¿Debería verse a la reciente aprobación del Tratado de Libre Comercio entre Centroamérica y los Estados Unidos (CAFTA conforme su sigla en inglés) como un paso positivo en la dirección del libre comercio? De algún modo sí, pero el acuerdo falla en estar a la altura del estándar del libre comercio genuino.

Un verdadero tratado de libre comercio no precisa ser largo. Una corta oración-algo así como “Los países abajo firmantes acuerdan no imponer aranceles, cupos, o restricciones reguladoras algunas que no les sean exigidas a sus propios productos locales, sobre cualquiera de los productos provenientes de otros países”-haría gran parte del trabajo. Sin embargo, el CAFTA consta de 3.681 páginas. ¿Qué otra cosa incluye el tratado? Al igual que todos los otros productos de Washington, el CAFTA está repleto de concesiones a los intereses especiales.

Los productores estadounidenses de azúcar recibieron uno de los acuerdos más dulces. La del azúcar es una de las industrias más fuertemente protegidas en los Estados Unidos, por lo cual los estadounidenses pagan entre dos y tres veces más por el azúcar que el precio promedio mundial. El programa estadounidense para el azúcar no emplea subsidios directos, sino que en cambio descansa sobre un precio sostén garantizado, importantes cupos, y muy altos aranceles (por encima del 100%) sobre cualquier importación que supere al cupo. Estos favores se combinan para resguardar a la industria azucarera de la competencia internacional.

La industria azucarera fue turbada por la aprobación del CAFTA. Un agricultor que cultiva remolacha azucarera citado en el Star Tribune de Miniápolis sostuvo que después de que la Cámara de Representantes aprobó el proyecto de ley, “estuvo llorando hasta cerca de la 1 de la mañana.” No obstante, no precisaba llorar porque, desafortunadamente para los consumidores, el CAFTA no volverá para nada menos cómodo al refugio del azúcar. El mismo deja intacto al precio sostén del azúcar y morigera los cupos de importación apenas levemente.

Durante el primer año después de que el tratado entre en vigencia, a los productores azucareros centroamericanos se les permitirá exportar unas 107.000 toneladas adicionales a los EE.UU.. Esto puede sonar como un montón de azúcar, pero en el año 2003 los Estados Unidos consumieron 10 millones de toneladas de azúcar. Por ende, el CAFTA permitirá un incremento en las importaciones de azúcar cercana al 1,1 por ciento de la demanda interna.

El CAFTA asegura que los cupos de importación serán disminuidos durante varios años, pero esta reducción es demasiado pequeña para que los consumidores estadounidenses de azúcar celebren. Quince años después de que el CAFTA entre en vigor, las importaciones de azúcar pueden elevarse tan solo un 1,7 por ciento de los 10 millones de toneladas que consumimos. El CAFTA no introduce el libre comercio en materia del azúcar. Realiza una mejora trivial mientras que retiene la protección tradicional del azúcar.

El CAFTA también mantiene políticas que protegen a la industria textil estadounidense de tener que competir con los productos importados de bajo precio. La eliminación de los cupos y de los aranceles sobre las importaciones textiles le ahorraría a la economía de los EE.UU. entre $9 mil millones (billones en inglés) y $14 mil millones (billones en inglés) al año, según un estudio de 2004 realizado por la Comisión de Comercio Internacional de los Estados Unidos. Lamentablemente, el CAFTA hará poco para promover el libre comercio en materia de productos textiles debido a que el mismo restringe a qué tipo de indumentaria producida en América Central le será concedido un acceso a los EE.UU. libre de impuestos aduaneros.

La Ley de Asociación Comercial entre los EEUU y la Cuenca del Caribe (CBTPA es su sigla en ingles) de 1983 le ofrecía a los países del CAFTA un acceso libre de impuestos aduaneros al mercado estadounidense para las exportaciones de indumentaria con una condición: Las prendas de vestir precisaban estar confeccionadas con hilos y telas producidas en los Estados Unidos. El CAFTA modifica este favoritismo solo moderadamente, al permitirle a los productores centroamericanos de indumentaria utilizar telas de México y de Canadá para un pequeño porcentaje de sus participaciones anuales. Sin embargo, este privilegio solamente le será extendido a México y a Canadá si ellos le ofrecen beneficios recíprocos a los productores textiles estadounidenses.

No son tan solo el azúcar y los textiles los que permanecen protegidos. El CAFTA le otorga favores a otras industrias al establecer largos periodos para la eliminación gradual de los aranceles y al conservar los cupos de importación. Entre los productos protegidos se encuentran el algodón, el tabaco, la lana, el cashmere, y, lo que es bastante extraño, las redecillas para el cabello. Los cupos de importación permanecerán sobre la carne, los maníes y la manteca de maní, y una gama de productos lácteos incluidos la leche y el queso. Los consumidores en los Estados Unidos podrían disfrutar de los menores precios para la carne, la manteca de maní, y los productos lácteos que la libre competencia internacional trae aparejados. Es muy malo que el CAFTA no les garantice esto.

El CAFTA no es del todo malo. Varios aranceles sobre productos estadounidenses con destino a América Central son disminuidos o eliminados. Esto ayudará a incentivar a algunas empresas en los Estados Unidos y mejorará los estándares de vida para nuestros vecinos del sur. Pero pese a todo el alboroto político causado por el CAFTA, el tratado implica en verdad tan solo una liberación muy marginal del comercio.

Traducido por Gabriel Gasave


Benjamin Powell, es Asociado Senior en el Independent Institute y Director del Free Market Institute de la Texas Tech University.