A pesar de que la incursión comando israelí de este fin de semana fue anunciada por el gobierno israelí como un esfuerzo para evitar el rearme de Hezbolá, muchos sospechan que el mismo estuvo diseñado para apresar a un alto dirigente de Hezbolá a fin de intercambiarlo por los soldados israelíes capturados por el grupo. ¿Por qué entonces, no fue esta clase de incursión la respuesta inicial de Israel a la captura de los soldados, en vez de la demolición del sur del Líbano y la matanza de miles de civiles inocentes? Claramente, el Primer Ministro israelí Olmert está utilizando al reciente golpe comando como un intento desesperado para rescatar algo de su desastrosa ofensiva en el Líbano. Desafortunadamente, el fracasado raid, junto con la renuencia de las naciones europeas a enviar a sus fuerzas al sur del Líbano como encargadas de mantener la paz, amenaza con hacer colapsar al frágil cese del fuego.

Israel padece del culto de la agresión, el cual también aqueja a los militares estadounidenses. Creyendo que la apropiación de la iniciativa y el emprendimiento de la lucha contra el enemigo es algo que gana las guerras, ambas fuerzas armadas han caído en el hoyo de alquitrán que implica el hecho de librar guerras a las que solamente los guerrilleros podrían adorar. Tanto las fuerzas armadas de Israel como de los Estados Unidos deberían haber aprendido acerca de la potencia defensiva de las tácticas de la guerra de guerrillas de sus experiencias anteriores en el Líbano y Vietnam. Pero ambas fueron arrogantes al pensar que sus fuerzas no deberían caer tan bajo entrenándose para combatir contra tales insignificantes enemigos—aún cuando quedaba razonablemente en claro que los políticos sin ningún entrenamiento militar no tendrían en cuenta a las contradicciones internas de la guerra de contrainsurgencia y ordenarían emprenderla una vez más.

De las respetadas fuerzas armadas israelíes siempre se ha esperado que limpien el piso con sus enemigos árabes. No obstante la única manera en la que Israel hubiese podido ganar la lucha en el Líbano era la de exterminar por completo a Hezbolá, algo que era improbable que sucediese, dada la renuencia del ejército israelí a tener otro pantano en el terreno—tal como ocurrió durante sus 18 años de ocupación del Líbano de 1982 a 2000. Esta ocupación fue el Vietnam de Israel, y los israelíes, en gran medida como los estadounidenses, se han vuelto reacios a padecer victimas fatales.

En vez de reducir las victimas en el actual conflicto, los militares israelíes decidieron degradar la fortaleza de Hezbolá empleando solamente poder aéreo y una presencia mínima del ejército en el terreno. Pero, al igual que la experiencia estadounidense en Irak, a fin de combatir a los guerrilleros, uno precisa contar con suficientes fuerzas en el terreno, las que pueden ser más selectivas que el poder de fuego de la aviación para distinguir entre los insurgentes y los civiles. En una guerra de contrainsurgencia, matar a un gran número de civiles traslada a la fundamental opinión popular en el país objeto del ataque de los ocupantes a los guerrilleros. Pero tanto los militares israelíes como los estadounidenses han empleado un masivo poder de fuego debido a que el mismo reduce el número de sus bajas y de ese modo mantiene por más tiempo el apoyo en el propio país a favor de la aventura foránea. Por lo tanto, los funcionarios gubernamentales ávidos de aventuras quedan atrapados en el poco envidiable equilibrio entre tener que alienar a la población del país al que atacan o a la del suyo propio, dado que es preciso ganar el apoyo de estos dos grupos claves durante una guerra de contrainsurgencia.

A pesar de que las elites de la política exterior detestan la aversión por las victimas en las democracias, la misma es en verdad algo positivo—o lo sería si los funcionarios políticos demasiado intrépidos se percatasen de este inherente y abismal equilibrio entre combatir a los guerrilleros y evitarlos. Las tácticas guerrilleras son la clase de guerra más exitosa en la historia de la humanidad, y la anteriormente mencionada contradicción es una de las razones para que ello sea así. La otra es que las guerillas se encuentran a la defensiva y usualmente están combatiendo en su propio terreno, al que conocen mucho mejor que la fuerza ocupante. También poseen una mejor red de inteligencia en su territorio de la que posee el ocupante, quien probablemente tenga una falta de personas que hablen el idioma local. Esos han sido los casos tanto en el Líbano como en Irak.

En le futuro, los políticos tanto israelíes como estadounidenses deberían preocuparse de defender a sus propios países en vez de emprender aventuras en el exterior que hacen que la seguridad de sus ciudadanos en sus países se vuelva aún más tenue. Así como los estadounidenses han quedado menos seguros por todos los nuevos jihadistas creados alrededor del mundo por la invasión de los Estados Unidos de Irak, los ciudadanos del norte de Israel enfrentaron la innecesaria amenaza de destrucción por parte de los cohetes de Hezbolá que su propio gobierno ayudó a generar. En vez de llevar a cabo tardías incursiones para salvar algo—lo que sea—de su calamitosa ofensiva libanesa y reavivar el combate, el gobierno israelí debería evitar reiniciar viejos conflictos y aprender algo de su derrota en el Líbano.

Traducido por Gabriel Gasave


Ivan Eland es Asociado Senior en el Independent Institute y Director del Centro Para la Paz y la Libertad del Instituto.