¿Qué significa que el hecho ser un ama de casa esté siendo revisado ideológicamente a fin de impugnar la decisión de algunas madres de quedarse en el hogar?

El revisionismo ha sido alimentado por el reciente caso de Andrea Yates, la madre de Texas que ahogó a sus cinco hijos pequeños en una bañadera. Los crímenes fueron cometidos supuestamente debido a que Yates padecía de una depresión post-parto agravada por la circunstancia de ser una madre que permanecía en el hogar.

Cheryl L. Meyer, co-autora del libro de próxima aparición Mothers Who Kill Their Children (Las Madres que Matan a Sus Hijos,) y Profesora Asociada de Psicología en la Wright State University, expresó una nueva opinión feminista sobre las madres que se quedan en sus casas en un artículo publicado en

Women’s Enews (27 de Junio), un popular sitio feminista en Internet. Meyer escribió: “La realidad es que la madre que mata a su hijo es toda madre, cualquier madre.” Al bosquejar a Yates como a Toda Mujer, Meyer continúa: “La mayoría de las madres apenas parecen comprender cómo una mujer podría matar a su hijo. Cuando elegimos ciertos casos y tratamos de indagar cómo esta madre en particular puede haber matado a su hijo, encubrimos el interrogante más importante, ¿por qué no más madres hacen esto?”

Marcia Wilkie, co-autora del relato autobiográfico de la depresión post-parto de Marie Osmond, vinculó íntimamente a la “novia de Estados Unidos” con la sanguinaria Yates en un artículo en Newsweek (2 de julio). En una columna en la misma edición, “Playing God on No Sleep,” la ganadora del Premio Pulitzer Anna Quindlen sostuvo que toda madre se identificaba secretamente con la matanza de sus propios hijos. Describió a la típica ama de casa que se queda en el hogar de esta manera: “Está cansada, está exaltada y ha estado toda la noche arrojando sábanas dentro del lavarropas porque el menor de sus dos muchachos ha vomitado tanto que luce como un efecto especial de ‘El Exorcista.’ Oh, y también está con nauseas, pues debido a que como que ya tiene dos pequeños de menos de 5 años de edad tenía perfecto sentido tener otro, y se encuentra embarazada de 4 meses.” Con la tarea doméstica adicionada a la repugnante mezcla, esta Toda Mujer vive al límite de cachetear y de cometer infanticidio. Un mito creado por el feminismo Políticamente Correcto está muriendo y uno nuevo está siendo creado para reemplazarlo. El mito que se extingue es el de que las mujeres no cometen actos de violencia doméstica: los hombres lo hacen.

Ha sido bien documentado que las esposas agreden a los maridos en aproximadamente la misma proporción en que los maridos agreden a las esposas. Las estadísticas acerca del abuso infantil fatal son aún más alarmantes. Un informe de la Oficina de Justicia titulado “Murder in Families” (“El Homicidio en las Familias”) (NCJ 143498) examinó casos de asesinatos juzgados durante 1988 y descubrió que el 55 por ciento de los acusados de matar a sus propios hijos eran mujeres. “The Third National Incidence Study of Child Abuse and Neglect” (“El Tercer Estudio Nacional de la Incidencia del Abuso y el Abandono Infantil”) (NIS-3, 1996) del Departamento de Salud y Servicios Humanos informó que las madres perpetraron el 78 por ciento de los abusos infantiles fatales. Aún concediendo que las mujeres son usualmente las encargadas primarias y por ende tienen mucha mas oportunidades y motivos para abofetear, estas cifras son alarmantemente altas. Son tan altas y sujetas a tanta atención que ya no es más creíble afirmar que las mujeres no son violentas en el hogar.

Para preservar la imagen de las mujeres como víctimas de la opresiva sociedad masculina, sin embargo, la feministas Políticamente Correctas encuentran necesario explicar cómo el homicidio de un niño por parte de su madre sigue siendo culpa de los hombres. El primer paso es el de remover la responsabilidad de la madre culpando por sus actos a la depresión post-parto o a alguna otra “demencia” con la cual la mayoría de las mujeres puedan identificarse. El segundo paso es el de castigar a la familia tradicional con una madre que se queda en la casa como un criadero de la patología para las mujeres. Dado que la feministas Políticamente Correctas ya han desacreditado a la familia tradicional como un bastión de la cultura del varón blanco y una barrera para que las mujeres actualicen su potencial, el siguiente salto de su lógica es sencillo. Las madres homicidas son conducidas a la violencia por los hombres que las impregnan y atrapan en el psicológicamente devastador rol de ama de casa. De esta manera muchas voces en los medios culpan al esposo de Andrea Yates — un hombre de quien nadie ha sugerido que fuese alguna vez violento — mientras expresan incluso simpatía por la propia Andrea. Culpan a la sociedad por no reconocer el drama de Andrea.

