Los libros de historia y la cultura popular están repletos de relatos sobre cómo ”el hombre blanco” maltrató brutalmente a los indios americanos durante la última mitad del siglo diecinueve. Los codiciosos capitalistas son generalmente retratados como los villanos, que matan a los indios por millares para abrir camino para los ferrocarriles en particular y para el desarrollo económico del oeste en general.

Pero no fueron ni todos los hombres blancos ni todos los capitalistas quienes brutalizaron a los indios americanos. El desposeimiento de los indios—culminado a fines de 1880 cuando las tribus sobrevivientes del oeste fueron aglutinadas en reservaciones—fue el resultado de una relación corrupta e inmoral entre ciertos industriales norteños, particularmente los ferrocarriles subsidiados por el gobierno y los políticos federales cuyas carreras ellos financiaban y promovían.

La erradicación de los indios de las llanuras por el ejército de la Unión fue una forma indirecta de asistencia corporativa para las compañías ferroviarias políticamente conectadas, que alistaron a los poderes coactivos del Estado central para robar la propiedad india mientras se involucraban en una política genocida. Como muchos ciudadanos en la actualidad, los indios fueron víctimas del poder gubernamental, no del capitalismo o de la cultura europea, como insisten los historiadores políticamente -correctos de hoy día.

En julio de 1865, apenas tres meses después de la rendición de Robert E. Lee en Appomattox, el General William Tecumseh Sherman fue puesto a cargo de la División Militar de Missouri, la que incluía todo al oeste del Mississippi. Muchos historiadores han endulzado las acciones de Sherman durante este período escribiendo que su misión era la de ayudar a los EE.UU. a alcanzar su larga búsqueda después del ”Destino Manifiesto”.

En realidad, la misión de Sherman era la de proveer a un segmento de la industria del ferrocarril, que apoyó financieramente de modo sustancial al Partido Republicano, de favorecer los intereses corporativos erradicando a los indios del oeste. En las propias palabras de Sherman: “No estamos yendo a permitir algunos hurtos, examinar a indios andrajosos y frenar el progreso de los ferrocarriles.... Veo al ferrocarril como el elemento más importante actualmente en marcha para facilitar los intereses militares de nuestra Frontera.”

“Debemos actuar con firme vengatividad contra el Sioux” escribió Sherman a Ulysses S. Grant (Comandante General del Ejército Federal) en 1866, “llevando a su exterminio a hombres, mujeres y niños.” El Sioux debe “sentir el poder superior del Gobierno.” Sherman hizo votos para permanecer en el Oeste “hasta que todos los Indios sean matados o llevados a un país en donde puedan ser observados”.

“Durante un asalto”, instruyó a sus tropas, “los soldados no pueden detenerse para distinguir entre varones y mujeres, o aún discriminarlos en base a la edad.” Se refirió fríamente a esta política en una carta de 1867 a Grant como “la solución final al problema indio,” una frase que Hitler invocó unos 70 años después.

Sherman veía a los indios, escribe el biógrafo John F. Marszalek “como veía a los sureños recalcitrantes durante la guerra y al pueblo recientemente liberado después de ella: como opositores a las fuerzas legítimas de una sociedad ordenada”. Tal como Philip Sheridan, George Armstrong Custer, John Pope, Benjamin Grierson, y otros “ayudaron a alcanzar su “solución final” hacia fines de 1880.

“El gran triunvirato del la Guerra Civil,” escribe el biógrafo Michael Fellman, refiriéndose a Grant, Sherman, y Sheridan, “aplicó su crueldad compartida, originada en sus experiencias de la Guerra Civil, contra un pueblo al que los tres desdeñaban”.

Marszalek escribe que en el otoño de 1868 Sherman instruyó a Sheridan para “actuar con todo el vigor que había demostrado en el Valle de Shenandoah durante los meses finales de la Guerra Civil”, y él lo hizo. Los dos hombres popularizaron la frase “un buen indio es un indio muerto” y Sherman prometió manejar la interferencia con la prensa si había cualquier comentario sobre “atrocidades”.

Tales comentarios habrían sido ciertamente apropiados, pues la “solución final” era ejecutada por centenares de ataques furtivos contra las aldeas indias repletas de mujeres y niños, las que fueron barridas por el fuego masivo de la artillería y de los rifles. Estas “campañas” fueron especialmente frecuentes en los meses de invierno, cuando las familias indias estaban juntas.

Era también la política oficial del gobierno la matanza de tantos búfalos como fuera posible como un medio de eventualmente matar de hambre a los indios. No fue sólo la “tragedia de los bienes públicos” la responsable de la casi extinción del búfalo americano: fue la política oficial del gobierno de los EE.UU..

Irónicamente, fueron reclutados ex esclavos por el ejército federal para limpiar étnicamente el oeste estadounidense. Se han hecho películas y se han escrito libros en años recientes que celebraban a estos “soldados del búfalo” por personas que al parecer son inconscientes (uno espera que lo sean) de que los soldados negros se encontraban participando en un genocidio.

El objetivo último de Sherman ,“el cual no pudo alcanzar”, era la matanza de la población india entera. Momentos antes de su muerte en 1891 se quejó amargamente en una carta a su hijo de que si no fuese por la “interferencia civil” de varios funcionarios del gobierno, él y sus ejércitos se hubiesen “librado de todos ellos.”

El amigo más cercano y ex socio comercial de Sherman (y Lincoln), Grenville Dodge, estaba a cargo de la construcción de los ferrocarriles transcontinentales subsidiados gubernamentalmente, los que eran “protegidos” por los ejércitos de Sherman, y lo hizo de una manera totalmente corrupta e ineficiente.

Los subsidios por-milla proporcionaban incentivos para defraudar a los contribuyentes construyendo rutas indirectas y sinuosas. Dodge incluso apoyaba las vías sobre varios pies de nieve en los meses del invierno, y luego las reconstruía tras el deshielo de primavera, recolectando dos veces los subsidios. La empresa entera se encontraba de este modo tan estropeada por la corrupción, la ineficacia, y el fraude que en un punto (1893) todos los ferrocarriles subsidiados gubernamentalmente estaban en bancarrota.

En su apuro por recaudar los subsidios Dodge invadió a las granjas privadas, obligando a sus dueños a defender su propiedad con rifles. Cuando los indios actuaron de una manera similar para proteger su propiedad, convocaron al ejército.

Sin embargo, el gran empresario del ferrocarril James J. Hill construyó el Gran Ferrocarril Norteño sin recibir ni diez centavos de subsidio ni concesiones de tierra alguna. “Nuestra propia línea en el Norte fue construida sin ninguna ayuda de gobierno”, se jactada orgulloso Hill en 1893. Sin la carga del los reglamentos gubernamentales (en contraste con sus subvencionados competidores), Hill escogió las mejores rutas, construyó las vías más robustas, y pagó a los indios y a otros terratenientes precios de libre mercado por los derechos de paso a través de su propiedad.

Pero Hill se encontraba en minoría. La sociedad gobierno-empresa que Lincoln estableció había virado su atención hacia el oeste después de conquistar el sur, empleando “al gran triunvirato de la Guerra Civil” para la limpieza étnica en nombre del poder del gobierno y de sus corruptos clientes corporativos.

Traducido por Gabriel Gasave


Thomas J. DiLorenzo es Investigador Asociado en The Independent Institute, Profesor de Economía en la Loyola College en Maryland, y autor colaborador del libro, Taxing Choice: The Predatory Politics of Fiscal Discrimination.