Libertad para el bien
Hace exactamente 54 años, el 8 de octubre de 1970, el novelista ruso Aleksandr Isayevich Solzhenitsyn ganó el Premio Nobel de literatura. Envió su discurso de aceptación, pues temía no poder retornar a Rusia si salía a recibir el galardón en persona. En dicha alocución reflexionó sobre necesidad de usar la pluma para encontrarse con la verdad, la bondad y la belleza, al tiempo que exploró los límites y los alcances de un escritor. Recordó a los autores que fueron prisioneros y perecieron en la Dirección Central de los Campos Correccionales de Trabajo, conocidos como el gulag: “Aquellos que cayeron en ese abismo llevando ya un nombre literario, al menos son conocidos; pero ¿cuántos nunca serán reconocidos, cuántos no serán nombrados una sola vez en público?” Sus palabras encierran humildad—él recibió un premio que otros merecían más—y además muestran lealtad hacia un gremio en peligro por el totalitarismo soviético.
Dos convicciones de Solzhenitsyn siguen teniendo relevancia para nuevas generaciones: su categórico rechazo al socialismo y a la represión estatal, y su deseo de que la libertad nos eleve hacia lo sublime o espiritual.
Luego de escribir una carta crítica de Stalin, Solzhenitsyn fue arrestado en 1945 y pasó ocho años en un campo de concentración y tres años más en el exilio. Su dura experiencia inspiró dos obras reconocidas por la Fundación Nobel: Un día en la vida de Iván Denisovich (1962) y El primer círculo (1968). El personaje Denisovich es un prisionero en un campo de concentración estalinista, mientras el segundo libro narra cómo prisioneros científicos fueron forzados a trabajar en proyectos estratégicos por el régimen soviético. En 1958, el autor empezó a redactar la trilogía Archipiélago Gulag, pero ésta se publicó por primera vez en 1973 en París, después de recibido el reconocimiento. Solzhenitsyn documenta la vida en el gulag, las purgas y los juicios falsos con base en diarios, documentos, entrevistas y su experiencia personal. Durante todos esos años, la KGB vigiló a Solzhenitsyn y confiscó sus archivos; en 1974 fue arrestado nuevamente y expulsado del país. Veinte años más tarde retornó a su tierra natal. Murió en las afueras de Moscú en 2008, de 89 años.
“Nuestro Siglo XX ha demostrado ser más cruel que los siglos precedentes y los horrores de sus primeros cincuenta años no se han borrado,” sentencia Solzhenitsyn en su discurso del Nobel. Agrega que “no es simplemente el poder descarnado el que triunfa ampliamente, sino su exultante justificación”: ¿son justificación las ideologías marxista-leninistas que enfundan la opresión en románticas pero erradas concepciones del orden social? En un marco de libertad, la literatura arroja luz sobre estos grotescos abusos y propone modelos sociopolíticos alternativos, concluye Solzhenitsyn.
Desde la pequeña aldea de Cavendish en Vermont, dónde vivió exiliado veinte años, Solzhenitsyn estudió preocupado a la cultura occidental. En un controversial discurso dictado en la Universidad de Harvard en 1978, señala cómo se usa la libertad para mal. No recomendaría la cultura estadounidense como antídoto a la rusa, subrayó el autor, puesto que tiende a adorar al hombre y las cosas materiales. Las personas de Occidente son cortoplacistas y carecen de alma y carácter, observa. Su arte está en decadencia. El mal se cuela cuando olvidamos las características más sutiles y elevadas de la naturaleza humana, y cuando dejamos de reconocer al “Espíritu Superior” por encima de los hombres, que faculta el sacrificio de una “vida espiritual integral” y se deja gobernar por “la expansión material”.
¡Desarrollemos un amor por la belleza, la verdad y la libertad!
La autora estudió Ciencias políticas y Economía en Dartmouth College, en New Hampshire y Obtuvo una maestría en Estudios Latinoamericanos de la Universidad de Georgetown, en Washington, D.C. EE. UU.. Es profesora universitaria de análisis económico de la política, desarrollo económico e historia; miembro del Consejo Directivo del Centro de Estudios Económico-Sociales(CEES) y de la Asociación Familia, Desarrollo y Población (FADEP); y de la Sociedad Mont Pelerin.
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