Matemos ya al sistema de defensa misilística

23 de December, 2004

El último de los inconvenientes en las pruebas del programa de defensa misilística de la administración Bush tendría que hacernos recordar que este exorbitante y vastamente politizado esfuerzo debiera de ser desechado.

Hasta el 11 de septiembre, a los ojos de los conservadores, la prueba tornasolada para el patriotismo era el apoyo a la defensa misilística. En la actualidad, han pasado a considerar al respaldo a la turbulenta Guerra de Irak como la insignia de un coraje de sofá. No obstante ello, los ataques del 11/09/01 demostraron que el programa de defensa misilística no se ocupaba de las amenazas más severas a las que se enfrentan los Estados Unidos.

Las amenazas más serias para el territorio estadounidense no llegarán en un misil. Las mismas seguramente consistirán en ataques que empleen ya sea medios convencionales—como en el 11/09—o armas nucleares, biológicas o químicas introducidas de contrabando en el país por barco o enviadas en una pequeña aeronave. Es improbable que los terroristas posean la tecnología para desarrollar misiles de largo alcance como a los que un sistema de defensa misilística se encuentra diseñado para interceptar utilizando otros misiles o rayos láser.

La defensa misilística podría ser un recurso de segunda instancia para el caso en que fracase la disuasión contra estados truhanes, tales como Irán o Corea del Norte, los que cuentan con misiles de largo alcance y programas pro armas nucleares.

La disuasión nuclear por lo general funciona incluso contra estados radicales debido a que, a diferencia de los terroristas, los mismos tienen un domicilio que puede ser incinerado con el enorme y poderoso arsenal nuclear estadounidense. Alternativamente, las defensas misilísticas podrían actuar como un escudo en la poco probable circunstancia de que ocurriese un lanzamiento nuclear accidental desde alguna de esas naciones. Pero tales sistemas defensivos son muy complejos y costosos de construir. En verdad, la defensa misilística es el sistema de armamentos más complicado jamás diseñado por el hombre.

El gobierno estadounidense ha tenido algunas pruebas de interceptación exitosas, pero estos ensayos no se asemejaban a las condiciones del combate actual y fueron orquestados para que tuviesen éxito. En la prueba fallida más reciente, el misil interceptor no fue tan siquiera capaz de despegar del suelo. Además, impactarle a un misil con otro misil (“pegarle a una bala con una bala”) no es el aspecto más riguroso del desarrollo—el mayor desafío es el de integrar a los interceptores, a los sensores y a las computadoras que administran la batalla.

La Missile Defense Agency ha gastado $80 mil millones (billones en inglés) desde 1985 y a cambio de ello tiene muy poco para mostrar. Durante los próximos cinco años, el gobierno de los EE.UU. desperdiciará otros $50 mil millones (billones en ingés) en programas de defensa misilística. Sin embargo, los estados pícaros probablemente serán capaces de aparecer con contramedidas baratas para aniquilar a los costosos sistemas defensivos.

A pesar de que el Pentágono sostiene que los sistemas nos defenderán de potenciales ataques con misiles desde Irán y Corea del Norte, algunos conservadores tienen la agenda oculta de usarlos para ir en contra de China. China posee actualmente tan solo cerca de 20 vetustos misiles de largo alcance los que podrían transportar ojivas nucleares hasta los Estados Unidos. Sin embargo, a diferencia de los relativamente pobres estados pícaros, la prospera China—que ya dispone de programas para modernizar a dichos misiles—podría simplemente construir más misiles ofensivos para abrumar a nuestras defensas.

En realidad, la fábula conservadora—aquella que afirma que durante los últimos años de la Guerra Fría, el programa de la Guerra de las Galaxias del Presidente Ronald Reagan infligió tanto temor en los corazones soviéticos que ayudó a hacer colapsar al bloque oriental— fue desmentido por la desestimación que el propio Presidente Soviético Mikhail Gorbachev hiciera del sueño de Reagan, al firmar que la URSS hubiese podido construir misiles ofensivos de una forma más rápida y más económica de la que los Estados Unidos podían construir sus costosas defensas misilísticas.

Los programas de defensa misílística de la actualidad son una mera sombra del esquema de Reagan, y Rusia puede ya saturar incluso al más ambicioso de ellos con miles de misiles de largo alcance.

Por lo tanto, si las defensas misilísticas no contrarrestan las principales amenazas y no superan la prueba del costo-beneficio ¿por qué se encuentran tan entusiastas respecto de ellas tanto la administración Bush como sus aliados conservadores? La respuesta primariamente es de que se trata de política. Aún después de una prueba fallida en diciembre del año 2002, el Presidente Bush, por propósitos electorales, ordenó la activación inicial prematura de un sistema rudimentario para el mes de septiembre de 2004 (el cual se encuentra varios meses atrasado en su cronograma en virtud de problemas en el desarrollo y de pruebas descartadas.)

Pese a que el programa de la Guerra de las Galaxias de Reagan era grandilocuente y un agujero negro financiero para los contribuyentes, muchos conservadores han utilizado los programas de defensa misilística de los tiempos que corren para aglutinar la fe alrededor del legado de su héroe. Constantemente, el Presidente Bush se compara a sí mismo con Reagan, y la continuidad de la defensa misilística ha sido una manifestación concreta de ese fenómeno.

Pero, en estos días, en lugar de vencer a los misiles que se aproximan, demasiadas lumbreras conservadoras están intentando destruir a nuevos monstruos—los terroristas y los guerrilleros iraquíes. El hecho de ganar una para el Gipper* ya no es más necesario a fin de encender a los conservadores. La administración Bush debería sacar partido de eso a efectos de reducir el profundo déficit presupuestario matando a los grotescamente despilfarradores programas de defensa misilística.

*Nota del Traductor:
George Gipp, el “Gipper,” fue el atleta más famoso de su generación, la gran figura de los años 20. Dicen que era la cabeza, el espinazo y las manos del equipo Notre Dame. Pescó una neumonía en un partido importante y se murió de repente, en plena gloria. Se afirma, que el entrenador del Notre Dame, el célebre Knute Rockne, en el primer partido importante tras el deceso, les pidió a sus pupilos que salieran a ganar, arengándolos al grito de “win one for the Gipper.”

La anécdota es sentimental pero eficaz, porque la invocación al compañero caído puede convertirse en un toque de clarín. El relato fue llevado al cine con Pat O””Brien en el papel de Rockne y con Ronald Reagan en el rol de Gipp. Este último, utilizó la famosa frase en su campaña presidencial, pidiendo que “Voten por el Gipper.”

  • es Asociado Senior en el Independent Institute y Director del Centro Para la Paz y la Libertad del Instituto.

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