La necesaria narrativa de la libertad

Fundación Atlas para una Sociedad Libre
A partir del universal consenso sobre los magros resultados de la gestión económica del gobierno de Mauricio Macri cabe preguntarse porque razón este retuvo el 41% de los votos en las elecciones presidenciales de 2019, consolidando un espacio opositor de características inusuales desde el retorno de la democracia en nuestro país.
Más marcadamente a nivel social que político este espacio demanda apego a la Constitución y se muestra dispuesto a reaccionar con claridad ante los ataques, abusos, groseros errores e inconsistencias que exhibe una administración nacida de un arreglo político evidentemente disfuncional.
La magnitud del rechazo a la gestión gubernamental se encuentra resumida en los pobrísimos resultados que arrojan las encuestas de opinión.
Este clima social, que Daniel Sabsay calificó de “sarampión cívico”, interpela no solo al gobierno y a Juntos por el Cambio. Lo hace en forma directa a quienes adhieren al pensamiento liberal en nuestro país. Nótese que el corazón de la vigilia republicana que vivimos es precisamente el respeto de los pilares liberales de nuestra constitución: prevalencia de las leyes sobre la voluntad del caudillo de turno, es decir sujeción a reglas generales, división de poderes y respeto a la libertad individual que incluye tanto el aspecto físico e intelectual como el derecho de propiedad. Me atrevo a decir que la actitud vigilante de buena parte de nuestra sociedad se basa, no en la creencia en la eficiencia de estas reglas para el desarrollo material, sino en su condición de garantes de nuestra libertad individual que hoy vemos amenazada por la búsqueda de impunidad y del fracaso económico. Por cuanto la coexistencia de ambas cosas bajo el poder político del kirchnerismo/peronismo concluye en la destrucción del orden constitucional vigente.
La percepción de este peligro como algo real y presente por vastos sectores de nuestra sociedad se complementa con una coyuntura en la que confluyen varios hechos particulares. A lo inusual situación de que un gobierno peronista deba gobernar sin mayorías automáticas en la cámara de diputados y con la ciudadanía alerta y movilizada en defensa de principios constitucionales se le suma la absoluta falta de recursos del estado nacional, agravada seriamente por la pandemia y la mala gestión sanitaria de la misma coronada por la confusión que resulta de la disfuncional construcción política a la que debió apelar el peronismo / kirchnerismo para ganar las elecciones. Esta acumulación de debilidades para el oficialismo augura tiempos complejos ya que la respuesta exhibida por el gobierno ha sido de negar toda limitación legal, económica o política a sus deseos llevando, en consecuencia, la tensión institucional a extremos claramente peligrosos como lo evidencian las cada vez más antirrepublicanas expresiones del elenco gobernante.
Estas circunstancias, individualmente inusuales, resultan claramente extraordinarias en su simultaneidad.
Por ello extraña que estas demandas de vasto alcance social y raigambre tan profundamente liberal no se vean plenamente incorporadas en el mensaje político del liberalismo argentino.
¿Por qué? Podrá argumentarse que los partidos liberales son pequeños y carecen de representación parlamentaria, que sus voceros son pocos y raramente difundidos por los medios. Mi diagnóstico es otro. El liberalismo argentino desde el 55 en adelante ha tenido un discurso de naturaleza exclusivamente económico, dando por sentado que las instituciones y reglas de juego básicas que hacen posible una economía de mercado o bien existían o bien eran responsabilidad de otros actores.
Este foco economicista ha tenido gravísimos inconvenientes. No solo se ha demostrado falsa la hipótesis de que otro proveería el vehículo político para poner en práctica planes económicos adecuados, sino que al reducir nuestro planteo a la resolución de problemas económicos con fuerte foco en la estabilización (cuya condición necesaria no disputo) hemos quedado asociados con el ajuste, es decir con la restricción. Todo lo opuesto que cabría esperar de los partidarios de la libertad como principio organizador de la vida social. Restricción, ajuste y libertad es un oxímoron comunicacional y esto le ha permitido al paleoprogresismo cavernícola local caracterizarnos de la peor forma posible sacando de la ecuación la libertad y dejándonos exclusivamente a cargo del ajuste.
