Argentina: ¿Estamos dispuestos a cambiar nuestra matriz burocrática ineficiente?
Por Claudio Zuchovicki
Lo verdaderamente desafiante no es concederles libertad de decisión a las personas, sino lograr que rompan con la costumbre de ser dirigidas en cada paso que dan. Lo más difícil de dejar de ser rehén de una dádiva de alguien es sacarse a ese alguien de la cabeza.
Estimado lector, cambiar un hábito arraigado es más complicado que convencer a un chico de 14 años de que deje su celular y salga de su habitación.
En nuestra querida Argentina nos enfrentamos a la persistencia de malos hábitos, que están tan arraigados que cambiarlos requiere mucha determinación, disciplina y sacrificio.
Estamos en un momento histórico, que nos brinda la oportunidad de transformar la estructura organizativa que nos ha llevado a una situación en la cual, a pesar de un gasto público elevado, la mitad de nuestra población vive en la pobreza.
Tómelo como una opción en el mercado de capitales. En ese contexto, una opción es un contrato por el cual el comprador, mediante el pago de una prima, se garantiza el derecho –no la obligación– de comprar o vender un activo a un precio predeterminado y a un vencimiento predeterminado.
Pero también existen las opciones reales, que representan la posibilidad que se le otorga a un comprador de decidir ejecutar o de decidir no ejecutar un proyecto en un futuro. Es decir, su activo subyacente es un activo real como, por ejemplo, un inmueble, un proyecto de inversión, una empresa, una patente, etcétera.
Es muy común verlo en el mundo del fútbol, donde un club toma a préstamo a un jugador con la opción de compra al término de un año, a un precio predeterminado (la prima en este caso es su salario). Si el jugador le sirve, el club lo compra. También hay alquileres con opción a compra, o contratos de leasing de maquinarias.
Para quienes tienen menos de 35 años este momento de la economía argentina se convirtió, a mi criterio, en una opción de cambio. El pago de la prima es el sacrifico que hay que hacer durante estos meses, y creo que realmente vale la pena. Pero para los que somos mayores de 55 años el valor de la prima a pagar es mucho más alto, porque tenemos menos tiempo para ver los frutos y recuperar el tiempo invertido.
Tengamos en cuenta que la mayoría de la población de nuestro país tiene menos de 37 años.
Reflexionemos sobre los últimos 15 años, en los cuales, por ejemplo, se generaron 3,5 millones de puestos de trabajo. De ese total, 850.000 fueron empleos públicos; 1,1 millones, empleos informales; 1,28 millones, monotributistas y apenas 270.000, empleos asalariados en el sector privado.
¿En serio queremos seguir con el mismo esquema laboral?
¿Cuál es el atractivo de no cambiar? ¿Terminar cobrando lo que cobra un jubilado hoy?
Preguntémosle un jubilado quién lo ha compensado mejor, si el sector privado o el Estado, con su actual sistema jubilatorio y de salud. Consultemos a comerciantes, industriales y prestadores de servicios si están satisfechos con la seguridad, la infraestructura y la burocracia que el Estado les ofrece.
Interroguemos a médicos, policías y docentes sobre si sienten que el Estado los respalda.
¿Por qué desconfiamos tanto de la libertad de decisión individual al elegir un sistema jubilatorio, educativo o de negocios?
Tenemos la tendencia a pensar que el sector privado explota a sus empleados y al sistema en general, mientras que el Estado es el único que nos ayuda. La descapitalización ocurre con altos impuestos, elevados costos operativos, abuso de financiamiento con altos intereses o exceso de emisión monetaria, junto con la falta de inversión en capital, investigación y desarrollo y con el aumento de la corrupción y el contrabando.
Personalmente, creo que estamos frente a la posibilidad de un cambio cultural significativo, considerando al sector privado como el motor de la movilidad social. Sin embargo, para lograrlo es esencial simplificar la burocracia y reducir los costos fiscales.
La meritocracia es la fuente de inspiración del progreso. Dignifica el trabajo que nos hace sentir que contribuimos de manera útil a la sociedad. El progreso motiva, moviliza y ayuda. El exceso de regulación desalienta al ingenio y a la libertad de decisión.
Supongamos un país con 40 millones de habitantes, donde cada día se generan 40 millones de kilos de proteínas, suficientes para que cada persona pueda consumir un kilo diario.
Sin embargo, con avances tecnológicos, un emprendedor que es un genio en genética triplica la producción de proteínas, permitiendo que la población pueda consumir ahora 3 kilos diarios. Pero este emprendedor solicita quedarse con el 30% de las utilidades. Sigue logrando un milagro: la población puede comer ahora el doble que antes, y él se convierte en el individuo más rico del país.
Los titulares periodísticos van a ser variados. Desde “Milagro: una persona duplica la riqueza del país”, hasta “Aumento drástico de la desigualdad: Un insensible se lleva un tercio de la renta del país”.
Ambas afirmaciones son verdaderas: todos comen el doble, pero la desigualdad crece.
¿Está mal que quien produce lo que otros quieren consumir tenga la motivación de ganar más? ¿Usted prefiere que todos comamos menos, pero lo mismo, a que uno se destaque?
Hemos enseñado a nuestros jóvenes que el futuro no depende de sus esfuerzos o méritos, sino de su fe en unos pocos iluminados, en dirigentes con cargos eternos que se sienten como dioses con la capacidad de decidir sobre la libertad individual, fijando regulaciones que les dan poder y proclamando un bien colectivo que solo los beneficia a ellos mismos.
Parece que nuestra cultura sostiene un falso dogma: comemos, nos vestimos, disfrutamos o nos vacunamos gracias a un dirigente social, sindical o político, como si fuera cuestión de fe y no del esfuerzo por construir el futuro que cada uno anhela.
¿Nos resignaremos a dejar de ser protagonistas de nuestro destino?
Se logra hacer más con menos recursos, mediante un uso más eficiente. La administración pública también puede hacer más con menos y de manera más transparente.
Por último, quiero contarles el concepto de “balde de Okun”, en alusión a la analogía propuesta por este economista. Imaginemos el proceso de distribuir dinero desde los más ricos hacia los más pobres como si se llevara a cabo a través de un balde que gotea. Parte de ese dinero simplemente desaparecerá en el trayecto, lo que implica que los pobres no recibirán la totalidad del dinero tomado de los ricos. El tamaño de las goteras describe la magnitud en la ineficiencia del reparto del dinero de los contribuyentes.
Por ejemplo, un empleador paga 200 por un empleado sumando todas las cargas fiscales. Pero el empleado, neto de impuestos, recibe 100. Ambos se quejan, uno siente que paga mucho y el otro se queja de que recibe poco. Ambos tienen razón. Okun también.
Si para cobrar el peaje en una ruta solo el 50% va a reinversión en la ruta y el resto se gasta en la burocracia de cobrar ese peaje, la gotera de la ineficiencia termina costando vidas por la falta de mejoras en los caminos.
Si educamos y preparamos adecuadamente a nuestros hijos el mundo que viene será un mar de oportunidades. Si no lo hacemos, se verán a la deriva.
Amigo lector, ¿realmente estamos dispuestos a cambiar nuestra matriz ineficiente?
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