No es una pequeña ironía que Abimael Guzmán -el revolucionario maoísta que fundó la organización terrorista peruana Sendero Luminoso hace unos 50 años y que falleció el 11 de septiembre- viviera lo suficiente como para ver a un marxista-leninista, Pedro Castillo, asumir la presidencia de Perú.

Aunque Guzmán y la mayoría de los miembros de Sendero Luminoso abandonaron el terror armado tras su captura en 1992, sus acólitos -representados hoy en día tanto en el gabinete del Sr. Castillo como en el Congreso peruano- nunca claudicaron en su anhelo de llegar al poder. El Sr. Castillo está impulsando una nueva constitución que concentraría el poder político y económico en el gobierno y ha designado a un primer ministro que es un antiguo simpatizante de Sendero Luminoso, medidas que ya están socavando la cohesión social y la confianza en la economía y que probablemente afectarán a la inversión privada. La situación no parece alentadora.

En 1989 y 1990, como joven activista en la campaña presidencial de mi padre, le acompañé a los funerales de algunos de los más de 100 miembros de su partido el Movimiento Libertad, la mayoría de ellos pobres, que habían sido asesinados por Sendero Luminoso.

En una región conocida por sus insurrecciones revolucionarias, Sendero Luminoso fue un ejemplo extremo. En las décadas de 1980 y 1990, fue directamente responsable de unas 30.000 muertes y unos 20.000 millones de dólares (billones en inglés) en daños materiales. Miles más perecieron a manos de los militares peruanos, encargados de contraatacar. Si Sendero Luminoso hubiera llegado al poder, habría establecido un régimen similar al de China durante la Revolución Cultural de Mao.

José Carlos Mariátegui, el padre del socialismo peruano, ha escrito que el mito es la fuerza que "agita al hombre en la historia". Guzmán y Sendero Luminoso se basaron en gran medida en el mito. Miembro del Partido Comunista desde finales de la década de 1950 y profesor de filosofía en una universidad pública de una de las provincias más pobres de Perú, Guzmán, junto con sus aliados, vendió el mito de que derrocarían a las élites explotadoras de Perú y crearían una sociedad sin clases. La idea de Guzmán de una revolución cultural permanente que impediría el retorno del capitalismo y el imperialismo -expresada en un lenguaje apocalíptico- movilizó a miles de fanáticos comprometidos. El mito de la pureza ideológica dio un sentido de pertenencia a aquellos que se encontraban resentidos con las condiciones existentes y las circunstancias de empobrecimiento de sus familias, justificando la violencia indiscriminada que empleaba Sendero Luminoso.

La ideología tenía poco que ver con la realidad de millones de peruanos que aspiraban a formar parte de la clase media, tener propiedades y acceder a los mercados globales. Pequeños remanentes del Sendero Luminoso de Guzmán siguen activos en el Valle de los Ríos Apurímac, Ene y Mantaro, en la zona productora de coca de Perú; y varias organizaciones comunistas de fachada trabajan para influir en el gobierno, pero no implican el mismo tipo de amenaza que supuso Sendero Luminoso en su apogeo.

La lección de la vida y la muerte de Abimael Guzmán no es que la pobreza rural y la marginación urbana de Perú crearon las condiciones para Sendero Luminoso. La verdadera lección es que fanáticos delirantes armados con la capacidad de organizar y motivar a la gente pueden poner en riesgo los precarios cimientos de la civilización.

Traducido por Gabriel Gasave

El original en inglés puede verse aquí.


Alvaro Vargas Llosa es Asociado Senior en el Independent Institute.