Para los marineros en los portaaviones de los EE.UU. de regreso hacia los puertos de sus ciudades, la guerra terminó, pero para Mona Hassan acaba de comenzar. Gesticulando como si estuviera arrancándose sus propios ojos, ella se lamenta: "Los tomaría y se los daría a mi hijo." Ronca de pena, ella suplica, “Toma mis ojos, tómalos! ¿Quién puede ver así a su niño, y vivir?”

Mona se está afligiendo por su hijo de cinco años, Alí Mustafa Hassan, quien perdió ambos ojos cuando su primo de tres años, Hassan Ali Hussein, provocó una explosión al tomar una bomba de dispersión de los EE.UU. que había caído en el jardín fuera de su casa en Bagdad. Ahora el pequeño Alí, envuelto en vendajes, yace gimiendo en una cama del hospital, y Mona sufre inconsolablemente.

Mona Hassan está llorando, pero George W. Bush no.

Aunque las grandes maniobras militares han llegado a su fin en Irak, y algunas tropas de EE.UU. están siendo trasladadas para prepararse para el próximo cambio de régimen, las muertes y las lesiones continúan en Irak. De hecho, continuarán por muchos años, incluso si ninguna otra bomba es arrojada, ni otro cohete o proyectil de artillería es disparado, debido a que los Estados Unidos han ya sembrado la tierra con incontables miles de municiones sin explotar, incluyendo vastas cantidades de bombas como la que cegó al pequeño Ali, y a su debido tiempo tendrán su truculento efecto, principalmente sobre los niños curiosos que tropiezan con ellas.

Ya, sin embargo, las fuerzas invasoras de EE.UU. han plantado más que suficientes semillas para garantizar una generosa cosecha de dolor.

Amer Mahmoud de once años se encuentra entre las muchas víctimas. Accidentalmente golpeó con el pie un trozo de artillería sin explotar mientras caminaba a través de un campo hacia su hogar en las afueras de Bagdad. La explosión rasgó su pierna en fragmentos, y la misma tuvo que ser amputada. "Todo en mi vida ha cambiado," susurra Amer desde su cama del hospital. "No puedo ahora ver cuál será mi futuro." Ciertamente mucho dolor y probablemente una vida de lucha desesperada aguarda al pequeño Amer, y naturalmente está asustado.

La vida de Amer Mahmoud está devastada, pero la de Donald Rumsfeld no.

Walid Hijazi de veinte años no puede ya dormir tranquilamente. Estará perseguido por el recuerdo de cómo su hermana bebé, Rawand, falleció de una muerte horrible en los brazos de su padre después de que sus piernas fueran voladas por la explosión de una bomba de los EE.UU. que los miembros de su familia habían traído a su departamento, curiosos e ignorantes acerca de qué se trataba. La tía de Rawand, Suha Jamal, dice amargamente "Rawand no era enemiga de ningún estadounidense." Dígaselo a Dick Cheney, señora.

Walid Hijazi y Suha Jamal tendrán un sueño perturbado por horribles pesadillas, pero Dick Cheney no.

Khalid Tamimi y cuatro otros miembros de su familia se encontraban caminando en una senda peatonal en Bagdad cuando su hermano Haithem, de sietes años, halló algo interesante, lo tomó y lo examinó, arrojándolo luego. La explosión de la bomba mató a Haithem y a su prima de nueve años, Nora, e hirió seriamente a Khalid, así como a Amal y a Mayasa, las madres de los niños.

Khalid, Amal, y Mayasa Tamimi se encuentran heridos y destrozados por el dolor, pero Paul Wolfowitz no lo está.
Khessma Radi se encuentra vencida por la angustia. En el entierro de su hijo de veinte años, Hashim Kamel Radi, ella se tambaleaba junto a la tumba, lamentándose y golpeando su pecho. Ella continuó todo el día golpeándose salvo cuando era contenida por su hermana o su hija. Hashim, un estudiante, había sido muerto por los disparos de un avión de EE.UU. mientras viajaba hacia su hogar en autobús, desde Bagdad a Nasiriyah. "Nuestras vidas están llenas de fuego y de sollozo," gritaba Hussain Urabi primo de Hashim. "Los Estados Unidos están haciendo ahora lo mismo que hizo Saddam, así que ¿cómo podemos construir la civilización?" Pregúntele a Richard Perle, Sr. Urabi; él sabe.

Para Khessma Radi y Hussain Urabi, el futuro es sombrío, pero para Richard Perle no.

Ahora el mundo entero sabe sobre Alí Ismail Abbas. Ali de doce años se encontraba dormido en su hogar en Bagdad cuando un misil de EE.UU. impactó y la explosión arrancó sus brazos y mató a sus padres y a su hermano. Yaciendo en una cama del hospital, aterrorizado y llorando, preguntó al reportero de Reuters: "¿Puede ayudarme a recuperar mis brazos?" Bien, Alí, usted le está preguntando a la persona equivocada. Usted debería pedírselo a Colin Powell; él se encuentra muy cerca del trono del poder en este mundo, así que podría ser que pudiese ayudar.

La vida de Alí, tal como lo que queda de ella, se encuentra destrozada, pero la vida de Colin Powell no.

Se ha dicho a menudo que la guerra es el Infierno, pero el refrán es solamente correcto a medias. En verdad, es el Infierno para algunos y perfectamente espléndida para otros. Para Mona Hassan, Amer Mahmoud, Walid Hijazi, Khalid Tamimi, Khessma Radi, Alí Ismail Abbas, y los miles de otros que como ellos, todos perfectamente inocentes de amenazar a alguien, la vida ahora les trae la perspectiva de una miseria sin fin, pero para George W. Bush, Donald Rumsfeld, Dick Cheney, Paul Wolfowitz, Richard Perle, y Colin Powell, los arquitectos de ese sufrimiento ilimitado, el futuro luce brillante.

Traducido por Gabriel Gasave


Robert Higgs es Asociado Senior Retirado en economía política, editor fundador y ex editor general de The Independent Review