Este largo introito busca simplemente dar un marco de referencia a la pregunta que motiva esta reflexión: ¿qué esperamos hoy de los intelectuales republicanos que confían en la iniciativa individual en todos los órdenes no solo el económico? ¿Cuál debe ser su contribución para orientar a la sociedad en la dirección de la libertad?
En mi opinión el pensamiento liberal argentino tiene el deber crucial de proveer una narrativa de la libertad abarcativa de nuestras actividades e intereses. Se trata de gestar un discurso que articule un diagnóstico inicial amplio sobre nuestra situación desde el punto de vista de la real autonomía personal que efectivamente gozamos; que identifique con claridad el marcado proceso de pérdida de libertades individuales que hemos sufrido en todos los campos y convoque a un proyecto de restitución de las mismas que actúe como la dichosa luz al fin del túnel; que se dirija contundentemente a quienes están en mejores condiciones de ejecutarlo explicando cómo serán ayudados durante el tránsito aquellos menos dotados para beneficiarse inicialmente. Es imprescindible comunicar a los interesados la vida que se están perdiendo a manos de quienes los han suplantado en el control de sus actos y bienes.
Nótese que se trata de promover el concepto de libertad individual por sí mismo, no como el mecanismo eficiente de asegurar el progreso material sino por ser el estado al que creemos tener derecho a aspirar independientemente de nuestro PBI per cápita.
Nótese que se trata de poner en escena la persistente operación por la cual el ciudadano individual ha renunciado a ejercer su derecho a decidir sobre aspectos claves de su vida como tal en beneficio de corporaciones creadas desde la política y en beneficio exclusivo de la clase política y sus socios necesarios: el sindicalismo fascistoide y el empresariado prebendario, equipo letal ahora aumentado por los gestores de pobres. Así nuestra dimensión como trabajadores está en manos de sindicatos únicos por actividad, así las familias no tienen nada que decir sobre la calidad, contenido y volumen de la educación que reciben sus hijos que se halla totalmente en manos de la corporación educativa de burócratas y sindicalistas que han fijado, en espléndida soledad, la agenda del fracaso educativo argentino, así no podemos proteger nuestros ahorros que pueden ser malversados en el altar de las necesidades del poder político, así debemos soportar que los diputados electos por la Ciudad de Buenos Aires traicionen abiertamente los intereses de sus seudo representados, porque en nuestra democracia representativa ellos no representan al pueblo que los vota sino a sus jefes políticos hoy enconados contra la ciudad, así el Poder Ejecutivo, dotado de poderes extraordinarios, puede violar a voluntad el derecho de propiedad declarando de interés público lo que le parezca y decidir que los dueños de la producción agro ganadera no pueden disponer del fruto de su trabajo y capital prohibiendo exportaciones y así hemos estado literalmente a disposición del Poder(es) Ejecutivo(s) por 10 larguísimos meses sin protección ni resultados que lo justifiquen, entre muchas otras manifestaciones de cuan limitada es nuestra autonomía como ciudadanos.
La narrativa de la libertad demanda poner en claro que el argentino promedio es casi un siervo de la gleba que solo puede disponer del 50% de su costo laboral, por cuanto el resto será dispuesto por quienes mejor que él sabrán cuanto y como debe prepararse para el retiro, cuanto y como debe destinarse a su salud incluyendo su sepelio, a quien y cuánto debe pagar por su representación laboral. Ese mismo argentino promedio deberá entregar a sus hijos al sistema educativo donde la inteligencia preclara y desinteresada de la burocracia estatal y sindical decidirán el contenido y extensión de sus clases (o falta de ellas con un año escolar perdido y la activa resistencia gremial a reiniciarlas) , y si tiene la mala fortuna de caer en la educación pública a lo anterior debe sumarse que las mismas autoridades decidirán donde deberá educarse sin considerar relevante informarle de los resultados obtenidos por las diferentes escuelas , no sea cosa que, entre dañar la sensibilidad de docentes ineficaces y mejorar la educación de sus hijos el muy estúpido elija lo segundo.
