Los Estados Unidos se están convirtiendo en un estado policial. Cada año, más y más acciones se vuelven oficialmente prohibidas u oficialmente exigidas. El ámbito para que los individuos decidan cómo vivir sus propias vidas se torna constantemente más estrecho. La lista de crímenes se hace más y más larga, y cualquier desviación puede hacer presa al ciudadano de la cólera de la policía, de los tribunales, y de las prisiones--para no mencionar la encendida violencia de la Oficina Federal de Investigaciones (FBI), la Oficina del Alcohol, el Tabaco y las Armas de Fuego, y la Administración de la Lucha contra las Drogas (DEA).

Nadie sabe cuándo el estado atacará, porque nadie puede posiblemente saber si está violando la ley--hay muchas más leyes, reglamentos y ordenanzas que las que cualquier persona puede posiblemente comprender, mucho menos obedecer. Los ciudadanos están siendo castigados ahora por "crímenes" tales como rellenar charcos de fango o cortar árboles en su propia tierra, vender vitaminas e hierbas, y cobrar para trenzarle a alguien su cabello sin una licencia. Muchos son castigados por crimen alguno, cuando su propiedad es confiscada sin el debido proceso legal en las denominadas pérdidas civiles.

¿Cómo pueden los estadounidenses detener la expansión del estado policial? No existe una respuesta sencilla, pero algunos prerrequisitos se encuentran claros.

Primero, la gente debe tener una comprensión más clara acerca de que emplear al gobierno para imponer sus preferencias personales sobre los demás, conduce inexorablemente hacia una sociedad dominada por quienes detentan la autoridad. Uno puede desaprobar muchas cosas, incluyendo el uso de narcóticos peligrosos o de medicinas "caseras", la imprudente indiferencia de algunos urbanizadores para con la flora y la fauna, las decisiones de los adolescentes de abandonar la escuela, y las opiniones incivilizadas expresadas por ciertos artistas. Pero uno no puede justificar el uso del poder del estado para aplastar a aquellos cuyas acciones nos resultan simplemente absurdas o anti-estéticas.

Segundo, la gente debe tener una comprensión más clara de que, en política, las cosas raramente son lo que representan ser. Al gobierno le sienta fingir: a menudo no hace lo que demanda hacer, por ejemplo proteger la vida y la propiedad, y a menudo hace lo que prometió no hacer, por caso escoger a ciertos grupos o individuos para el castigo selectivo debido a sus atributos o creencias impopulares. Porque el gobierno y la mendacidad van de la mano, es siempre riesgoso confiar en el gobierno. Confiarle que efectué concienzudamente miles de actividades importantes más allá de lo que cualquier persona puede supervisar, es completamente temerario.

Como una estrategia política práctica, podría ser valioso concentrarse exclusivamente en la derogación de las leyes existentes. Nos encontramos enredados en tantas restricciones injustificadas, que la necesidad más inmediata es cortar algunas de estas cadenas. Para algunos individuos esto puede ser visto como un programa desagradable y negativo. Pero nada es más positivo que nuestras libertades. Con cada cadena que cortemos, seremos un poco más libres. Hay tanto que merece ser demolido. Quedarnos satisfechos con nuestra actual condición es aceptar a los funcionarios del gobierno como nuestros amos, y los hombres y las mujeres nacidos libres nunca pueden hacer esa concesión.

Traducido por Gabriel Gasave


Robert Higgs es Asociado Senior Retirado en economía política, editor fundador y ex editor general de The Independent Review