D. Behn, “Branch Rickey as Public Manager: Fulfilling the Eight Responsibilities of Public Management”, Journal of Public Administration Research and Theory, vol. 7, no. 1, p. 1, enero 1999).

Literalmente, la temeridad y tenacidad de Rickey explícitamente presagiaron el empleo en los Estados Unidos de las teorías de la no-violencia utilizadas tanto por Mahatma Gandhi como por el Dr. Martin Luther King, Jr.

No sorprende entonces que muchos cronistas deportivos contemporáneos llamaran a Rickey el “segundo gran emancipador” (después de Lincoln). Grantland Rice, quizás el más respetado reportero deportivo de su época, declaró sin sonrojarse, “Junto a Abraham Lincoln, el más grande benefactor blanco de los negros ha sido Branch Rickey”.

Nacido en una zona rural de los Estados Unidos, Rickey fue una persona de una inmensa fe. También lo fue Robinson. Su fe compartida, el metodismo, los unía y fortalecía. El fundador de su fe y un abolicionista acérrimo, John Wesley, había mucho antes influenciado similar y significativamente a Wilberforce, Newton, y Whitefield. Tal vez, algún día, alguien más fuertemente en sintonía con los estudios religiosos pueda ser capaz de explicar por qué el metodismo llegó a ejercer tanta autoridad, a ambos lados del Atlánticp, abarcando cuatro siglos. Nadie puede dudar de que lo ha hecho.

Rickey sabía todo esto. Se graduó en la Ohio Wesleyan University, una escuela metodista, en 1904. Era un alumno de calificación “A”, ocasionalmente miembro del cuerpo docente, director atlético y entrenador. Más adelante en su vida, escribió, “Ohio Wesleyan ha sido enormemente responsable por todo lo que resulte bueno en mí, y debe ser reconocida por cualquier cosa buena que he hecho”. Durante toda su vida, procuró inspirar a otros, ser bueno y hacer el bien, siempre. A modo de ejemplo, ayudó a fundar y financiar la Fellowship of Christian Athletes, la mayor organización deportiva interconfesional y con base en las escuelas cristianas de los Estados Unidos hoy día.

De manera manifiesta, la fe de Rickey fue el punto de partida para su búsqueda por transformar al baseball y a los Estados Unidos de América. Le dio la tenacidad y fortaleza necesaria para desestabilizar a Jim Crow. De manera similar, la fe de Wilberforce fue el punto de partida para su búsqueda para transformar a la ley, a Gran Bretaña y a su Commonwealth. Le dio la tenacidad y fortaleza necesaria para abolir la esclavitud.

Al igual que Wilberforce antes que ellos, dos hombres destacables, Branch Rickey, un abogado blanco, y Jackie Robinson, un atleta negro, pacíficamente—pero sin incentivos ni intervención gubernamental—cambiaron al baseball y a la nación, un año antes que el Presidente Harry Truman ordenase a las fuerzas armadas abolir la segregación racial, en 1948; siete años antes que la Corte Suprema de los EE.UU. emitiese su fallo en el caso Brown c. Junta de Educación en 1954; ocho años antes que Rosa Parks se negase a abandonar su asiento en un autobús de Montgomery en 1955; 10 años antes que el Presidente Dwight Eisenhower utilizase a la brigada aérea 101 para permitir a los “Nueve de Little Rock” asistir a la escuela secundaria Central en 1957; 16 años antes que Martin Luther King, Jr. pronunciase su memorable discurso “Tengo un sueño” en el Lincoln Memorial durante su “Marcha sobre Washington por Empleos y Libertad” de 1963; 17 años antes que Congreso y el presidente adoptasen la Ley de Derechos Civiles de 1964; y 18 años antes que el Congreso y el presidente adoptasen la Ley de Derechos Electorales de 1965.

