WASHINGTON—De vez en cuando, me pregunto cuál es la columna ideal. No tengo una respuesta definitiva: sólo recuerdos de grandes columnistas.

La mejor columna del siglo 20 la escribió el periodista británico Bernard Levin en el Times de Londres, en septiembre de 1977, y predecía la caída del comunismo para 1989. Yo estaba en Londres, cuando, en 1992, él mismo llamó la atención con elegancia sobre su viejo texto.

Previó que el ocaso del comunismo tendría lugar cuando llegasen a la cúspide aquellos hombres que ya habían perdido la fe en el sistema pero seguramente ya estaban escalando posiciones en ese momento. Se basaba en su observación de los intentos fallidos de los comunistas húngaros (1956) y los comunistas checos (1968) por separarse de Moscú, en la evidente presión que la religión y la nacionalidad, dos fuerzas reprimidas pero no eliminadas por los soviéticos, ejercían sobre aquel régimen, y en la creencia de que hay límites a la cantidad de mentiras que la naturaleza humana puede soportar.

“No habrán disparos en las calles”, escribió, “nada de barricadas...ni de deserciones masivas entre los militares. Pero un día cercano, algunos rostros nuevos aparecerán en el Politburó: estoy seguro de que ya han surgido entre las autoridades administrativas municipales e incluso regionales...Hasta que un día se mirarán los unos a los otros y se percatarán de que ya no hay necesidad alguna para ocultar la verdad en sus corazones”.

Sugirió una fecha: el 14 de Julio de 1989, pero el énfasis estaba en la idea de que acontecería pronto.

Un gran columnista no hace predicciones acertadas, a menos que se haya equivocado de negocio. Lo que asombra no es la capacidad de Levin para analizar el futuro sino el presente. Tres cosas— un conocimiento de la historia, su observación de la relación sutil entre las instituciones y las realidades sociales, y la integridad intelectual— lo ayudaron a leer la entrelínea de la vida soviética.

¿Bastan estos ingredientes para ser un gran columnista? No, pero todo gran columnista los posee. Se puede hacer magníficas columnas sin ellos, pero no las mejores. Los más grandes columnistas añaden a esos elementos un toque de ingenio, a veces bajo la forma de una sorprendente intuición o de un humor corrosivo; sus columnas, como el buen vino, continúan cosquilleando el paladar cuando la copa queda vacía.

Se me antoja que el más grande articulista estadounidense del siglo 20 fue H. L. Mencken, que escribió para el “Baltimore Sun” a comienzos de siglo y, más tarde, The American Mercury. Era un individualista y disfrutaba “arrojando el gato muerto en el templo.” Desconfiaba de todos los gobiernos, aún de aquellos por los cuales podía tener simpatía: “Si es aristocrático en su organización, procura proteger al hombre que es superior sólo en lo jurídico contra el hombre que es superior en los hechos; sí es democrático, busca proteger al hombre que es inferior en todos los sentidos contra de ambos”.

No era perfecto. Dijo algunas cosas que no serían aceptables hoy día y su fe en el individuo antes que en los grupos lo llevó a criticar incluso a las minorías, lo que lo hizo vulnerable a la acusación de racismo más tarde, a pesar de que reservó sus peores epítetos para las mayorías. Las más veces acertó, gracias a que tenía conocimientos, observaba y decía la verdad (con un ingenio incendiario).

En español, el más importante columnista del siglo 20 fue José Ortega y Gasset, para quien “la claridad es la cortesía del filósofo” (el mismo era filósofo). Usaba poco el humor (del tipo común), pero dijo verdades importantes cuando muchos de sus compatriotas no podían verlas, lo mismo cuando la República degeneró en totalitarismo de izquierdas en los años 30 que durante el reinado del fascismo en las décadas siguientes.

En Italia, el más grande fue quizá Indro Montanelli. Era un liberal anticomunista (en el sentido europeo, no estadounidense, del término). Cuando Silvio Berlusconi ingresó a la política, tuvo las agallas de oponerse al magnate, para cuyo periódico, Il Giornale, trabajaba y que también se describía a sí mismo como liberal anticomunista: Montanelli se daba cuenta de que su jefe no distinguiría entre sus intereses y el Estado.

Otro eximio columnista fue el escritor francés Jean-Francois Revel, heredero intelectual de Raymond Aron. Escribió para “L'' Express” y luego para “Le Point”. Consideraba que una buena columna debía limitarse a una sola idea. Se nota que era francés: un perfecto racionalista. Pero, en efecto, si la columna es argumentativa —en vez de sensual o impresionista— es mejor que apunte en una sola dirección.

¿Quién escribirá la mejor columna del siglo 21? No será Pat Buchanan prediciendo el fin del Occidente por culpa de la inmigración, pero tal vez en septiembre de 2077 un “blogger” prediga que el 14 de Julio de 2089 una inmigrante mexicana de primera generación será Presidenta de los Estados Unidos y que un homónimo de Pat Buchanan votará por ella.

(c) 2006, The Washington Post Writers Group


Alvaro Vargas Llosa es Asociado Senior en el Independent Institute.