Friedan Puesta en Duda

Interesantemente, el debate actual acerca de la condición del ama de casa aparece al mismo tiempo que está siendo severamente cuestionada la validez del libro que encendiera la polémica original. En 1963 el libro de Betty Friedan The Feminine Mystique (La Mística Femenina), hablaba de “el problema que no tiene nombre.” Expresado simplemente, que la domesticidad le negaba a las amas de casa su humanidad y potencial, haciéndolas sufrir tanto física como mentalmente. Friedan describía a la típica familia de los años 50 como a un “confortable campo de concentración.” Como los internos en esos campos, las amas de casa de los suburbios se habían ajustado psicológicamente y vuelto “dependientes, pasivas, aniñadas” y vivían en un “nivel humano inferior.”

Vendiendo millones de copias, The Feminine Mystique se convirtió en una poderosa fuerza en la configuración de la cultura estadounidense y ha sido acreditado como inspirador del feminismo de la Segunda Ola. Ciertamente el mismo condujo a la co-fundación por parte de Friedan de la Organización Nacional para las Mujeres (1966). El libro ha tomado su legítimo lugar como un icono de la Revolución Cultural de los años 60 y 70 durante los cuales las mujeres salieron de sus casas hacia la universidad y los puestos de trabajo. A medida que las mujeres continuaban leyendo el libro de Friedan, la idea de la condición del ama de casa como una patología fue cementando al feminismo.

Trabajos recientes han desacreditado concienzudamente los argumentos de Friedan, cuyo poder se derivaba de afirmaciones basadas en la experiencia personal y en las personalidades a las que ella citaba para apoyar sus dichos. En su libro Betty Friedan and the Making of the Feminine Mystique (1998), Daniel Horowitz exploró los antecedentes de Friedan y desbarató el mito de que ella alguna vez representó a la típica ama de casa de los suburbios como ella persistentemente lo afirmaba. Friedan ha sido una leal activista política de la izquierda comunista durante décadas antes de que su primer libro apareciera. El análisis de Horowitz es de lo más condicionado debido a que como izquierdista él simpatiza con sus políticas. Sostiene que ella escondió su pasado debido a que temía ser perseguida durante la caza de brujas de McCarthy. Cualesquiera que hayan podido ser los motivos de Friedan, los mismos hicieron a The Feminine Mystiqueparecer insincero.

En un artículo de 1973 en la New York Times Magazine titulado “Up From the Kitchen Floor,” Friedan sostenía que cuando ella escribió su libro a comienzos de los 60, “no estaba aún muy conciente del problema de la mujer.” No obstante en 1951 Betty Goldstein (el apellido de soltera de Friedan) escribió un artículo titulado “UE [the United Electrical, Radio and Machine Workers of America] Drive on Wage, Job Discrimination Wins Cheers from Women Members” (UE News, 16 de Abril) en el cual daba cuenta de un encuentro de trabajadoras. Goldstein describió a las mujeres como “peleadoras” quienes “rehúsan seguir siendo pagadas o tratadas como alguna especie inferior por sus jefes, o por algunos trabajadores varones que han absorbido el modo de pensar de los jefes.”

La circunstancia de que los lectoras del libro de Friedan se identificaran con ella como con una hermana ama de casa que ingenuamente se había comprado el mito de la domesticidad fue un motivo para el enorme suceso de The Feminine Mystique. Las mismas lectoras jamás se hubiesen identificado con la verdadera Friedan: una izquierdista periodista de los trabajadores; un miembro de los grupos de discusión marxistas; autora del panfleto sindical “UE Fights for Women Workers” (Junio 1952), el cual criticaba la discriminación salarial basada en el sexo; una huelguista; y una mujer de carrera que contrató a una “madre-substituta realmente buena—una doméstica-enfermera” (Charm, Abril 1955).

En un artículo intitulado “Rethinking Betty Friedan and The Feminine Mystique: Labor Union Radicalism and Feminism in Cold War America” (American Quarterly, Marzo 1996), Horowitz sostuvo que un examen del pasado comunista de Friedan y de su subsiguiente giro hacia la respetabilidad ilustra un cambio significativo dentro de la ideología de la izquierda en los años 50. Es un microcosmos de cómo la Vieja Izquierda ha evolucionado en la políticamente correcta Nueva Izquierda. La ideología expandió el análisis económico, el cual se basaba en el marxismo, para incluir a “la psicología humanista” y concentrarse en “el efecto del consumo en la clase media.” En este análisis, el feminismo contemporáneo es meramente un subconjunto de la Nueva Izquierda.

