Washington, DC—Sea o no terminal la condición de Fidel Castro, la transición cubana ha comenzado. Nadie sabe, a estas alturas, qué clase de transición será ni cuánto tardará, pero el simbolismo que encierra el traspaso del poder a Raúl Castro basta para decirnos que, casi con toda seguridad, el medio siglo de gobierno de un solo hombre ha concluido. Lo que venga ahora no será la dictadura de Fidel Castro.

¿Qué clase de transición será? Tratándose de un régimen comunista, existen cinco escenarios posibles, al menos tres de los cuales ya no parecen viables en Cuba. Las transiciones improbables son el modelo chino, el modelo polaco y el modelo soviético.

El modelo chino, también seguido por Vietnam, combina la dictadura política del Partido Comunista y una variante de la economía de mercado. Fidel Castro coqueteó con esa idea en los años 90'' cuando el fin del subsidio soviético provocó el colapso de la economía cubana. Dio marcha atrás tan pronto como se percató de que las tenues reformas conducían a una descentralización del poder económico. Este tipo de transición puede ser llevada a cabo por alguien con incuestionable legitimidad política a ojos del régimen –como fue el caso de Deng Xiao Ping en China— o por un grupo de pragmáticos a la muerte del jefe legítimo, como ocurrió en Vietnam tras el deceso de Le Duan a mediados de la década del 80. Raúl Castro carece de la legitimidad que posee su hermano y no sería capaz de deshacer el modelo económico de Fidel Castro sin que ello causara el desplome de la dictadura.

El modelo polaco exige un dirigente comunista dispuesto a traspasar el mando a la oposición, como Jaruzelski lo hizo en 1989 al abrir las puertas del poder al primer ministro Tadeusz Mazowiecki. Mis amigos cubanos me dicen que en los 80'' Raúl Castro intentó introducir algunas reformas en las fuerzas armadas basadas en “la eficiencia y el pragmatismo” y que su hermano le ordenó detenerlas. Sin embargo, la larga historia represiva de Raúl hace de él un improbable Jaruzelski. Estuvo involucrado personalmente en muchas de las ejecuciones en los momentos iniciales de la Revolución, ha sido determinante en las purgas y castigos --a veces con la pena de muerte-- de generales del régimen considerados sospechosos y ha seguido hasta el día de hoy una línea estalinista.

El modelo soviético entraña una transición burocrática en la cual el partido como cuerpo colectivo emprende un cierto grado de apertura y reformas estructurales. El liderazgo de Mikhail Gorbachev adquirió dimensiones tan llamativas que a menudo olvidamos que fue hijo de una decisión colectiva de hombres grises en favor de ciertas reformas. A la larga ese proceso dio lugar a una conducción política de estilo occidental. El problema, en el caso de Cuba, es que los burócratas que están en el poder son todavía los tiranos revolucionarios de la primera hora. En el comunicado mediante el cual Fidel Castro traspasó el mando a Raúl se mencionaban unos pocos nombres, en particular los de José Machado Ventura y José Ramón Balaguer. Ambos son “raulistas” septuagenarios que tiraron tiros en la Sierra Maestra.

Esto deja dos transiciones posibles. Una sería la del “fidelismo” sin Fidel. En otras palabras, una dictadura militar bajo las órdenes de Raúl Castro—que a sus 75 años se encuentra débil y padece de cirrosis debido al alcoholismo—hasta que muera o quede discapacitado. En ese momento comenzaría la verdadera transición. Su régimen sobreviviría, en gran medida como lo ha hecho el de Fidel Castro en este nuevo milenio, gracias al petróleo y el dinero de Hugo Chávez.

El otro, y más probable, escenario es el de una lucha por el poder entre distintas facciones. El general cubano José Quevedo manifestó recientemente a un grupo de cubanos en Madrid que el grado de control personal por parte de Fidel Castro ha sido tal que no hay nadie al interior de las fuerzas armadas o el Partido Comunista que ejerza algún liderazgo sobre sus compañeros. Aparte de la limitada legitimidad de Raúl por su larga trayectoria revolucionaria y la unción de su hermano, nadie está en condiciones de infundir respeto inmediato. Tomando en consideración la edad y la salud de Raúl, esto significa que más temprano que tarde habrá una lucha de poder entre diversas facciones. Aparecerán divisiones entre la vieja guarda y los “apparatchiks” más jóvenes, entre quienes mantienen lazos con Hugo Chávez y quienes se resienten de la intromisión extranjera, y entre los partidarios de mantener las cosas tal como están y quienes desean una transición hacia la democracia y el libre mercado.

Desconocemos a estas alturas si esa contienda será violenta o puramente política. Pero sabemos que lo más importante que debía ocurrir —el ocaso de Fidel Castro— está aconteciendo ya. Ahora, la libertad tiene al menos una oportunidad de abrirse paso en la isla.

(c) 2006, The Washington Post Writers Group


Alvaro Vargas Llosa es Asociado Senior en el Independent Institute.