Si el argentino promedio dispone de algún excedente será entonces víctima de un depredador armado de dos garras muy poderosas, la capacidad de cobrar impuestos y la capacidad de emitir moneda. No es necesario abundar en detalles, tanto a nivel de presión fiscal como tasa de inflación estamos entre los peores países del mundo.
En este punto podemos introducir un dato macroeconómico que ilustra en que nos convertimos. El gasto público consolidado promedio de las décadas del 80 y 90 se encontraba en el orden del 26% de PIB, (durante el pre-peronismo inmediato era del orden del 15% durante el periodo 1930/ 1945), hoy es el del orden del 45% (en ambos casos sin incluir los intereses de la deuda pública). Los 19 puntos del PIB de aumento reciente del gasto público son simplemente decisiones de gasto realizadas por el estado con recursos extraídos al sector privado. A esto deben sumarse los recursos que son extraídos de los trabajadores y transferidos a los sindicatos para su administración discrecional entre otras muchas acciones de carácter obligatorio. Estas magnitudes son evaluadas, muy críticamente, por cierto, por su impacto en la eficiencia de nuestra economía, pero se soslaya lo que significan en cuanto a transferencia de poder. En la decisión de aplicar esa enorme masa de recursos los millones de agentes económicos que aportan esos 19 puntos del PBI son substituidos por un puñado de individuos que controlan el estado y atienden sus propios intereses, en particular, seguir controlando el estado. ¿Somos entonces libres?
Esta narrativa implica reescribir la tragedia argentina, que usualmente se describe a través de indicadores económicos y sociológicos, en términos de la pérdida dramática de nuestra libertad a manos de oligarquías políticas, administrativas y sindicales que toman toda clase de decisiones por nosotros con el agregado de ser extraordinariamente ineptas para asegurar nuestro bienestar material. Somos víctimas de déspotas, que de ilustrados no tienen nada, cuya agenda inmediata es destruir todo principio de justicia independiente y consagrar el derecho del poder político a avasallar nuestra individualidad para establecer un régimen donde el dueño del poder político es, finalmente, dueño de todo.
Nótese la abismal distancia que existe entre la narrativa de la libertad demandada y la oferta habitual del pensamiento liberal consistente en propuestas de planes económicos que en definitiva no son más que buenas prácticas de gestión, imprescindibles sin duda, pero incapaces de transmitir la enorme potencia y generosidad de oportunidades propias de la búsqueda de la felicidad fundada en la iniciativa individual. No por nada los responsables fácticos e intelectuales de la catástrofe argentina, los verdaderos accionistas de la fábrica de pobres, aquellos que cuentan con el temor de sus víctimas degradadas a clientes para seguir en el poder, han tenido un éxito transcendental en asociar firmemente al liberalismo con el ajuste, es decir con la negación del deseo. Extraordinaria operación mediante la cual un reducido grupo de gestores del control del estado, que han substituido en sus decisiones más importantes a millones de ciudadanos, enriqueciéndose en la misma medida que a todo el resto le ha ido pésimo, consiguen presentarse como lo opuesto de quienes postulan la restitución de la libertad perdida a sus legítimos dueños.
Es hora que los liberales hablemos de libertad en todos los órdenes de nuestra vida ciudadana, poniendo frente a la sociedad la certeza de un futuro mejor que verá la luz una vez que, librados de oligarquías que excluyen toda posibilidad de progreso para sus víctimas, podamos poner en marcha nuestros enormes deseos de progresar. Escribir ese discurso de libertades perdidas que buscan su restitución, difundirlo efectivamente a todos los actores de la vida nacional y debatirlo en la cantidad necesaria de frentes es la tarea de la hora.
El autor es Miembro del Consejo de Administración de Fundación Atlas. Actuario, UBA. MBA, The University of Chicago.
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