En la rica tradición de los artilugios políticos que tienen lugar dentro de los límites de la ciudad de Washington D.C., los congresistas republicanos, todos demasiado mareados con el reciente discurso sobre el Estado de la Unión del Presidente Bush, mojaron sus dedos en tinta púrpura para mostrar su solidaridad para con los iraquíes que votaron en los comicios iniciados por los Estados Unidos. Esa comodidad es probable que regrese para atacarlos. La predecible concurrencia de votantes en diversas áreas del país presagia un precario futuro para una federación unificada al estilo de la de los EE.UU.. En verdad, en el futuro, dicho cacareo republicano bien podría caer en ridículo tal como lo hiciera el discurso del Presidente acerca de la “Misión Cumplida” después de que la guerra de guerrillas estallara en Irak.

Admiro el coraje de los iraquíes que desafiaron riesgos significativos para concurrir a votar, pero los congresistas republicanos, seguramente sentados en el Capitolio estadounidense a miles de millas de distancia de la violencia iraquí, se preocuparon menos de los iraquíes y más respecto de sumar puntos en materia de relaciones públicas en favor del presidente contra los demócratas frente una audiencia televisiva nacional. Aquellos republicanos estuvieron tan cercanos a los peligros que enfrentaban los iraquíes como los fanáticos del Super Bowl (final del campeonato de fútbol americano) sentados en sus sofás estuvieron próximos a correr el riego de sufrir una lesión en el campo de juego.

Cuando guerrilleros armados rondan por el paisaje, incluso un voto democrático libre y justo puede ser irrelevante para el resultado. Según un artículo del New York Times de 1967, la administración Johnson estaba por entonces hecha unas Pascuas acerca de una asistencia de votantes del 83 por ciento en las elecciones sur vietnamitas. Todos sabemos cómo resultó ese conflicto: la mayoría concurrió a votar y la minoría armada eventualmente llegó a los pasillos del poder.

En Irak, como en Vietnam, la clave para la paz y la prosperidad es lograr que la minoría armada deje de cometer actos de violencia. Para hacerlo, el gobierno estadounidense debe examinar honestamente por qué los insurgentes sunnitas están peleando. En cambio, el presidente llama terroristas, criminales y continuadores del régimen de Saddam a los rebeldes. De hecho, aunque muchos de ellos caen dentro de esas categorías, los expertos concuerdan en que la mayoría son sunnitas comunes que combaten al percibido ocupante extranjero y temen que cualquier nuevo gobierno exigirá represalias por los años de un opresivo mandato sunnita. La insurgencia no sería ni de cerca tan efectiva sin el apoyo sustancial en la comunidad sunnita.

Si el presidente y el Congreso republicano realmente deseaban hacerle un favor al pueblo iraquí—después de autorizar una innecesaria invasión, la cual provocó un caos y una violencia generalizadas contra los iraquíes—abandonarían la ilusión de que el mero hecho de permitirles votar a los iraquíes los hará eventualmente libres y prósperos.

Irak fue creado por los británicos sobre la base de tres provincias del difunto Imperio Otomano en los años ''''20 y desde entonces ha sido un país artificial. El país, con díscolos grupos étnico-religiosos, se ha mantenido unido mediante la fuerza bruta. Saddam Hussein fue solamente el último en una larga línea de gobernantes sunnitas autocráticos y fue brutal, en parte, para mantener junto al fingido país. De concedérseles una verdadera opción—en vez de una restringida ofrecida por una fuerza de ocupación fuertemente armada a fin de elegir a los líderes de una federación unificada al estilo estadounidense—los iraquíes podrían desear una confederación desmembrada, con una autonomía incrementada para los distintos grupos étnico-religiosos, o incluso una partición del país en estados separados Destacados expertos afirman que las federaciones usualmente no son exitosas cuando las fisuras étnico-religiosas de una sociedad son fuertes—como en el caso de Irak.

La genuina auto-determinación que probablemente conduciría a tal gobierno descentralizado—acompañada por un rápido retiro de las fuerzas estadounidenses—posiblemente terminaría con el fuego de la insurgencia. El ocupante extranjero se habría ido y no existiría ningún gobierno central fuerte para amenazar con oprimir a los grupos que no lo controlaron. La seguridad sería provista localmente, en vez de a escala nacional, empleando a las milicias kurdas y chiitas existentes y los insurgentes se convertirían en fuerzas de seguridad en las áreas sunnitas.

Algunos sostienen que tal descentralización llevaría a una guerra civil debido a que no existen límites claros entre los distintos grupos en ciertas áreas del país—por ejemplo, en algunas grandes ciudades. Pero en una confederación, las ciudades podrían componer sus propias unidades autónomas. O si tuviese lugar una partición, las áreas en los nuevos estados no tendrían porque ser adyacentes. Después de todo, Alaska, Hawai, Puerto Rico, Guam, y las Islas Vírgenes estadounidenses no son contiguas con los Estados Unidos continentales.

Por lo tanto, en lugar de implicarse en trucos publicitarios tiñendo sus dedos de púrpura, los miembros del Congreso podrían emplear mejor su tiempo presionando a la administración Bush para que les brinde a los iraquíes una verdadera oportunidad de ponerle fin a la violencia, que es la de tornar a su país negro y azul. La verdadera libertad para el pueblo de Irak, la cual muy probablemente descentralice al gobierno iraquí, ofrece las mejores esperanzas para la estabilidad y la prosperidad en el largo plazo allí.

Traducido por Gabriel Gasave


Ivan Eland es Asociado Senior en el Independent Institute y Director del Centro Para la Paz y la Libertad del Instituto.