Otra víctima de la guerra

1 de July, 1999

“La Guerra es la salud del Estado.” Esas famosas palabras se encuentran contenidas en el ensayo de Randolph Bourne, “El Estado,” escrito en respuesta a la participación de los Estados Unidos en la Primera Guerra Mundial, y que quedara inconcluso debido a su muerte a causa de la gripe en 1918.

En la introducción a War and the Intellectuals: Collected Essays 1915–1919—una antología de los escritos de Bourne—el director Carl Resek explica la frase: “En su debido sitio significó que el poder salvaje prosperó en la guerra debido a que la guerra corrompió el tejido moral de una nación y especialmente corrompió a sus intelectuales.” Esas siete palabras contienen una complejidad en su significado que a menudo es pasada por alto por aquellos que las utilizan. Para comprender esta complejidad, es necesario explorar el contexto teórico dentro del cual Bourne, un escritor izquierdista con sensibilidades individualistas, escribió.

Bourne argumentó que en épocas de paz, la mayoría de la gente no le brinda mucha atención al Estado, pero en cambio sí se ocupa del gobierno, el cual puede ser visto como las prácticas y las cotidianas “oficinas y funciones” de un Estado. Definió al “Gobierno” como “el marco de la administración de las leyes y de la detentación de la fuerza pública. El Gobierno es la idea del Estado puesta en la operación práctica, en manos de hombres definidos, concretos y falibles.” Las personas cuyos trabajos hacen a la función del Gobierno, tal como los trabajadores postales y los maestros de escuela, no tienen sentimiento alguno de santidad respecto de ellos. Son lo que Bourne describe como “hombres comunes y no santificados.” Incluso aquellos elegidos para los cargos políticos no inspiran generalmente admiración, sino que por lo general resultan “indistinguibles de la masa.” Esta actitud igualitaria es parte de la herencia republicana estadounidense. Así en épocas de paz, “el sentido del Estado casi se desvanece de la conciencia de los hombres.” La gente puede incorporarse para honrar la bandera en los juegos de pelota, pero tiene pocas razones prácticas para contemplar al Estado.

El Estado estadounidense es más un concepto que una realidad física. Es la estructura política establecida por la Revolución estadounidense, la Constitución, y el Bill of Rights o Declaración de Derechos. Los gobiernos vienen y van, pero el Estado esencialmente continúa siendo el mismo. Es el Estado, no el Gobierno, el que inspira emociones tales como el sobrecogimiento o el patriotismo dentro de su ciudadanía porque al Estado se lo considera santificado por la historia y por la voluntad popular. Es al concepto del Estado estadounidense—y no al de algún Gobierno en particular, Republicano o Demócrata—al que el pueblo le promete lealtad con las manos apoyadas sobre sus corazones.

Otra clave para comprender a los Estados Unidos es el concepto de “Sociedad,” al cual Bourne se refirió como la “nación” o el “país.” La sociedad es la colección de los factores no políticos que constituyen la vida en los Estados Unidos, incluyendo: actitudes características, la sabiduría popular y la literatura, una historia compartida, una mezcla étnica única y las normas culturales prevalecientes. Estos factores no políticos son los que distinguen a la sociedad estadounidense de la sociedad China o Francesa. Constituyen “la manera estadounidense.” En épocas de paz, la mayoría de la gente se identifica más con la Sociedad que con el Gobierno. Por ejemplo, la mayoría se define a sí misma más en relación a una comunidad, a una religión, o a una herencia étnica que en relación a un partido político.

Para Bourne, la Sociedad, a diferencia del Gobierno, no es una expresión del Estado, ni puede coexistir pacíficamente con el Estado porque ambos conceptos son antagónicos. Bourne observó que el “País [sociedad] es un concepto de paz, de tolerancia, de vivir y dejar vivir. Pero el Estado es esencialmente un concepto de poder, de competencia; implica un grupo en sus aspectos agresivos. Y tenemos la desgracia de nacer no solamente en un país sino en un Estado, y a medida que crecemos aprendemos a mezclar las dos sensaciones en una confusión desesperanzada.”

