En defensa de los fontaneros polacos

16 de February, 2006

Esas Cassandras modernas que siguen manifestándose en contra de las calamidades que los trabajadores extranjeros traerían a aquellos países que no impiden su ingreso a punta de pistola deberían echarle un vistazo a un nuevo informe producido por la Comisión Europea. Este organismo ejecutivo de la Unión Europea (UE), entidad que nunca ha sido acusada de promover la libertad económica, acaba de arrojar un informe devastador al mentón de los 12 países que prefieren cerrar las puertas a los trabajadores inmigrantes de Europa central y oriental.

Hace dos años, cuando diez naciones de Europa central y oriental estaban a punto de unirse a la UE y elevar a 25 el número total de miembros, una histeria estalló a lo ancho del continente en contra de los “fontaneros polacos”. Convencidos de que la libre movilidad del trabajo—supuesto pilar de la UE—atraería un torrente de trabajadores pobres de Europa central y oriental desesperados por ganar salarios mejores o solicitar beneficios sociales en las naciones más ricas, los europeos occidentales emprendieron una demonización de los fontaneros polacos. Recuerdo haber quedado impactado en aquellos días por los aterradores titulares que repetían la cantaleta de Madrid a Berlín: los fontaneros polacos eran la nueva versión de la peste bubónica. Por consiguiente, de los 15 miembros de la UE en ese entonces, sólo tres—Gran Bretaña, Irlanda, y Suecia—decidieron otorgar a los trabajadores de los diez nuevos países miembros la libertad de vivir y trabajar casi sin restricciones. El resto de los miembros de la UE impusieron una postergación de siete años para permitirles ingresar a sus países.

Ahora, basándose en información oficial proporcionada por cada país de la Unión, la Comisión Europea ha publicado un informe que prueba que los 12 países proteccionistas estaban completamente equivocados. Los tres países que levantaron las restricciones a la movilidad laboral han visto crecer sus economías y aumentar sus puestos de trabajo más que el resto: los trabajadores inmigrantes básicamente han suplido la escasez de mano de obra en el ámbito de la construcción, la restauración y otros servicios (muchos son dentistas y chóferes de autobuses). No ha habido ninguna “invasión” de trabajadores de Europa central y oriental. A excepción de Irlanda, donde el número es un poco más alto aunque todavía pequeño, en los países receptores estos trabajadores inmigrantes no representan más del 1 por ciento de la población en edad de trabajar. Las restricciones, vaya ironía, no han evitado que los trabajadores se trasladen hacia aquellos países europeos occidentales que optaron por cerrarles las puertas: ellos han pasado a engrosar las filas de la economía informal. Austria, el país que impone las mayores restricciones contra los trabajadores extranjeros, es también el que ha recibido el número más alto de trabajadores inmigrantes de Europa central y oriental (todos ellos se presentan como “trabajadores autónomos”). Y en aquellos países en los que fueron bienvenidos, no ha habido un incremento en el número de personas que solicitan prestaciones sociales: la vasta mayoría de los trabajadores simplemente desea trabajar.

¿Cómo ha reaccionado Europa frente a este informe? Algunos países—Finlandia, Grecia, Portugal, y España—están pensando seriamente en remover las restricciones. Otros—especialmente Alemania, Francia y Austria—han anunciado que las mantendrán en vigor. Uno puede ya imaginar lo que dirá el próximo informe, de aquí a pocos años, respecto de la economía francesa, que padece un estado de estancamiento crónico debido precisamente a su legislación proteccionista.

La evidencia es tan contundente que incluso la Comisión Europea ha solicitado a todos los miembros que abandonen las restricciones contra el libre desplazamiento de mano de obra al interior de la UE a efectos de galvanizar sus economías en estos tiempos de fuerte competencia mundial. La recomendación enfrenta una muy férrea oposición de aquellos países obsesionados con protegerse de la globalización de diversas formas: mediante la limitación de sus importaciones (recuérdese la encantadora bronca por los sostenes chinos), la restricción de las fusiones y adquisiciones de empresas (nótese el reciente bloqueo de la adquisición de la firma francesa Danone por parte de la estadounidense Pepsico o de la Banca Italiana del Lavoro por parte del BBVA español) o, en efecto, el bloqueo contra la libre circulación de trabajadores.

El debate toca el corazón mismo de la Unión Europea, pues tiene que ver con la libre circulación de los trabajadores, el capital, los bienes y los servicios. La lección es simple: a los países que han seguido esos principios de manera más cabal les va mejor. A ello se debe, por ejemplo, que Irlanda, hasta hace unos pocos años un país pobre, haya atraído tanto capital extranjero que ¡las filiales estadounidenses ya representan una quinta parte del producto bruto interno de la nación! Si las otras naciones siguieran el buen ejemplo, la UE en su conjunto se sacudiría el marasmo.

Lo irónico del prejuicio contra los fontaneros polacos en un país como Francia es que allí han sido creados decenas de miles de empleos gracias a las inversiones francesas en Polonia.

Y, antes de que lo olvide, ¡la mayor parte de los fontaneros que hay en Polonia provienen de Ucrania!

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