Además de los cuestionamientos acerca de las credenciales de Friedan como ama de casa, serias dudas han sido vertidas tanto sobre su interpretación de los expertos en los cuales The Feminine Mystique se basaba como acerca de los “hechos” presentados por los propios expertos. En el Atlantic Monthly (Septiembre 1999), Alan Wolfe, director del Center for Religion and American Public Life en el Boston College, planteó el interrogante de si un “libro puede arribar a las mayores verdades si los ladrillos sobre los cuales el mismo está edificado no se erigiesen a tiempo.”

Esta cuestión es particularmente relevante para The Feminine Mystique, el cual descansa largamente en apelaciones a la autoridad, desde psicólogos tales como Freud y Abraham Maslow hasta la antropóloga Margaret Mead y el investigador sobre sexo Alfred Kinsey.

Al utilizar a estos expertos, Friedan se sumerge y vuelve a emerger de sus trabajos, citando la evidencia que apoya su posición e ignorando cualquier otra que la contradiga. Incluso la evidencia respaldatoria ya no ofrece un verdadero sustento. En los años que siguieron a la publicación del libro de Friedan, gran parte de la investigación selectivamente citada ha sido desacreditada. Por ejemplo, el libro de Derek Freeman The Fateful Hoaxing of Margaret Mead: A Historical Analysis of Her Samoan Research (1999) efectivamente contradijo las afirmaciones efectuadas en el trabajo de Mead Coming of Age in Samoa— un libro altamente referenciado en The Feminine Mystique.

La credibilidad de Kinsey ha incluso empeorado a medida que un prejuicio prevaleciente en su metodología ha sido revelado. Wolfe concluye: “Para convertir en su causa el hecho de que las mujeres requerían libertad, Friedan sintió necesario exagerar el grado en el cual ellas vivían en esclavitud.” Desdichadamente para su argumento, el “tratamiento de un problema social serio que depende de la autoridad de los expertos aparece como mucho menos persuasivo si los expertos resultan estar narrando historias comunes.” Sin el respaldo de sólidas estadísticas e investigación, el trabajo de Friedan no hace nada más que ofrecer evidencia anecdótica de la infelicidad de algunas amas de casa y entonces procede a definir a la realidad de la mayoría sobre esa base.

La credibilidad de Friedan ha caído en una etapa difícil. Incluso la admiradora y biógrafa Judith Hennessee es extrañamente crítica del tema en su libro Betty Friedan: Her Life (1999). En la introducción, admite estar disgustada con Friedan la persona, en lugar de Friedan la pensadora. Hennessee habla de una feminista que era a menudo “ruda y desagradable” y “a quien . . . ni siquiera le agradaban las mujeres”; de una esposa que infligió y recibió tanta violencia en su matrimonio que sus tres hijos precisaron terapia “para distanciarse de la alteración emocional.”

A pesar de las criticas, sin embargo, es innegablemente cierto que The Feminine Mystique le hablaba a muchas mujeres cuyas vidas fueron cambiadas como consecuencia de leer el libro. Para ellas, el ser un ama de casa era una negación de su potencial como seres humanos, y descubrieron el coraje de desarrollarse para realizar una elección diferente. Pero las voces dentro del feminismo no estaban contentas de ver a la domesticidad simplemente como a una elección que atraía a algunas mujeres y no a otras. Por lo tanto, nació una nueva mitología política de la condición de ama de casa.

El Mito del Ama de Casa

En los 60 la corriente de opinión mayoritaria del feminismo era “liberal” y contenía un fuerte prejuicio respecto de reformar al matrimonio para volverlo más igual. Por ejemplo, los hombres eran exhortados a efectuar tareas domésticas y a compartir una mayor responsabilidad en la crianza de los hijos. En resumen, la obra The Feminine Mystique no abogaba por la abolición del matrimonio, simplemente por una transformación. Años más tarde, cuando el políticamente correcto feminismo del género se basó en el trabajo de Friedan para argumentar en favor de la abolición del matrimonio, ella lo objetó. En su libro The Second Stage (1981) explicaba que las feministas del género estaban malinterpretando su significado.

Contendió con ellas para apartarse de la retórica anti familiar y regresar a un diálogo con los hombres acerca de cómo mejorar la institución del matrimonio.