El Impacto de la Guerra

Bourne definió a la guerra como el último acto de estadidad. “La guerra es una función . . . de los Estados,” escribió, “y no podría acontecer fuera de tal sistema.”

Argumentó que la guerra borra tanto las líneas que separan al Estado del Gobierno y de la Sociedad, que dichas líneas virtualmente desaparecen en las mentes de la mayoría de las personas. Lleno de emoción, el patriota pierde “todo el sentido de distinción entre el Estado, la nación y el gobierno.” Como Bourne describió el proceso, “El patriotismo se convierte en el sentimiento dominante, y produce inmediatamente la confusión intensa y desesperanzada entre las relaciones que el individuo asume y debería asumir hacia la sociedad de la cual es parte.” Por lo tanto, “Cada ciudadano individual que en épocas de paz no tenía ninguna función que cumplir y por la cual podría llegar a imaginarse a sí mismo como una expresión o fragmento viviente del Estado, se convierte en un activo agente aficionado del Gobierno para reportar espías y desleales, para recaudar fondos gubernamentales, o para propagar aquellas medidas que sean consideradas necesarias por los círculos oficiales.”

En épocas de guerra, el Estado y el Gobierno se convierten en virtualmente idénticos, razón por la cual el oponerse al gobierno es considerado un acto de deslealtad para con el Estado. Por ejemplo, si bien criticar al presidente es un derecho ejercido regularmente por casi todo estadounidense, dicha crítica se convierte en un acto de traición cuando el presidente acaba de declarar la guerra. Bourne explicó que “las objeciones a la guerra, las tibias opiniones referentes a la necesidad o a la bondad de la conscripción, se encuentran sujetas a feroces penalidades, excediendo por lejos en severidad a aquellas correspondientes a los crímenes pragmáticos reales.”

El impacto de la guerra sobre la Sociedad es aún más dramático. Bourne escribió que “en general, la nación en tiempos de guerra logra una uniformidad de sentimientos, una jerarquía de valores que culmina en la indiscutida cima del Estado ideal, la cual posiblemente no podría producirse a través de alguna otra agencia que no fuese la guerra.” En lugar de su principio para las épocas de paz, de vivir y dejar vivir, la Sociedad adopta el principio del Estado de un grupo que actúa “en sus aspectos agresivos.”

Éste es el significado teórico de “la guerra es la salud del Estado.” Durante la paz, la gente se encuentra en gran medida definida por su Sociedad e interactúa con el Gobierno, dándole poca importancia al Estado. En épocas de guerra, la jerarquía y el poder de estos conceptos se invierten. El Gobierno virtualmente se convierte en el Estado, y la Sociedad se encuentra subordinada a ambos.

El Individuo en Épocas de Guerra

¿Qué le sucede al individuo cuando la Sociedad y el Gobierno se encuentran dominados por el Estado? En épocas de paz, un individuo actúa conforme su propia conciencia para asegurar aquello que él cree es en su propio interés, el cual generalmente incluye el perseguir la prosperidad y la seguridad para la familia, dedicarse al ocio, y cosas así. Los individuos interactúan pacíficamente en la Sociedad sin ninguna coordinación impuesta porque las interacciones son provocadas por un deseo común (tal como concurrir a un partido de fútbol o intercambiar mercancías por dinero) sin ninguna pérdida de opción individual.

En épocas de guerra, los individuos se convierten en lo que Bourne refiere como “el rebaño.” “El Estado es la organización del rebaño para actuar ofensiva o defensivamente contra otro rebaño organizado de manera similar.” Los miembros del rebaño pueden tener una amplia gama de reacciones emocionales e intelectuales hacia los acontecimientos de las épocas de guerra y hacia la guerra en sí misma. Sin embargo, “debido a una ingeniosa mezcla de engatusamiento, agitación e intimidación, el rebaño es puesto a punto, en una unidad mecánica eficaz, cuando no en un todo espiritual.”

