¿Qué indica el mea culpa revelado por la Administración respecto de Irak?

18 de August, 2005

En la monótona marcha carente de historias periodísticas acerca de la guerra en Irak, se producen pocos cambios de un día para el otro, o incluso de un mes para el otro o de un año para el otro. La matanza continúa incesantemente, casi aburridamente; el pueblo iraquí lucha por sobrevivir sin los suministros adecuados de agua, cloacas, y electricidad; la situación política se exaspera y explota episódicamente en secuestros, asesinatos, y violentas represalias; las elecciones tan promocionadas sirven para poco más que rituales inútiles; los representantes electos pelean y debaten, sin alterar para nada al mundo fuera de la sala de reuniones. Pese a todo esto, el Presidente George W. Bush nunca deja de percibir avances, y promete siempre que las fuerzas estadounidenses abandonarán Irak tan pronto como el gobierno iraquí se torne capaz de proporcionar seguridad.

Por lo tanto, cuando un informe noticioso genuino aparece, incluso en la portada de la edición dominical del Washington Post, podemos no darnos cuenta de que algo significativo realmente ha cambiado. El artículo que tengo en mente, de Robin Wright y Ellen Knickmeyer, apareció el 14 agosto con el título y el subtítulo de “Los EE.UU. Disminuyen las Expectativas de lo que Puede Lograrse en Irak: Funcionario Afirma que la Administración Está Despojándose de la ‘Irrealidad’ que Dominó a la Invasión.” A pesar de que el artículo cita a varios expertos ajenos al gobierno, su impacto proviene de declaraciones atribuidas a anónimos “funcionarios en Washington y en Bagdad” de alta jerarquía. Tales “filtraciones” consisten a menudo en información que el gobierno desea que llegue a la gente, aún cuando sus declaraciones oficiales continúen siguiendo una línea narrativa distinta. El gobierno puede desear ver cómo reacciona la gente ante las revelaciones filtradas o morigerarlas para un futuro cambio en la política.

La administración Bush, explica el artículo, ya no espera más producir una democracia modelo, una industria petrolera en buen funcionamiento, o “una sociedad en la cual la mayor parte de los individuos esté libre de desafíos serios en materia de seguridad o económicos” en Irak. En síntesis, el país se encuentra en un estado terrible, y el gobierno estadounidense no puede resolver los problemas más apremiantes de los iraquíes. Según un funcionario senior de los EE.UU., “lo que esperábamos lograr nunca fue realista conforme el programa o lo que se desarrolló sobre el terreno. Estamos en proceso de absorber los factores de la situación en la que nos encontramos y de despojarnos de la irrealidad que dominó desde un comienzo.”

Para apreciar cuan impactante es esta declaración, uno debe recordar que hace no mucho tiempo atrás, un miembro del staff de Bush fue citado diciendo, “Somos actualmente un imperio, creamos nuestra propia realidad.” En verdad, desde el 11/09 la política exterior de la administración Bush ha sido todo lo que una política exterior realista no es. La ocupación basada en la fe de Irak por parte del gobierno, sin embargo, no ha soportado bien las granadas propulsadas con cohetes, los improvisados dispositivos explosivos, las pequeñas armas de fuego, y las descargas de mortero que continúan apaleándola con penosa regularidad, inflingiendo hasta ahora casi 2.000 muertos y unos 14.000 heridos entre las fuerzas militares de los EE.UU.. Una administración destacada por su arrogancia promete ahora “desprenderse de la irrealidad” que es la base de su invasión y ocupación.

El propio presidente, por supuesto, continúa entonando la misma canción. No se vería bien si se desviase abruptamente de su resolución al estilo churchilliano de “terminar el trabajo.” (Olvídese de la celebración de la “misión cumplida” sobre el portaviones pocos años atrás—un mero espasmo de una tarea falsa.) No obstante, a pesar del valiente pretexto del presidente, otro funcionario indiscreto concede que, “Nos propusimos establecer una democracia, pero lentamente nos estamos dando cuenta de que tendremos alguna forma de república islámica.” Debido a que la democracia políticamente correcta que los ocupantes estadounidenses tenían en mente no puede ser instalada, los iraquíes tendrán, por ejemplo, no igualdad de derechos para las mujeres sino la clase de derechos que las mujeres gozan en Irán. Oh, bien, un mundo basado en la realidad no es siempre un lugar agradable para hacer funcionar a un proyecto neo-jacobino para la liberación y la democratización global. Avancemos.