¿Cuál es la sustancia de la retórica anti familiar a la cual Friedan objetaba?

La agresión de las feministas del género contra la familia tradicional, incluyendo a las madres que se quedan en sus casas, puede remontarse al influyente libro de Kate Millett Sexual Politics (1970). Los puntos de vista de Millett eran extremos y su presentación radical. Por ejemplo, al tratar sobre las relaciones entre los hombres y las mujeres (“política sexual”), Millett se preocupó casi obsesivamente contra la literatura pornográfica y sadomasoquista. Al atacar la política sexual arremetió contra la estructura entera del poder en la sociedad—es decir, la cultura de los hombres blancos conocida como patriarcado. El matrimonio era ubicado como la agencia que mantenía el patrón tradicional del poder del hombre sobre la mujer.

La obra de Millett fue continuada y encarnada por otras voces extremas. Considérese una pequeña muestra de algunos libros que rápidamente se sucedieron: The Baby Trap de Ellen Peck (1971) sostenía que los bebés obstaculizan la liberación; Marriage is Hell de Kathrin Perutz (1972) definía al sexo heterosexual como una lucha del poder político; Lesbian Nation de Jill Johnston (1973) llamaba a las mujeres heterosexuales “traidoras.” La popular antología Sisterhood is Powerful (1970) contenía 74 ensayos; solamente uno de ellos tenía algo que ver con la maternidad.

Una nueva teoría del ama de casa se encontraba evolucionando, en la cual su rol tenía el estatus político de los enseres. Para las feministas del género, el matrimonio y la familia se volvieron inextricablemente ligados con la propiedad privada, la estructura de clases, y el modo de producción. En otras palabras, la familia era un aspecto del capitalismo.

Las semillas de este análisis deben encontrarse en Friedrich Engels, coautor del Manifiesto Comunista y un escritor muy citado por Millett. En su libro The Origin of the Family, Private Property, and the State (1884) Engels sostenía que la opresión de las mujeres surgía de la familia nuclear, pero él no creía que esta opresión hubiese acontecido a lo largo de la historia. La misma habría emergido con los albores del capitalismo antes del cual, afirmaba, el trabajo de los hombres y de las mujeres era evaluado por igual. En el siglo diecinueve, sin embargo, la industrialización supuestamente trajo una separación entre el hogar y el trabajo productivo y provocó una transferencia del trabajo de los hombres del hogar o la granja a las fábricas. Las mujeres permanecieron en el hogar. Así los hombres llegaron a dominar la escena pública y las mujeres fueron confinadas a la privada. Si bien algunas mujeres se aventuraban también a las factorías, recibían una paga menor y su independencia era ilusoria.

Con el surgimiento del capitalismo a gran escala, se decía que las mujeres eran relegadas a los papeles de efectuar la crianza, la manutención de los hombres, y la adquisición de bienes de consumo. Las madres ofrecían la más nueva y apropiadamente adoctrinada generación de trabajadoras para los capitalistas; las amas de casa mantenían a la fuerza laboral de los hombres limpiando y cocinando; las caseras enriquecían a la estructura capitalista al consumir los productos que la misma producía.

Como unas de las primeras feministas del género Nicole Cox y Silvia Federici lo explicaban en su panfleto “Counter-Planning from the Kitchen: Wages for Housework,” “La tarea doméstica . . . es servir a quien genera el salario física, emocional y sexualmente, preparándolo para trabajar día tras día por su salario. Es cuidar de nuestro hijos . . . y asegurarnos de que ellos también se desempeñen del modo esperado bajo el capitalismo.”

Para las feministas del género la tarea doméstica es una expresión directa de la opresión de las mujeres por parte del hombre y de la explotación del capitalismo. Como tal, el trabajo hogareño es trabajo excedente. Para reiterar el concepto feminista: El capitalismo es un proceso por el cual aquellos que poseen los medios de producción pagan salarios a los trabajadores quienes producen bienes que valen más que los salarios pagados El valor en exceso de los salarios pagados es denominado el “valor excedente del trabajo” y el mismo es absorbido por los capitalistas como una ganancia inmerecida. El valor excedente de la tarea doméstica es que la misma posibilita el trabajo de los hombres. Y el trabajo de los hombres es la ganancia no merecida que el capitalismo absorbe.