A medida que la línea entre el Estado y la Sociedad se borra, otro tanto ocurre también con la línea entre el Estado y el individuo. El Estado intenta alimentarse de la fuerza poderosa de la opción individual apelando al patriotismo del pueblo y pidiéndole que realice la “opción” de enlistarse y de apoyar de alguna manera el esfuerzo bélico. Usualmente, el individuo se obliga porque en “una nación en guerra, cada ciudadano se identifica a sí mismo con el todo, y se siente inmensamente fortalecido en esa identificación.” Pero si el individuo efectúa la opción equivocada—la opción de no ofrecerse voluntariamente, de no cooperar con las medidas del tiempo de guerra—el Estado revela que esa opción nunca fue una cuestión verdadera. “Se les dice a los hombres simultáneamente que ingresarán a la plantilla militar por su propia voluntad, como su espléndido sacrificio para el bienestar de su país, y que si no lo hacen serán cazados y castigados con las penalidades más horribles. . . ”

Usualmente, el individuo no se rebela contra la masiva violación de derechos de la guerra porque siente lo que Bourne denominó “un componente importante de puro misticismo filial” hacia el Estado, especialmente el Estado de la épocas de guerra. Bourne comparó a este misticismo con la respuesta ofrecida a menudo a la religión. “Así como la Iglesia es el medio para la salvación espiritual de los hombres, el Estado es pensado como el medio para su salvación política.” El mismo sentimiento de patriotismo que hace lagrimear a quienes saludan a la bandera en los juegos de pelota es magnificado por—alguien diría distorsionado y explotado por—el Estado en épocas de guerra para hacer que los individuos se le sometan. Sintiéndose fortalecidas por su “identificación con el todo,” las personas dejan de ser individuos y se convierten, en su lugar, en ciudadanos del Estado. El hombre que disiente y permanece como un individuo se siente “desesperado y desesperanzado,” mientras que aquellos que piensan y se sienten como el resto del rebaño poseen “la tibia sensación de la obediencia, la tranquilizadora irresponsabilidad de la protección.”

De este modo, un “pueblo en guerra se convierte otra vez, en sentido literal, en los más obedientes, respetuosos y confiados niños, llenos de esa fe ingenua en la total sabiduría y poder del adulto que cuida de ellos.” “[E]sta gran máquina-rebaño” funciona bajo “la más indescriptible confusión entre el orgullo democrático y el miedo personal” lo que provoca que los individuos “se sometan a la destrucción de su sustento cuando no de sus vidas, de una manera que antes les hubiese parecido tan repugnante que la haría increíble.” El individuo se convirtió en un “niño en el lomo de un elefante enojado” al que no podía ni controlar ni abandonar, pero al que estaba compelido a montar hasta que el elefante decidió detenerse.

Este, es también el significado de “la guerra es la salud del Estado”: la guerra es la muerte del individualismo.

Los ensayos de Bourne, escritos mientras se encontraba entre el personal editorial de la New Republic, no son típicos de la literatura pacifista. No se detiene demasiado en la “cuenta del carnicero” de los soldados y de los civiles muertos. No despotrica contra los beneficios cosechados por el complejo militar-industrial, el cual fuera colectivamente denominado “los fabricantes de municiones” en su época. El avance de los ensayos de Bourne consiste en cómo la guerra conduce al colapso moral de la sociedad, al derribar los pilares de la interacción pacífica.

En esencia, Bourne abordó las consecuencias morales de la guerra en una sociedad de posguerra que había abandonado el individualismo en favor “de la maquinaria-rebaño.” Elocuentemente argumentó que los Estados Unidos de la posguerra se encontrarían moral, intelectual, y psicológicamente empobrecidos. Con esta observación, Bourne no quería significar que los Estados Unidos sucumbirían bajo la creciente burocracia que parece que nunca retrocede a los niveles de la preguerra. Muchos historiadores han sostenido este punto. Bourne destacó el menos tangible, aunque posiblemente el más significativo, de los costos de la guerra. Los Estados Unidos post-1918, predijo, se encontrarían cargados por los intelectuales quienes se han “olvidado que el verdadero enemigo es la Guerra y no la Alemania imperial.” Al convertir a la Primera Guerra Mundial en una guerra santa, el basamento intelectual y psicológico dejado para las futuras instancias es lo que sería denominado “el deporte de las clases altas”—el conflicto global.

Traducido por Gabriel Gasave

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