El informe de la Comisión Baker solicita un retiro por etapas de las fuerzas de combate en Irak y que los Estados Unidos conversen con los países adversarios vecinos—es decir, Irán y Siria—acerca de desempeñar un papel más constructivo en la guerra civil de ese país. Si su retórica antes de la divulgación del informe sirve de algún indicio, el Presidente Bush simulará ajustar su política de Irak pero despreciará las principales recomendaciones de la comisión. De este hombre inflexible, ese rumbo no sorprende.

El presidente, en algún lugar en un mundo paralelo, sigue hablando de “victoria”, a pesar de una clara advertencia del pronto a ser despedido Secretario de Defensa Donald Rumsfeld de que debería modificar su fallida estrategia en Irak y empezar a minimizar las expectativas en caso de que el cambio de esa estrategia no funcione. La semana pasada, el presidente aludió a la necesidad de realizar cambios en la política, pero aparentemente solamente por motivos cosméticos de relaciones públicas y estimulado por la inminente difusión del informe Baker. El presidente dijo, “Continuaremos siendo flexibles, y realizaremos los cambios necesarios para triunfar. Pero hay una cosa que no voy a hacer: No voy a retirar a nuestras tropas del campo de batalla antes de que la misión esté completa” Más adelante, declaró, “No podemos aceptar nada menos que la victoria para nuestros hijos y nietos”. El presidente ha de ese modo disminuido sus expectativas tan solo de la “misión cumplida” a la “misión completa”.

El presidente parecería encontrarse virtualmente solo en su intención de “seguir el curso” sin en verdad retener la frase. Todos en Washington están listos para subirse a los botes salvavidas o al menos trasladarse hasta la cubierta donde se encuentran guardados. Incluso el Senador John McCain (republicano por Arizona), quien ha sostenido que más tropas serán necesarias para ganar, se ha dejado un camino para “reducirse y correr”. McCain ha dicho que si más efectivos no son enviados—la política del presidente ha hasta aquí eludido tal escalada significativa, evitando al menos profundizar el hoyo de una guerra impopular—sería inmoral arriesgar las vidas del insuficiente número de tropas existentes simplemente para demorar la derrota.

Pero a pesar de que el presidente parecería haber dejado de cavar todavía no está listo para saltar desde el hoyo debido a que el legado de toda su administración está en juego. De modo no realista, está esperando, haciendo por tiempo, y aguardando un milagro que le permita convertir una derrota probable en una victoria. Esa vana esperanza, por parte de un hombre testarudo, parecería estar basada en la posibilidad de entrenar a las fuerzas de seguridad iraquíes más rápido. Incluso si las fuerzas armadas estadounidenses fuesen capaces de hacerlo, sin embargo, este esfuerzo empeorará la situación en el largo plazo. Debido a que muchos de los efectivos de seguridad son más leales a los grupos étnicos, religiosos y tribales que a un Irak unificado, los Estados Unidos están meramente entrenando a combatientes para la acelerada guerra civil. Por supuesto, incluso si las fuerzas de seguridad luchasen por un Irak unificado en vez de matar a los miembros de los demás grupos, es dudoso que pudiesen suprimir una insurgencia a la que incluso el mejor ejército del mundo no pudo derrotar. En verdad, los militares estadounidenses han señalado desde hace mucho que no existe una solución militar para este problema.

En 2007 y 2008, el presidente enfrentará una ponderosa oposición bipartidista a la guerra. Los republicanos, despojados de la mayoría parlamentaria en 2006 en virtud de la guerra, se dan cuenta de que podrían perder incluso más bancas en el Congreso y la presidencia en 2008 si una presencia significativa de efectivos estadounidenses permanece en medio de una guerra civil que empeora. El ganador de este probable enfrentamiento entre el presidente y su partido determinará cuándo, y no sí, los Estados Unidos se retiren de Irak. Si el presidente no se retira, lo hará el próximo presidente demócrata.

Los demócratas están también presionando retóricamente al presidente para abandonar, pero pueden secretamente esperar que se quede, asegurando así una aplastante victoria electoral en 2008. Si son astutos, los demócratas le darán al presidente la soga suficiente como para que figurativamente se ahorque. Proporcionarán todo el financiamiento que desea de modo tal que no pueda decir que “perdieron Irak”—tal como Henry Kissinger y los republicanos hicieron cuando el Congreso demócrata suprimió el financiamiento para la Guerra de Vietnam. Pero los demócratas seguirán presionando para una retirada, y de esa forma resaltando ser una alternativa a sus colegas republicanos, quienes otra vez estarán atados a las galochas de cemento de la guerra.

Lo que es bueno para el partido demócrata, sin embargo, no es bueno par los Estados Unidos, sus soldados en Irak o el pueblo iraquí. Tanto los demócratas como los republicanos en el Congreso precisan recortar el financiamiento para la guerra ahora, obligando a una retirada rápida. Los Estados Unidos no pueden ganar esta guerra con las fuerzas existentes ni añadiendo decenas de miles de efectivos en una base sostenida (a la que las ya estiradas fuerzas armadas no poseen en modo alguno, así que debemos dejar de permitir que las fuerzas existentes mueran en vano. Si bien las probabilidades son bastantes de que el presidente concuerde, una republicana senior en la que el presidente confia precisa decirle sin rodeos que necesita rápidamente suspender la fallida operación de Irak. Ese funcionaria senior es Condi Rice.

También, en un esfuerzo para montar el escenario a efectos de vender su política de retirada al público estadounidense, tanto los demócratas como los republicanos están ahora culpando a los iraquíes de no ser capaces de gobernarse a sí mismos pacíficamente. A pesar de que esto es tácticamente conveniente, resulta peligroso inculpar a los iraquíes por su actual predicamento. Los Estados Unidos cometieron una agresión no provocada contra un país artificial y díscolo de divisiones étnicas, religiosas y tribales que solamente podían mantenerse juntas por un dictador. La invasión estadounidense removió a ese dictador y destruyó lo que quedaba del tejido social del país. Pero la línea bipartidista para los libros de historia será la de que los Estados Unidos invadieron al país con el noble propósito de llevar la democracia, y que los iraquíes deberían ser culpados por destruir el experimento democrático.

Tanto el presidente como los demócratas y republicanos precisan ser honestos respecto de que llevar a cabo una invasión no provocada de Irak fue un error horrendo, la cual tenía muy pocas probabilidades de siquiera implementar una democracia auto-sustentable. Precisan recortar sus perdidas y salirse ahora. Si lo hacen, quizás tales debacles futuras puedan ser evitadas. Pero no apueste a que alguno de los jugadores será tan honesto.

Traducido por Gabriel Gasave


Ivan Eland es Asociado Senior en el Independent Institute y Director del Centro Para la Paz y la Libertad del Instituto.