Si la administración admite ahora que su deseada transformación de los asuntos políticos, sociales y económicos de Irak no es factible y que no puede vencer a las fuerzas de la resistencia que se oponen a su continuada ocupación, ¿empacarán y se marcharán los estadounidenses, colocando todos sus huevos de propaganda en una canasta rotulada “al menos derrocamos a ese horrible dictador que era Saddam Hussein”? Por su puesto que no. El programa para crear un paraíso democrático en Irak puede haber colisionado con la realidad, pero esa colisión no implica que las fuerzas estadounidenses procederán a evacuar el lugar del experimento fallido. Suponer esto implica malinterpretar porqué fueron enviadas allí en primer lugar.

Actualmente, muchísimos comentaristas han especulado respecto de por qué fueron enviadas esas fuerzas. Algunas personas tomaron seriamente las propias justificaciones proferidas por la administración para la invasión y la ocupación: para desarmar a los iraquíes de las armas de destrucción masiva; para desplazar a un régimen que cobijó a terroristas islámicos que planteaban una seria amenaza para los estadounidenses y sus aliados; para edificar una democracia que serviría como un faro de esperanza y un ejemplo brillante para todos los pueblos del Medio Oriente y los inspiraría a emular la exitosa historia iraquí en sus propias tierras; y así sucesivamente—la administración ha procedido a través de una serie de tales propósitos anunciados. Por supuesto, estos objetivos anunciados nunca fueron más que pretextos—lo que los políticos llaman “puntos de discusión,” notoria propaganda dirigida a calmar al pueblo estadounidense mientras el gobierno realizaba la proeza.

No había armas de destrucción masiva (WMD como se las conoce en inglés) de las cuales desarmar a los iraquíes, ninguna conexión genuina entre el régimen de Saddam y los terroristas del 11/09, ninguna posibilidad realista de construir una democracia pacífica, ordenada y que funcione bien en Irak. No siendo idiotas, la gente de Bush tiene que haber sabido estas cosas desde el principio, incluso si el propio presidente vacuo las desconocía. Seguramente no creyeron su propia historia ni los relatos mentirosos. (Atribuir las afirmaciones falsas de la administración a la inteligencia defectuosa es simplemente un cambio de la responsabilidad ex post, ya que el Vicepresidente Dick Cheney y el resto de los guerreros de escritorio neoconservadores lucharon con uñas y dientes contra todo aquel en la comunidad de inteligencia que insistía en que las declaraciones carecían de fundamentos adecuados y verdaderos.)

Lo cual nos regresa al interrogante de ¿por qué el equipo de Bush invadió Irak? La hipótesis más plausible ha parecido ser siempre la de que lo hizo como parte de un plan más grande para rehacer los estratégicos contornos del sudoeste asiático, desde el Mediterráneo a China, desde Kazajstán al Mar Arábigo. Alojando a las fuerzas de los EE.UU. en el corazón de la región, en Afganistán e Irak, los Estados Unidos se encontrarían bien posicionados para lanzar ataques futuros contra, digamos, Siria o Irán, si el presidente y sus lugartenientes se decidiesen a hacerlo. Sin embargo, aún sin esos ataques adicionales, los estadounidenses serían capaces de amenazar creíblemente o de intimidar a países en la región a fin de asegurar su acatamiento a las exigencias de los EE.UU..

Al controlar de manera efectiva a la región, el gobierno de los Estados Unidos conseguirá varios de sus ansiados propósitos. Primero, eliminará o disminuirá enormemente las amenazas planteadas a Israel por parte de países como Siria e Irán. Segundo, controlará gran parte de la extracción y del transporte de petróleo y de gas en una región considerada ricamente dotada con depósitos sin explotar de esos cotizados combustibles fósiles. Tercero, fustigará a los rusos y a los chinos, excluyéndolos de la hegemonía o de una influencia sustancial en las tierras del Gran Juego. Cuarto (pero meramente incidental, usted comprenderá), los importantes simpatizantes del equipo de Bush harán toneladas de dinero: Halliburton, Bechtel, Chevron, Unocal, Shell, y el resto de los buenos viejos muchachos, para no mencionar a los proveedores de armas y a los mercenarios.

En las postrimerías de la invasión y de dos años y medio de ocupación, en la ahora desvastada Irak, es desafortunado que los iraquíes no se doblegarán ante las fuerzas estadounidenses, pero se precisa no hacer descarrilar al plan mayor. El gobierno estadounidense continuará, obviamente, fingiendo que está haciendo todo lo posible para establecer un paraíso democrático en Irak, pero si los locales patean y chillan demasiado, entonces la administración Bush tendrá tan solo que “deshacerse de la irrealidad” de sus expectativas iniciales. ¿Y entonces qué? Esa es la pregunta clave, para la cual podemos conjeturar una respuesta con alguna confianza.

