Cada año, uno de los acontecimientos más importantes en la capital de la nación es la divulgación del presupuesto federal. No obstante, los medios de comunicación brindan una insuficiente cobertura debido a que el presupuesto es algo técnico, carente de glamour y exige un arduo trabajo de escudriñar a través de la información a fin de descubrir las verdades claves. Resulta mucho más sexy cubrir sí la estrella de Condi Rice se ha caído como resultado de la Guerra de Irak. Sin embargo, muy poco acontece en los asuntos públicos sin el dinero para ejecutarlos. Y mucho es lo que ha acontecido. La administración Bush ha abierto los grifos del financiamiento—con los incrementos presupuestarios más rápidos de cualquier administración desde la de Lyndon B. Johnson. La administración ha desperdiciado cientos de miles de millones de dólares en todo desde expandir los beneficios en un programa del Medicare insolvente a incrementos masivos en los presupuestos de la defensa y la seguridad nacional. Al igual que LBJ, Bush ha gastado los dólares de los contribuyentes tanto en armas como en manteca simultáneamente.

Desde que asumió el cargo, Bush ha incrementado el gasto interno discrecional a una tasa mayor que cualquier presidente desde LBJ. Ha incrementado también el gasto de defensa en un 50% y duplicado el gasto en seguridad interior. El Wall Street Journal—sorprendentemente militarista y simpatizante de los contratistas del área de defensa, a pesar del drenaje que el gasto de defensa impone sobre la economía civil—se jacta de que el programa de armas y manteca de Bush ha dejado poca inflación y bajas tasas de interés. El periódico sostiene también que el gasto de defensa actualmente es solamente el 4% del PBI de los Estados Unidos, versus el 6–9% durante la Guerra de Vietnam y el aproximadamente 6% durante la acumulación militar de Reagan.

Pero el Journal admite que la razón más importante por la cual el déficit federal creado por el programa de armas y manteca no está provocando inflación y altas tasas de interés es que los países extranjeros están deseando prestarle dinero a los Estados Unidos—para sustituir las tasas de ahorro negativas en los Estados Unidos. Por su puesto, si los inversores y prestamistas externos pierden confianza en la economía estadounidense, esta fuente de fondos podría rápidamente agotarse. Un modo en el que Bush podría reducir la precariedad de la posición del país es reduciendo el gasto en materia de defensa.

Sé que hay guerras en curso—que es la principal justificación para el creciente presupuesto de defensa. Es cierto que durante el mandato de Bush, las guerras en Irak y Afganistán han derrochado unos asombrosos $500 mil millones—todo lo que en realidad incrementa las posibilidades de que el terrorismo anti-estadounidense ocurra nuevamente. Pero los servicios militares, que juegan bien el juego burocrático del presupuesto, han utilizado a los ataques del 11/09 y las guerras en Afganistán e Irak para financiar juguetes de alta tecnología militar que tienen poco que ver con luchar contra el terrorismo o en Irak o Afganistán. Y según los halcones, tales como el Journal, el contribuyente debería estar feliz de que todo este dinero desperdiciado, más algún gasto legitimo en lo que deberían ser esfuerzos relativamente módicos contra los terroristas, іrepresente solamente el 4% del PBI!

Ninguna fuerza armada jamás combatió a otra—incluso a un ejército guerrillero o grupo terrorista—con un porcentaje del PBI. Esta estadística es meramente algún indicio de la tensión que el presupuesto de defensa ejerce sobre la economía. Sin embargo, como se destacó precedentemente, incluso esta cifra históricamente mesurada está contribuyendo a la asombrosa deuda nacional, la cual está apuntalada por los prestamistas extranjeros. Las fuerzas armadas pelean entre sí con armas adquiridas con cantidades absolutas de dólares. A los halcones les agrada hablar de un porcentaje del PBI para hacer que el gasto en defensa estadounidense parezca menor; pero en verdad, es masivo. El pedido de la administración Bush de un presupuesto de defensa para el año fiscal 2008 de $650 mil millones (incluidos $140–$160 mil millones para continuar peleando en Irak y Afganistán) será mayor que el gasto militar combinado del resto del mundo.

No obstante, el gasto incrementado en las tropas de las Fuerzas Especiales, la inteligencia humana aumentada y los vehículos aéreos no tripulados necesarios para contraatacar a al Qaeda deberían ser comparativamente baratos. Sin embargo, las prioridades de la burocracia militar—y así sus incrementos presupuestarios—no se dirigen a combatir a los terroristas. No debería sorprender, dados los resultados decepcionantes en destruir a al Qaeda, que los militares nunca hayan sido del todo entusiastas en combatir a los terroristas. En verdad, tal como lo han demostrado los resultados igualmente abismales en Irak y Afganistán, los servicios armados tampoco están enamorados de combatir a los guerrilleros. En cambio, aún cuando una gran potencia enemiga probablemente no surgirá durante bastante tiempo, los militares están de todas maneras alistándose para luchar contra una. Por ejemplo, los militares desean incrementar el gasto en navíos de guerra y uno de los tres nuevos aviones de combate (el F-35 Joint Strike Fighter) y desarrollar y construir nuevos submarinos, portaviones, vehículos blindados del futuro, y armas nucleares innecesarias. Ninguno de estos sistemas posee mucha aplicabilidad al combate contra guerrilleros o terroristas.

Incluso cuando la administración y el Congreso hacen algo para aumentar ostensiblemente la capacidad de los Estados Unidos para luchar contra los guerrilleros y terroristas—añadiendo 92.000 efectivos al Ejército y la Infantería de Marina—puede no ser del todo eficaz. Más que el agregado de tropas, los Estados Unidos necesitan fuerzas que estén entrenadas en tácticas de contrainsurgencia y contraterrorismo y que se les dé un plan de guerra efectivo para contrarrestar a los guerrilleros y terroristas. No obstante ello, ni la guerra de contraterrorismo ni contrainsurgencia es sexy para las fuerzas armadas estadounidenses o el Congreso porque ellas no proporcionan grandes dólares a los contratistas de la defensa ni mucho empleo en los distritos parlamentarios. Dado que los militares son institucionalmente incapaces de concentrar sus esfuerzos en la contrainsurgencia y el contraterrorismo, en vez de incrementar los números de personal en las fuerzas armadas para realizar estas misiones, quizás los políticos deberían hacer un esfuerzo mayor para evitar guerras innecesarias—lo que reducirá la necesidad de hacer ambas.

Traducido por Gabriel Gasave


Ivan Eland es Asociado Senior en el Independent Institute y Director del Centro Para la Paz y la Libertad del Instituto.