Junto a esta condena económica de la tarea doméstica y de la familia tradicional como bastiones del capitalismo se encuentran otras acusaciones. Por ejemplo, se dice que las amas de casa son mantenidas en un aislamiento que alienta la violencia doméstica. De dicho análisis surgió el popular slogan feminista “Lo personal es político.” Susan Moller Okin explicaba los origines en su libro Justice, Gender, and the Family (1991). Okin escribió: “Las primeras afirmaciones de que lo personal es político provinieron de aquellas feministas del género de los 60 y los 70 quienes afirmaban que, dado que la familia se encontraba en la raíz de la opresión de las mujeres, la misma debe ser ‘atacada.’” Ella cuestiona el hecho de asumir que los acuerdos familiares debiesen ser tratados como asuntos personales y privados en lugar de cómo cuestiones políticas: el estado puede y debería ingresar en la escena doméstica.

Para aquellos que objetan eso, Okin replica que ya el estado interviene estableciendo el trasfondo social y político en el cual la familia funciona. Ampliar la intervención al, por ejemplo, exigir el pago por las tareas domésticas es una cuestión de grado, no de categoría. Ya sea que Friedan se encuentre cómoda o no con la forma en la cual sus teorías han cambiado, esta es la conclusión lógica a su consideración del grupo familiar de los suburbios como “un campo de concentración” para mujeres. Y de esa manera el nuevo mito aparece: las madres que se quedan en casa son mujeres oprimidas quienes se encuentran tan dañadas psicológicamente al estar atrapadas que son proclives a cachetear bajo la presión. Como victimas aisladas de la sociedad de los varones, es comprensible si experimentan episodios sicóticos durante los cuales matan a sus propios hijos. De hecho, al hacerlo, están expresando su condición de víctimas, la cual ha permanecido sin ser reconocida por la sociedad en grande.

Un Nuevo / Viejo Punto de Vista del Ama de Casa

Afortunadamente, subsisten voces de cordura. Una de ellas pertenece a Mimi Gladstein quien se expresa en el libro del feminismo individualista [de The Independent Institute] Liberty for Women (Ivan R. Dee, Primavera 2002). El feminismo individualista ve al hecho de quedarse en el hogar a fin de criar a una familia como una elección en todo tan válida como la de incorporarse a la fuerza laboral. El ensayo de Gladstein comienza así: “No contratamos amas de casa,” porque esa es la respuesta que ella recibió cuando solicitó unirse al personal docente de la University of Texas en El Paso, donde es en la actualidad Decana Asociada en Artes Liberales. Gladstein rehusó ser devaluada como ser humano debido a que era un ama de casa. Ese “trabajo”—no inferior a enseñar inglés a nivel universitario—expresaba su valor y su competencia. Incluso más, el hecho de ser un ama de casa fue el campo de entrenamiento en donde aprendió habilidades tales como establecer prioridades y presupuestar el tiempo. Gladstein escribe,: “Todo lo que realmente precisaba conocer acerca de comandar un departamento, lo aprendí siendo una madre judía.”

Gladstein describe cómo el ser un ama de casa suburbana la entrenó para asumir como directora ejecutiva de la celebración del Jubileo de Diamante de su universidad. Escribe, “Ese trabajo me permitió emplear mis habilidades de ama de casa para crear y administrar eventos tan diversos como entretiempos en los partidos de fútbol, festivales callejeros a lo ancho de la ciudad, ferias de física, programas de retención de estudiantes, homenajes en memoria de la Guerra de Vietnam, comisiones de planeamiento de la ciudad y de la universidad y un programa de un año de duración de disertantes nacional e internacionalmente renombrados.” Aprendió las habilidades necesarias mientras realizaba malabares con los horarios de sus hijos, planificaba el presupuesto familiar, y oficiaba como anfitriona de los acontecimientos empresariales de su esposo.

La elección es la clave del feminismo individualista ya sea que la tarea doméstica sea perjudicial o no para las mujeres. Para aquellas mujeres que eligen permanecer en sus hogares y criar una familia, ese puede ser no solamente el empleo que más colme su tiempo, sino que también puede enseñarle habilidades gerenciales que luego se traduzcan perfectamente bien en sus puestos de trabajo. Al aproximarse al matrimonio y la familia, el eslogan feminista debería ser: “lo personal es personal.” Los individuos deberían elegir, y el estado no debería tener papel alguno.

Reimpreso con autorización de Ideas on Liberty (Noviembre 2001). © Copyright 2001, la Foundation for Economic Education.

Traducido por Gabriel Gasave


Wendy McElroy es Investigadora Asociada en the Independent Institute y directora de los libros del Instituto, Freedom, Feminism and the State y Liberty for Women: Freedom and Feminism in the Twenty-first Century.