El Presidente Bush anunció recientemente que estaría enviando unos 4.400 soldados estadounidenses adicionales a Irak. Esto se encuentra en la cima del incremento de 21.500 efectivos anunciado en enero, el cual parecería en la actualidad ser apenas un anticipo de una escalada probablemente continua de la guerra en Irak por el resto de esta administración. Parece así que la administración Bush ha adoptado la doctrina Einstein para Irak: seguir haciendo lo mismo pero esperando resultados distintos.

Antes del anuncio del incremento de tropas, la fuerza de Irak era de alrededor 130.000 efectivos estadounidenses. El “aumento adicional” llevará al total por encima de los 150.000 efectivos, que es casi el mismo número de tropas que había en Irak en el otoño de 2005. Paro sí 150.000 soldados estadounidenses no pudieron imponer la seguridad entonces, ¿por qué habría el mismo número ser capaz de hacerlo ahora? La dura realidad es que—desde puramente la perspectiva de una táctica operacional militar—150.000 tropas no son suficientes para siquiera tener una oportunidad de triunfar en ponerle fin a la violencia en Irak. Si la experiencia de los británicos en Irlanda del Norte es una guía, cualquier esperanza realista de restaurar la seguridad y estabilidad exige de al menos unos 20 soldados por cada 1.000 civiles. La población de Irak de alrededor de 25 millones de personas se traduce en una fuerza de 500.000 efectivos. Solamente Bagdad (6 millones de personas) requeriría 120.000 soldados. Más importante aún, la basta mayoría de los efectivos precisará ser tropas de combate. Pero la denominada relación “diente-cola” de las unidades de apoyo de combate en Irak es, en el mejor de los casos, de 1 a 1, lo cual significa que solamente la mitad de las tropas son unidades de combate—o 75.000 de los 150.000 soldados estadounidenses en Irak tras el incremento.

Sin embargo, incluso si más tropas pudiesen ser halladas y vertidas en Irak, una fuerza mayor sería simplemente la confirmación de una ocupación infiel de un país islámico y una guerra contra el Islam, generando mayores incentivos para que más iraquíes se unan a las filas de la insurgencia y más musulmanes alrededor del mundo tomen partido por los radicales. Aún si una victoria pudiese ser alcanzada, sería a lo Pirrio dados los costos y las consecuencias. En el mejor de los casos, sería solamente una victoria táctica a expensas de perder una posición estratégica en la guerra contra el terrorismo (en gran medida similar a la incursión militar de Israel en el Líbano que fue a lo sumo una victoria táctica para los israelíes pero una victoria estratégica para Hezbollah, que ganó apoyo). Así, el imperativo estratégico es abandonar Irak antes que seguir por más tiempo. A pesar de que pueda resultar ilógico, abandonar Irak es en verdad una prerrequisito para la “victoria”.

Desafortunadamente, la propuesta demócrata para la retirada de Irak es todavía un intento fútil para salvar el éxito. A pesar de que la mayor parte de la fuerza actual sería redistribuida (lo que no es necesariamente lo mismo que enviada a casa) para marzo de 2008, un número limitado de efectivos (la verdadera cifra no está definida) permanecería en Irak como fuerza de protección, entrenamiento y equipamiento de las tropas iraquíes, y se concentraría en operaciones de contraterrorismo—sin una fecha de finalización especificada. Esta es tan solo una versión moderada de la política del Presidente Bush de “a medida que los iraquíes se levanten, nosotros nos retiraremos”. Pero sí un gran contingente de fuerzas de los EE.UU. no ha sido capaz de entrenar a los iraquíes, ¿cómo podrá ser exitoso uno significativamente menor?

La dura verdad es que los Estados Unidos no pueden arreglar a Irak. Solamente los iraquíes pueden componer a su propio país. Debemos tener la sabiduría para dejar que lo hagan y respetar sus decisiones de autodeterminación, incluso si no son las decisiones que hubiésemos tomado o deseamos que tomen. Irak no precisa ser una democracia estable (sin importar cuán preferible sea ese resultado)—solamente necesita ser un país con un gobierno (cualquiera sea la forma que asuma) que no cobije a al Qaeda o a cualquier otro grupo terrorista que amenaza a los Estados Unidos. Afortunadamente, un sondeo de opinión de septiembre de 2006 demostró que los iraquíes abrumadoramente rechazan a al Qaeda y bin Laden—incluida una mayoría de sunnitas. Esa es una victoria más que suficiente.

Traducido por Gabriel Gasave


Charles V. Peña es ex Investigador Asociado Senior en el Independent Institute así como también Asociado Senior con la Coalition for a Realistic Foreign Policy, Asociado Senior con el Homeland Security Policy Institute de la George Washington University, y consejero del Straus Military Reform Project.