Ira Glasser, ex directora de la ACLU (sigla en inglés para la Unión Americana por las Libertades Civiles) durante un cuarto de siglo, observaba, “Pero antes de que todo eso ocurriera . . . un drama silencioso estaba comenzando en una pequeña oficina en Brooklyn, Nueva York, un drama al que más tarde un observador llamaría ‘quizás la más visible acción individual de supresión del racismo jamás emprendida’”. (“Branch Rickey and Jackie Robinson, Precursors of the Civil Rights Movement,” World and I, marzo de 2003).

Ese drama silencioso podría nunca haber ocurrido sino fuese por la pena compartida que Charles Thomas y Branch Rickey soportaron en South Bend en 1903.

Muchos años después, Thomas decía, “Desde el primer día en que ingresé en la Ohio Wesleyan University, Branch Rickey tuvo un especial interés en mi bienestar. Como el primer jugador negro en alguno de sus equipos, muchos de mis compañeros no me dieron una bienvenida amigable, aunque no había una franca oposición. Pero, siempre sentí que el Sr. Rickey los mantenía a raya. Durante los tres años que estuve en la Ohio Wesleyan, ningún hombre podría haberme tratado mejor. Cuando salíamos de viaje, el Sr. Rickey era el primero en ver si yo era bienvenido en el hotel en el que parábamos. En varias ocasiones, habló con el gerente para que me permitiese ocupar una habitación doble con él y su compañero de cuarto, Barney Russell”

Robinson más tarde imitaba a Thomas, “Cuando oí ese relato, abrigué nuevas esperanzas. Si hace cuarenta y cinco años el Sr. Rickey creía que un hombre merecía un tratamiento justo sin importar su raza o color, no había razón alguna para considerar que cambió. Cuanto más aprendía acerca de Branch Rickey, más complacido estaba de jugar al baseball para él, ser parte de su organización, y deseaba demostrarle que era capaz de manejar cualquier situación en la que me pudiese poner. Nunca había conocido a un hombre como él antes. Al igual que [Clyde] Sukeforth [un scout de los Dodgers], me encontré admirándolo, felíz de estar cerca suyo, y listo para hacer lo que desease que hiciera”. (Jackie Robinson: My Own Story, with Wendell Smith, 1948).

El impacto de Rickey no terminó cuando contrató a Robinson para jugar para los Dodgers en 1947. Emmett Ashford se enteró de la buena nueva mientras escuchaba radio en una base del Ejército segregada en Louisiana. Decidió ser el primer árbitro en las grandes ligas. Dos décadas después, en 1966, un año antes de la muerte de Rickey, Ashford finalmente dirigió su primer partido de la liga mayor. Fue en el capitolio de la nación. El vicepresidente Hubert Humphrey estaba allí. Hasta que se convencieron de que en verdad era un árbitro, los agentes del Servicio Secreto le negaron a Ashford el ingreso al estadio. Pudo llegar hasta el campo de juego apenas momentos antes del primer lanzamiento del encuentro.

A pesar de la resistencia familiar, Ashford había desechado la seguridad por su sueño de ser árbitro. Toda la familia de Ashford se alegró cuando ese sueño se hizo realidad. Rickey seguramente se les hubiera sumado de haber estado vivo.

A Rickey le habría agradado Ashford. Al igual que Robinson, era un californiano del sur, maduro, decidido y bien educado. Ashford había sido elegido presidente de su clase de secundaria y contratado como cajero en el supermercado local. Lustraba zapatos para costearse su educación universitaria. Tanto Rickey como Ashford abandonaron la seguridad por su juego. Ashford dejó un empleo en la oficina de correos, así como Rickey había abandonado anteriormente sus décadas de ejercicio de la abogacía. (Yale Kamisar, “The A Student Who Gave Up the Law for Baseball”, Law Quadrangle Notes, 48, University of Michigan Law School (Summer 1997)).

