Un comentario del libro Christianity and War; And Other Essays against the Warfare State de Laurence M. Vance (Pensacola, Florida: Vance Publications, 2005); 118 páginas.

Cuando se le pidió que nombrase a su filósofo político favorito a fines del año 1999, durante un debate con otros republicanos en la campaña para la nominación presidencial, George W. Bush mencionó a Jesucristo. El respaldo a Bush de parte de los grupos y de los votantes cristianos es ampliamente conocido, y la afluencia de millones de cristianos evangélicos ha merecido ampliamente el crédito por su reelección.

Según el punto de vista de incluso más millones de estadounidenses, Bush y el Partido Republicano afirman y defienden sus costumbres cristianas y su orgullo patriótico mejor que candidatos demócratas tales como John Kerry. La mayor parte de la vasta población cristiana de los Estados Unidos es de inclinación conservadora; y los pronunciamientos públicos de Bush acerca de su fe en Jesucristo, junto con sus apelaciones retóricas a los valores estadounidenses clásicos, han indudablemente acumulado el apoyo de muchos cristianos que se sienten orgullosos de tener a un presidente vocalmente cristiano que los represente, en lugar de a un supuestamente pagano titular del Poder Ejecutivo como Bill Clinton.

Un factor fundamental en todo esto es la percepción de que Bush no vacilará en “defender a los Estados Unidos”—de que él es supuestamente más eficaz que otros políticos, en especial los demócratas, para agresivamente librar la guerra en el Medio Oriente. No pocos cristianos ven a la “guerra contra el terrorismo” como una “cruzada”—tal como Bush alguna vez la denominó—y no solamente en términos metafóricos; sino como un genuino choque de civilizaciones que ha puesto al cristiano occidental en contra del Islam. Al combinar a este fervor religioso con el orgullo nacionalista, millones de halcones estadounidenses ven a las fuerzas civilizadoras de unos Estados Unidos cristianos amantes de la libertad, involucradas en una batalla por la supervivencia contra los musulmanes extranjeros que aborrecen nuestra libertad.

¿Resiste un análisis serio la causa cristiana en favor de la guerra? ¿Debería la gente estar de acuerdo con el Reverendo Jerry Falwell respecto de que “Dios está a favor de la guerra”? Sabemos que difícilmente Bush haya honrado su promesa de la campaña del año 2000 a favor de una “política exterior más humilde,” pero ¿ha actuado de manera consistente con su afirmación de que traza su filosofía política basándose en Jesús? Si la respuesta es no en todos los aspectos, ¿son universalmente aplicables y útiles algunas de las lecciones enseñadas por los académicos cristianos que se oponen a la guerra sobre los males de la misma, para aquellos que podrían no identificarse estrictamente con el cristianismo, pero que sin embargo respetan el impacto positivo e indescriptiblemente grande de los valores cristianos en el fomento de los principios de la libertad y de la paz en el desarrollo de la civilización occidental?

En cierto sentido, los estados Unidos no son técnicamente del todo una nación cristiana, no obstante que en otro, la importancia de los principios cristianos en el nacimiento de los Estados Unidos de América se vuelve clara en los escritos de incluso los más deístas y agnósticos de los Padres Fundadores de la nación. La importancia universal del cristianismo en nuestra cultura es total. Lo que los cristianos a través de los Estados Unidos estiman como puntos de vista legítimamente cristianos o como diabólicamente no cristianos, especialmente en la medida en que ellos se relacionan con políticas gubernamentales tan importantes como la de la guerra, nos afecta a todos. Eso no puede negarse.

Cuan maravilloso resulta, dadas todas estas cosas, que Laurence Vance haya vuelto disponible una selección de sus escritos en un libro intitulado Christianity and War; And Other Essays against the Warfare State, el cual contiene 13 ensayos, cuatro de los cuales se concentran de manera explícita en temas cristianos y nueve tratan de un modo más general de la guerra y del imperio y de porqué todos los estadounidenses debieran oponerse a esa inmoral, no estadounidense y pecaminosa institución dedicada a una agresiva matanza masiva a la que se conoce como las fuerzas armadas de los EE.UU., al menos en su contexto actual. Los ensayos son en su totalidad fáciles de leer e informativos y explican porqué cualquier estadounidense que tome con seriedad a los principios morales y políticos, trazados en las Escrituras y en las enseñanzas religiosas así como también por los Fundadores de los Estados Unidos y por la pura razón, deben renunciar al estado beligerante estadounidense en su forma actual, y, por cierto, en la forma que el mismo ha asumido durante más de 100 años.

