¿Qué tal si los presidentes estadounidense e iraní debatieran?

1 de September, 2006

El extrovertido Presidente Mahmoud Ahmadinejad de Irán ha desafiado al Presidente Bush a debatir sobre las relaciones entre los EE.UU. e Irán. Bush ha rechazado y declinado el ofrecimiento. Si bien el debate no implica una negociación de buena fe entre las partes en pugna, resulta mejor que nada. Y el mismo podría no ser tan parcializado como la gran mayoría de los estadounidenses creen. Podríamos ciertamente fantasear respecto de cómo dicho debate se desarrollaría.

El Presidente Bush, por supuesto, comenzaría acusando a Irán de apoyar al grupo “islámico-fascista” Hezbolá, que está atacando a Israel. Ahmadinejad podría responder que el presidente debería dejar de utilizar el término “fascismo” en un intento al estilo de Goebbels de asociar a todo rival de los Estados Unidos, no importa cuan pequeño, con los masivamente ricos y bien pertrechados Nazis de la Segunda Guerra Mundial. Después de todo, “fascismo” meramente significa que el gobierno se entrecruza con la actividad empresaria, con el agregado de un poco de ultra–nacionalismo. Ahmadinejad podría también destacar que Hezbolá, al Qaeda, y la mayor parte de las organizaciones islámicas radicales ni siquiera controlan a los gobiernos (siendo la excepción el caso de Hamas en Palestina), y que todos ellos están promoviendo agendas principalmente sunnitas o islámicas chiítas, antes que un encarnizado nacionalismo per se.

Ahmadinejad podría luego preguntarle a Bush por qué los Estados Unidos, al otro lado del mundo respecto de Irán, están más amenazados por un país relativamente pobre procurando armas nucleares que las naciones de Europa, con más proximidad a Irán. Bush tendría que responder que los Estados Unidos son la única superpotencia del mundo y que deben preocuparse ante cada desarrollo adverso en cualquier parte del globo, o sus aliados podrían decidir que precisan obtener armas nucleares o fuerzas armadas más grandes para defenderse a sí mismos—desafiando de esa forma la supremacía estadounidense.

Bush podría luego preguntarle a Ahmadinejad por qué Irán ha decidido desafiar a las Naciones Unidas, que le ha ordenado a Irán detener el enriquecimiento de uranio. El presidente iraní podría responder que los Estados Unidos desafían regularmente a la ONU cuando las cosas no salen a su manera. Además, a Ahmadinejad probablemente le gustaría preguntar sí Irán debe seguir a las Naciones Unidas o al Tratado de No Proliferación Nuclear, del cual Irán es signatario. El tratado permite a Irán enriquecer uranio para fines pacíficos. Ahmadinejad podría exigir que, tras el fiasco de la inteligencia estadounidense respecto de las armas de destrucción masiva iraquíes, los Estados Unidos produzcan una evidencia convincente y concluyente—la que el nuevo informe de la Agencia Internacional para la Energía Atómica no proporciona—de que Irán está enriqueciendo uranio a niveles lo suficientemente elevados como para producir armas nucleares. Entonces el presidente iraní podría preguntarle a Bush cómo considera que los países que no gozan del favor de los Estados Unidos tendrían algún incentivo para refrenar su búsqueda de armas nucleares, cuando estos armamentos parecerían ser la única disuasión para un ataque de los EE.UU.. Después de todo, uno tan solo precisa comparar las acciones estadounidenses respecto de un Irak no-nuclear bajo Saddam Hussein, con aquellas respecto de una Corea del Norte nuclear.

Ahmadinejad podría luego preguntarle a Bush por qué, si Irán ofreciese ponerle fin a su programa nuclear, él no garantizará que no atacará al estado pérsico. Bush debería replicar que los Estados Unidos necesitan reservarse el derecho de atacar a cualquier enemigo de su aliado israelí. El dirigente iraní podría preguntarse en voz alta por qué los Estados Unidos son tan serviles en su apoyo en favor de Israel—destacando que obtiene poco a cambio de todos los miles de millones en ayuda militar y económica donada, excepto por las inesperadas consecuencias del terrorismo anti-estadounidense. Podría agregar que Israel es en la actualidad un país prospero con más de 200 armas nucleares, y que debiera ser capaz de defenderse a sí mismo adecuadamente sin depender del subsidio de los EE.UU..

Para cerrar, Bush podría preguntarle a Irán por qué continúa apoyando a dicho terrorismo. Ahmadinejad podría responder que los Estados Unidos deberían inquietarse menos por el apoyo de Irán a los grupos islámicos, en virtud de que los grupos apoyados no concentran sus ataques sobre los Estados Unidos.

Como conclusión, Ahmadinejad podría preguntarle a Bush sí cree que el gobierno estadounidense está cumpliendo con su responsabilidad primaria de garantizar la seguridad de sus ciudadanos contra la mayor amenaza que enfrentan—los ataques de al Qaeda—en lugar de tomar el camino equivocado al enojarse porque países pobres, tales como el Irak de Saddam, Irán, y Corea del Norte, obtengan armas nucleares. El presidente iraní podría señalar que, a diferencia de al Qaeda, todas estas naciones poseen “domicilios”, y en ultima instancia podrían ser disuadidas de realizar ataques nucleares contra los Estados Unidos mediante la amenaza vengativa de una masiva incineración de parte del arsenal nuclear más potente del mundo. Bush probablemente replicaría luego de manera poco convincente con el cliché de que una superpotencia posee intereses globales y que usted no puede disuadir a líderes extranjeros locos cuyas costumbres y formas de hacer las cosas no se asemejan a las del gobierno estadounidense.

En conclusión, el debate simulado precedente en modo alguno sugiere que el autoritario y teocrático régimen en Irán sea superior a la república estadounidense. Pero aún los estados autocráticos en ocasiones tienen legítimas inquietudes sobre su seguridad. E incluso las admiradas repúblicas pueden apartarse del sendero del sentido común en materia de política exterior.

Traducido por Gabriel Gasave

  • es Asociado Senior en el Independent Institute y Director del Centro Para la Paz y la Libertad del Instituto.

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