Argentina: Cristina Kirchner, entre principios y responsabilidades
Llevaba dos meses callada, ahora sabemos por qué: Cristina Kirchner no tenía nada nuevo que decir. Después de todo, ella misma lo admitió: “Argentina circular” llamó al mitin, con pompa llamado “clase magistral”. El eterno retorno, en definitiva: mucho ruido y pocas nueces, bajo el vestido nada, todo ya oído y vuelto a oír.
¿Será un síntoma más del ocaso? ¿La penúltima página del libro? Comprendo los problemas de los cronistas para comentarla, la dificultad de titularla, de vislumbrar entre líneas un aleteo, una estrategia, una fantasía. Nada. Línea plana, todo previsible.
¿La mejor prueba? El subtítulo: “el FMI y su histórica receta de inflación y recesión”. Una jefa peronista que culpa a la finanza internacional, que carga contra el capital, que confunde efectos con causas, culpa de la catástrofe al Fondo en lugar de la necesidad de apelar al Fondo a la catástrofe.
Qué novedoso, ¿no? Más circular, ¡imposible! Más repetitivo también. En su lugar, habría elegido un título más desafiante, más adecuado para un acto académico: “La ética de los principios y la ética de la responsabilidad”. Max Weber. ¡Que gran impresión habría causado!
Pero hubiera salido igual de mal. Sí, porque con los principios, el peronismo siempre se sale con la suya, siempre exhibe corazón caliente y pecho inflado. Cristina Kirchner es el emblema. ¿Cómo no compartir su amargura por ver crecer a los nietos en un país tan injusto y desigual? ¿La indignación por el efecto en los precios de los “mercados no competitivos”? ¿Cómo no aplaudir cuando señala con el dedo la “dolarización de facto”?
Su problema es con la responsabilidad. Escuchándola, se diría que ni ella ni el kirchnerismo tienen ninguna. Que la Argentina ha sido gobernada por marcianos y que marcianos son los que la gobiernan. “El problema está en otra parte”, dice, hay que “discutir programas de gobierno”. ¿Ahora? ¿Después de gobernar tantos años? ¿No será tarde?
La culpa es del Fondo que prohíbe utilizar las reservas contra las “corridas cambiarias”. Del gobierno que se condenó a la horca firmando con el Fondo. De los “ojos azules” del “pelado” de antaño y del “peludo” de hoy, curioso caso de discriminación antiaria. De todos menos de ella y de los suyos. Una peronista especulando sobre el daño causado por el peronismo: ¡vaya novedad, vaya circularidad!
Si hubiera pasado los principios por el tamiz de la responsabilidad, habría tenido que explicar por qué el desastre argentino no tiene parangón en la región. Para variar.
Reconocer que las causas son internas, no externas. En vez de levantar lamentos, tendría que haber dado respuestas. ¿Por qué los gobiernos peronistas descaman las reservas de divisas como huesos de jamón? ¿Por qué no liberalizan los mercados de cuya concentración se quejan? ¿Por qué postularon a Alberto Fernández y ahora fingen desconocerlo? ¿Por qué los argentinos no deberían proteger sus bienes ahorrando en una moneda real y segura?
Debería haber admitido que “peludos” y “pelados” son productos peronistas, se alimentan de la exasperación que el peronismo provoca. La exasperación causada por concepciones económicas tan primitivas que han creado un monstruo asistencialista y clientelar, donde medio país vive del Estado. Un monstruo fuera de control que nadie sabe cómo manejar o apaciguar.
Por último, debería haber reconocido que, lejos de ponerle una pistola en la cabeza, el FMI ha sido muy paciente con el Gobierno. Ayudado por la benevolencia interesada de Joe Biden y el Papa Francisco, le ha permitido arrojar la patata caliente en manos del sucesor, aplazar las inevitables reformas estructurales a las calendas griegas.
En lugar de empalarlo, Cristina Kirchner debería agradecerle. ¿Se imaginan una marcha peronista en apoyo al Fondo y a la Casa Blanca? Eso sí sería creativo, daría un titular a los diarios, serviría la primicia que la “clase” de Cristina no contiene.
En cambio, no. En cambio, la “circularidad” peronista se reproduce circularmente, el peronismo corre como un hámster en la rueda permaneciendo siempre en el mismo lugar. Hoy como ayer, Sergio Massa como Ramón Cereijo en los años 50, golpea a las puertas de Washington con el sombrero en la mano mientras Cristina Kirchner como Juan Perón incita al “pueblo” a la cruzada antiimperialista, a escupir en el plato en el que tendrá que comer. Se creen vivos, son irresponsables. Y la irresponsabilidad revela la hipocresía de los principios.
La hipocresía de quien dice que ha “ya dado” pero no declara que no se postulará, que simula el “renunciamiento” pero deja que sus asesores cultiven la duda, que da por terminado el tiempo de las “individualidades” mientras preside un típico acto de culto a la personalidad, un show plebiscitario montado para su encumbramiento. Insistid un poco más, chicos. Capaz que insistiendo cambie de opinión, que hará lo que realmente desea hacer.
¿Qué queda de este acto que no pasará a la historia, de este discurso que no deja huella? A falta de ideas, entre tanta desorientación, la baja cocina política: tímidas pruebas de unidad peronista, previsibles intentos de elegir al enemigo más extremo, de salvar el pellejo a cuesta del país.
Pero sobre todo el livor de las expresiones, el rencor de las alusiones, la melancolía de la liturgia, la “circularidad” peronista, el inmovilismo kirchnerista, el doloroso canto del cisne. Y el título equivocado de una clase que no enseñó nada. Bastaba con corregir la errata: “el peronismo y su histórica receta de inflación y recesión”.
El autor es historiador. Profesor de Historia de la Universidad de Bolonia, Italia. Autor de El populismo jesuita; Fidel Castro, el último Rey Católico; Eva Perón, una biografía política; La internacional justicialista y Perón y el mito de la nación católica, entre otros libros.
- 28 de diciembre, 2009
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