La Religión y la Guerra

Intentar llegar a la gente en base a los méritos de la paz y de los peligros de la guerra no siempre es fácil, en particular cuando se aferran estrechamente a las que ellos consideran son las enseñanzas de su fe religiosa, las que validan o que incluso avalan la guerra. Con millones de estadounidenses cristianos que forjan sus actitudes respecto de la guerra basándose en las lecciones sedientas de sangre de sus clérigos belicosos, no resulta demasiado sorprendente, pero no obstante decepcionante, observar que muchos reemplazan a la fe en Dios con la fe en el estado, y al respeto por las enseñanzas del Príncipe de la Paz con los reclamos por sangre provenientes del dios de la guerra. Incluso muchos estadounidenses católicos a favor de la guerra, se sometieron a Bush, y no al Papa, en la premura hacia la Guerra de Irak.

Al analizar, punto por punto, a la interpretación de Falwell de las Escrituras, Vance refuta la idea de que, en palabras de Falwell, “Dios está a favor de la guerra”:
Sabemos por la Biblia que Dios está a favor de la santidad y de la honradez, pero decir que Dios está “a favor de la guerra” no suena como una descripción que haya leído alguna vez en un libro de teología sistemática. ¿Estuvo Dios a favor de Guerra de Crimea? ¿Estuvo Dios a favor de la Guerra de la Sucesión Austriaca? ¿Estuvo Dios a favor de la Guerra de las Rosas? ¿De qué lado se encontraba [él] en estos conflictos? Lo que Falwell en verdad quiere decir es que Dios está a favor de las guerras estadounidenses. El seudo patriotismo desvergonzado de Falwell es una violación del tercer mandamiento en la Biblia a la que él profesa creer: “No tomarás el nombre del Señor tu Dios en vano.”

Aquí es donde observamos a la tesis central y crucialmente perspicaz de Vance: los estadounidenses cristianos han, en general, transformado a la fe en Dios en la fe en la nación-estado estadounidense, especialmente en lo que respecta a la guerra. Pero la guerra, como convincentemente lo sostiene Vance, entra en conflicto con las largamente honradas tradición y literatura cristianas. Citando convincentemente a la Biblia, Vance demuestra que la obediencia y la confianza ciegas al y en el estado son directamente contradictorias con la obediencia a y la confianza en Dios.

Muy intrigante es la exposición de Vance sobre el título del ensayo de Hugo Grocio, La Teoría de la Guerra Justa, como si el mismo perteneciese tanto a la causa justa como a las prácticas justas en la guerra. La guerra debe tener

una causa justa (una correcta intención [la defensa propia] con un objetivo), proporcionalmente (una situación lo suficientemente grave como para justificar la guerra), una posibilidad de éxito razonable (objetivos alcanzables), una declaración pública (una advertencia limpia, una oportunidad para evadirla), una declaración solamente por parte de la autoridad legítima, y ser el ultimo recurso (eliminadas todas las otras opciones).

Además, incluso una guerra defensiva justamente iniciada, debe ser llevada a cabo solamente contra objetivos legítimos y debe respetar las doctrinas de la proporcionalidad y del trato justo para con los prisioneros.