Es probable, que el gobierno de los EE.UU. fingirá que sus títeres iraquíes adecuadamente electos se han hecho cargo del gobierno, con lo cual esos líderes iraquíes prontamente negociarán un Acuerdo de Situación de las Fuerzas a fin de mantener la presencia militar estadounidense en el país. Los funcionarios estadounidenses niegan enérgicamente que los Estados Unidos intenten mantener una presencia militar permanente en Irak. El Secretario de Defensa Donald H. Rumsfeld declaró en febrero pasado, “No tenemos intención alguna en el presente de colocar bases permanentes en Irak.” Por supuesto, cuando llegue el mañana, las condiciones sobre el terreno de algún modo justificarán lo que los estadounidenses jamás “planearon” el día de ayer. El embajador de los EE.UU. en Irak, Zalmay Khalilzad reiteró recientemente, “No estamos procurando mantener bases permanentes en Irak,” pero enfatizó que los Estados Unidos negociarán con un gobierno iraquí electo respecto de su continuada presencia militar. Uno no precisa ser un experto en ciencia aeroespacial para comprender quien detentará la ventaja en tales “negociaciones.” Mientras las fuerzas estadounidenses permanezcan en Irak, ningún grupo de iraquíes electos constituirá un gobierno genuino en razón de que serán impotentes para resistir la voluntad de esas fuerzas extranjeras. Los iraquíes pueden quejarse y exigir mayores sobornos, pero todos conocen de quien son los deseos que habrán sido cumplidos cuando se calme la situación.

A pesar de que eventualmente algunos efectivos estadounidenses puedan ser retirados de Irak, tenemos una buena razón para sospechar que muchos—quizás 50.000 o 60.000—permanecerán, en virtud de que sus bases permanentes ya se encuentran en construcción. Quinientos millones de dólares para este proyecto fueron incluidos en la apropiación suplementaria para la guerra en Irak aprobada el pasado mes de mayo. El plan, ampliamente discutido en diversos medios noticiosos, exige que las fuerzas estadounidenses, actualmente dispersas alrededor del país en más de un centenar de bases, sean concentradas en catorce bases grandes y fortificadas como un paso previo a su eventual consolidación en cuatro gigantescas y fuertemente fortificadas mega-bases.

Una vez que esta reubicación haya sido completada, los Estados Unidos pueden utilizar las bases para atender significativas intenciones en la implementación de su plan más grande para la región. Los iraquíes pueden pelearse entre sí día y noche, mientras que no amenacen la seguridad de las mega-bases. La esperanza, por supuesto, es que una vez que las fuerzas estadounidenses se hayan reposicionado en estos enclaves, la resistencia iraquí perderá interés en atacar a los estadounidenses y canalizará sus energías para unirse a una coalición concentrada en la política común y corriente—es decir, en el saqueo de los ingresos petrolíferos del país. Si persisten en la matanza de unos contra otros, bien, la administración Bush se percatará de que nada puede hacer para detenerlos—salvo abandonar el país, lo que ciertamente no hará bajo ninguna circunstancia—y por lo tanto se conformará con proteger a las fuerzas de los EE.UU. dentro de las grandes bases, donde estarán protegidas de la carnicería de los campos adyacentes por defensas amplias, letales y perimetrales.

Larry Diamond, un ex consultor de la autoridad estadounidense de ocupación y autor de Squandered Victory: The American Occupation and the Bungled Effort to Bring Democracy to Iraq, le dice a Los Angeles Times: “No sé por qué no podemos decir, ‘No es nuestro objetivo establecer con una duración indefinida bases militares en Irak, desde las cuales podamos operar en el Medio Oriente para nuestros propios propósitos geopolíticos.’” Bien, Dr. Diamond, los funcionarios estadounidenses ciertamente pueden decirlo; de hecho, todos desde el presidente hasta el secretario de defensa al embajador estadounidense ya lo han dicho. El problema es que, en vista de la construcción estadounidense en curso de bases permanentes en Irak, estos peces gordos estadounidenses evidentemente no quieren significar lo que dicen. Imagínese eso.

Los Estados Unidos comenzaron su ocupación de Alemania y de Japón sesenta años atrás, no obstante grandes bases militares estadounidenses permanecen al día de hoy en esos países. ¿Cree alguien que los estadounidenses en verdad abandonarán sus mega-bases en Irak solo porque los iraquíes desean que los yankees se regresen a su casa? Eso arruinaría el gran plan, ¿no es así? El pretexto, al parecer actualmente, es prescindible, pero el plan muy probablemente no lo sea.

Traducido por Gabriel Gasave

Artículos relacionados