La historia de Ashford es excitante. Fue un árbitro enérgico y divertido, uno de los pocos que llevaba simpatizantes a los estadios. Llegó al pináculo de su carrera cuando dirigió un Juego de las Estrellas y una Serie Mundial no mucho antes de jubilarse. No había sido fácil. Un tropiezo notable se interpuso en el camino de Ashford mientras todavía estaba en las ligas menores. El gerente de un equipo estaba enojado por un reclamo que Ashford hizo. Su bronca se evidenció al día siguiente durante el intercambio de las tarjetas de alineación antes del juego. Le dijo a Ashford, uno de los tres árbitros del juego, “No es por ti que estoy contrariado, Emmett, es por los otros dos muchachos”.

“El jefe del equipo arbitral, Cesar Carlucci, que trabajó casi 1.000 partidos con Ashford, interrumpió, ‘¿De qué está usted hablando?”’ dijo.

“‘Usted no, los otros dos”, dijo el gerente.

“¿Quién diablos son los otros dos?”

“‘Abe Lincoln, por liberarlos, y Branch Rickey por traerlos al baseball”. (Steve Jacobson, Carrying Jackie’s Torch: The Players Who Integrated Baseball—and America, capítulo 12, “Forever Is Not Too Long To Wait,” 2007; y véase Larry Gerlach, The Men in Blue: Conversations with Umpires, capítulo final, “Emmett Ashford,” 1994).

Tal como comencé, debería concluir, destacando que ésta es una buena oportunidad para reflexionar sobre las similares y cautivadoras historias de dos hombres destacables, Branch Rickey y William Wilberforce. Mientras que podemos reflexionar sobre ambos gracias al panel sobre el baseball y la libertad del profesor Ogletree y el primer Juego por los Derechos Civiles del año de la Major League Baseball, ambos en Memphis el 30 de marzo, el documental de HBO sobre los Brooklyn Dodgers el 11 de julio, y dos nuevas películas, Amazing Grace y Mr. Rickey and Mr. Robinson, debemos reflexionar acerca de los dos porque son héroes y, desafortunadamente, a los héroes ya no se los enseña en muchos colegios y universidades.

Afortunadamente, la gente libre encuentra la manera de educarse, expresarse, sustentar su cultura y preservar a sus héroes, a pesar de la argucia de los programas de estudio. La gente libre halla el modo y los medios para recordar a los héroes—hombres tales como Branch Rickey y William Wilberforce—que validan su fe y con ella, la humildad, la gracia y la gloria.

El clero puede también ayudarnos a recordar a grandes hombres. El Dr. Ralph Sockman, ministro emérito metodista de la Iglesia de Cristo de la Ciudad de Nueva York, así lo hizo durante su elogio de Branch Rickey en 1965. Los héroes no eran ningún problema para el Dr. Sockman. Sabía que su amigo de toda la vida era un héroe y lo decía, “Branch Rickey ha sido llamado la mente maestra del baseball. Su visión lo convirtió en eso. Pero, fue también el corazón maestro del baseball. . . . [El] hizo a la bondad atractiva para los demás”. ¿No es eso cierto respecto de todos los héroes? ¿No es eso lo que tenemos que volver a enseñarle a nuestros hijos?

Nota del Traductor:

*El término Jim Crow surgió en 1830 y se convirtió en un símbolo de la segregación racial aplicada en los estados sureños de los Estados Unidos. La expresión "Leyes de Jim Crow" hacia referencia a todo el aparato legislativo que posibilitaba la segregación racial en los lugares públicos.

**El Discurso de Gettysburg, el más famoso discurso de Abraham Lincoln, fue pronunciado en la Dedicatoria del Cementerio Nacional de los Soldados en la ciudad de Gettysburg, en Pensilvania, Estados Unidos de América, el 19 de noviembre del 1863, cuatro meses y medio después de la Batalla de Gettysburg durante la Guerra Civil estadounidense.

Traducido por Gabriel Gasave