Muchas guerras estadounidenses han fallado miserablemente en cumplir estos estándares, y un montón de ellas han fallado en todos los aspectos. Desgraciadamente, muchos cristianos defienden a la mayoría de estas guerras, y algunos de ellos fueron inclusive a pelear, al menos implícitamente, en nombre del cristianismo. (Un ejemplo absurdo que viene a la mente, es la afirmación expresada en la época de la Guerra Hispano-Estadounidense de que el gobierno de los EE.UU. se encontraba trabajando a fin de “cristianizar” a la en su mayoría ya cristiana población de las Filipinas—una intervención que, como nos lo recuerda Vance, se cobró las vidas de más de 200.000 personas, mayormente civiles.) El hecho de que el cristianismo fuese a ser abusado en nombre de una guerra agresiva no es, sin embargo, algo novedoso. Vance cita a “Veritatis Amans” en un ensayo del año 1847:

Muchas de las guerras cuyas desoladoras marejadas han revelado a la tierra, han sido emprendidas en nombre y bajo la autorización de aquellos quienes profesan el nombre de Cristo.
Dos de los ensayos más impactantes de Vance —“Should a Christian Join the Military”? y “Christian Killers”?— no tienen pelos en la lengua al momento de delinear el apremiante conflicto vivido personalmente por aquellos cristianos que actualmente están cumpliendo ordenes para las fuerzas armadas de los EE.UU. en sus agresivas acciones. En una profunda sección en el primero de estos artículos, Vance expone el caso de que los militares estadounidenses violan cada uno de los Diez Mandamientos. En el segundo artículo, explora la curiosa situación de que muchos cristianos ven menos contradicción en el término “asesinos cristianos” que la que verían en frases similarmente incongruentes, tales como “proxenetas cristianos” o “adúlteros cristianos.”

La Moralidad y la Guerra

Como lo destacara al comienzo, el libro de Vance tiene relevancia no solamente para los cristianos sino para todos los que están interesados en la causa moral contra la guerra y las críticas razonadas contra la ciega lealtad para con el estado beligerante. Incluso en los ensayos que se centran en el cristianismo, él posee mucha información ecuménicamente útil, tal como un breve sumario de las mentiras dichas por los principales presidentes belicistas de los Estados Unidos desde James Polk hasta los dos George Bush. Apela a la moralidad universal, explicando porqué los cristianos y los no cristianos por igual deberían oponerse a la guerra agresiva, con preguntas paralelas tales como “Debería un cristiano unirse a las fuerzas armadas? ¿Debería alguien unirse a las fuerzas armadas”?

Sin embargo, los argumentos claramente cristianos contra la guerra pueden encontrarse entre el contenido más interesante del libro, aún para el estadounidense no cristiano y que se opone a la guerra, en la medida que los mismos entretejen juntos una ordena síntesis de los principios religiosos de la paz, rara vez escuchados por estos días. Así como uno no precisa ser un ateo para encontrar valor en el razonamiento en contra de la guerra basado en los valores inherentemente seculares del Objectivismo*, especialmente en estos días cuando demasiados objectivistas favorecen la guerra, así tampoco uno necesita ser un cristiano para reconocer la fortaleza del razonamiento en contra de la guerra basado en el cristianismo, especialmente en estos días cuando del mismo modo demasiados cristianos están a favor de la guerra. Más que apelar simplemente a la autoridad del cristianismo—lo cual, con sus citas de las escrituras, el autor lo hace muy bien—Vance está formulando un argumento razonado de que los cristianos se encuentran sosteniendo posiciones contradictorias si es que afirman seguir tanto a Cristo como al secular dios de la guerra.

Además, como se mencionara, los artículos 5 al 13 se centran no en el cristianismo y la guerra, sino en la guerra propiamente dicha. Vance tiene secciones dedicadas a los males de la guerra, y a la naturaleza del imperio estadounidense, las cuales poseen todas un innegable atractivo universal, pero que también se vinculan placenteramente con sus primeros ensayos, formando una cohesionada colección de argumentos en un intento por llegar al compatriota cristiano que ha sido erróneamente guiado a apoyar la conflagración bélica.

Uno de los más impresionantes de estos ensayos es “Jefferson on the Evils of War.” Si los estadounidenses cristianos se han extraviado de su fe, para pasar a alentar al estado guerrero, todos los estadounidenses a favor de la guerra han abandonado los principios de uno de nuestros grandes Padres Fundadores al hacerlo. En lugar de deslizar tan solo un par de joyas, como hacen muchos al citar las inclinaciones de Jefferson hacia la paz, Vance proporciona más de 11 páginas de valiosas citas que dan cuenta de su consistente oposición a la guerra. “He visto lo suficiente de una guerra para no desear jamás ver otra,” dijo Jefferson, quien “aborrecía la guerra y la veía como el mayor flagelo de la humanidad.” Vance muestra como las opiniones de Jefferson sobre la guerra agresiva no eran ambiguas, al documentar la oposición general de este Padre Fundador a ella así como también sus observaciones especificas respecto de la experiencia estadounidense, de las formalidades para declarar legítimamente a la guerra, y de los ejércitos permanentes.

Los Ejércitos Permanentes

Tan solo respecto de esta ultima cuestión demasiado desatendida, Vance presenta argumentos maravillosos contra la que los Padres Fundadores consideraban una de las principales aflicciones de su época: los ejércitos permanentes durante los periodos de paz. Thomas Jefferson mencionaba a los ejércitos permanentes como un componente tiránico de la Corona Británica en la Declaración de la Independencia y los describió como

instrumentos tan peligrosos para los derechos de la nación y que los coloca totalmente a merced de sus gobernantes, que esos gobernantes, ya fuese el poder legislativo o el ejecutivo, deberían encontrase limitados de mantener tales instrumentos en pie, salvo en casos bien definidos.

Vance no solamente consulta a Jefferson sobre los males de los ejércitos permanentes, sino que le dedica grandes fragmentos de otros dos ensayos al tema, cada uno trazando una voz importante en la historia de la fundación de los Estados Unidos: “Brutus,” el pseudónimo acreditado con 16 ensayos virtualmente olvidados y escritos en oposición a los Papeles Federalistas y a la ratificación de la Constitución; y “Cato,” el seudónimo que recibe el crédito por la colección de 144 ensayos, conocidos en su conjunto como las Cartas de Cato, las cuales expusieron los argumentos en favor de la libertad en Gran Bretaña a comienzos de 1720 y fueron una fuente de inspiración para los revolucionarios estadounidenses medio siglo más tarde.

Los antifederalistas por quienes hablaba Brutus, tenían muchas reservas acerca de la Constitución, gran parte de las cuales eran los ejércitos permanentes. Como lo expresa Vance,

En cuatro de sus dieciséis ensayos... explica como el establecimiento y el mantenimiento de ejércitos permanente engendra el temor, es destructivo para la libertad, y debería ser visto como un flagelo para un país en vez de cómo un beneficio.
En palabras de Brutus,
La facultad del legislativo federal, para erigir y mantener ejércitos a su antojo, tanto en la paz como en la guerra, y su control sobre las milicias, tiende, no solamente a una consolidación del gobierno, sino a la destrucción de la libertad.

Vance incluye otras citas de pensamientos provocativos de Brutus, incluida su contienda con Alexander Hamilton sobre el tema de los ejércitos permanentes.

Al discutir las Cartas de Cato, Vance demuestra que su temprano liberalismo clásico, en gran medida tal como los principios antifederalistas de Brutus y el individualismo de Thomas Jefferson, tenía poca simpatía por la guerra. Los ensayos de 1720 “preferían el comercio a la conquista” y, en sus propias palabras, se oponían fuertemente a los gobernantes que

[involucraban] a su país en guerras ridículas, costosas, y fantásticas, a fin de mantener las mentes de los hombres en una prisa y en una agitación continuas, y bajo constantes proezas y alarmas.

Cato denominaba a los ejércitos permanentes “maldiciones permanentes en todo país bajo el sol, donde eran más poderosos que el pueblo”; opinaba que “es cierto, que todas las partes de Europa que se encuentran esclavizadas, han estado esclavizadas por los ejércitos; y que es imposible, que cualquier nación que los ampare entre ellos pueda preservar sus libertades durante mucho tiempo”; afirmaba jamás haberse “encontrado con un hombre honesto y razonable fuera del poder que no estuviese sinceramente en contra de los ejércitos permanentes”; y sostenía que “los grandes imperios no pueden subsistir sin grandes ejércitos, y que la libertad no puede subsistir con ellos.”

La presentación que realiza Vance de la oposición de Brutus, Cato, y Jefferson a los ejércitos permanentes está particularmente muy bien ponderada. Lo que muchos de los principales arquitectos filosóficos de la Revolución Estadounidense veían como una signo y un implemento seguros de la tiranía, la mayoría de los estadounidenses de hoy día, incluidos muchos libertarios, la consideran como una parte aceptable, necesaria, y obvia de la seguridad nacional y del estilo de vida estadounidense.

Vance también presenta y sustancia ocho acontecimientos poco conocidos acerca de Irak, incluido que “No existía ningún país llamado Irak hasta que el mismo fue creado por los británicos en 1920” y que “los Estados Unidos ya patrocinaron dos cambios de régimen anteriores en Irak.” Discute la Guerra de Crimea, la cual, sostiene, “debería haber sido la ‘guerra para terminar con todas las guerras’ en lugar de ser una precursora para la matanza de la guerra que volvió ‘seguro al mundo para la democracia.’” Y trata también las horribles realidades del combate y la terrible preponderancia de la guerra en el mundo moderno. La última sección del libro está repleta de poderosa documentación sobre cuan extenso se ha vuelto el imperio estadounidenses, proporcionando listados de sitios en los cuales los Estados Unidos han intervenido y continúan teniendo una innecesaria presencia militar. Escribe,

El número total de efectivos desplegados en el exterior era [al 30 de septiembre de 2003] de 253.764, no incluyendo a los efectivos estadounidenses en Irak. El total del personal militar al 30 de septiembre de 2003, era de 1.434.277. Esto significa que el 17,6 por ciento de las fuerzas armadas de los EE.UU. se encontraban desplegadas en territorio extranjero, y ciertamente más del 25 por ciento si los efectivos de los Estados Unidos en Irak fuesen incluidos. Pero sin considerar cuantos efectivos tenemos en cada país, la circunstancia de poseer tropas en 135 países resulta demasiado.

El libro de Vance ofrece una importante contribución a la causa de la paz. Fácil de leer, elocuente, y bien razonado, el mismo resulta útil para enseñarle al lector acerca de los principios cristianos de la paz, tan a menudo olvidados por muchos de los halcones cristianos de la actualidad; y posee un potencial poco común para atraerlos y para convencerlos respecto de sus errores e inconsistencias. Lo recomiendo como una encantadora atracción y una lectura rápida, tanto para cautivar a los cristianos que apoyan la guerra como para iluminar a los no cristianos acerca de cuál es la perspectiva del verdadero cristiano sobre la guerra y el imperio.

La necesidad de hacer retornar a los Estados Unidos a la paz y a la no intervención, tal vez nunca haya sido más grande. Quizás nunca haya sido más importante defender los principios de la paz. Por estas razones, es crucial que los argumentos a favor de la paz sean esbozados claramente, convincentemente, y a menudo, dentro de tantos marcos filosóficos y grupos ideológicos como sea posible. Es vitalmente necesario y útil llegar a las audiencias que apoyan la guerra en una deslumbrante contradicción con otras creencias a las cuales afirman juramentarle total fidelidad. Por el potencial que posee el libro de Vance para llegar a muchos que de otra manera no serían nunca alcanzados, y por ofrecerle a sus lectores varios argumentos racionales y morales muy importantes en contra de la guerra, Vance merece el agradecimiento de aquellos de nosotros que amamos la paz y la libertad y que estamos trabajando para verlas restauradas en los Estados Unidos de América.

*Nota del Traductor:
El Objetivismo es la filosofía de la razón, aquella que sostiene a la vida humana-la vida adecuada para un ser racional-como norma de valores morales, rechazando al altruismo como algo incompatible con la naturaleza del hombre, con los requerimientos creativos de su supervivencia y con una sociedad de individuos libres. La misma se originó con la Sra. Ayn Rand (1905-1982) una de las figuras más discutidas de la escena intelectual contemporánea y autora, entre otras obras, de la formidable novela La Rebelión de Atlas, editada en Nueva York en el año 1957.

Reimpreso con autorización de The Future of Freedom Foundation. Copyright © 2005 The Future of Freedom Foundation.

Traducido por Gabriel Gasave


Anthony Gregory fue Investigador Asociado en el Independent Institute y es el autor de American Surveillance.