La noche de los cuchillos largos

La caída de Michael Flynn, el consejero de Seguridad Nacional del Presidente Trump, ha sacado a la superficie las potentes corrientes submarinas que atraviesan los servicios de inteligencia estadounidenses en el contexto de la descomunal lucha política que se ha desatado entre el nuevo gobierno y sus adversarios.
En la nueva temporada de Homeland, la famosa serie de televisión, la CIA, dirigida por Dar Adal, sabotea a la Presidenta electa, Elizabeth Keane, que quiere reducir la beligerancia de la política exterior estadounidense, incluidos los servicios de inteligencia. Se desata una pelea de titanes entre los sectores afines a ella y los afines a él.
Pues bien: en este caso, la realidad imita a la ficción porque la nueva administración claramente está en una lucha sin cuartel con unos servicios secretos que en parte responden a sus adversarios.
Esos servicios grabaron clandestinamente unas conversaciones entre Flynn y el embajador de Rusia en Washington antes de que Trump asumiera el mando. Es posible que lo hayan hecho ilegalmente en caso de que el blanco de la grabación fuera Flynn porque sólo un juez puede autorizar escuchas contra ciudadanos estadounidenses a partir de indicios serios (si el blanco era el embajador ruso, pueden haber sido grabaciones legales).
Esos servicios filtraron a sectores críticos de Trump al interior de la administración, una vez que el nuevo Presidente tomó el mando, el contenido de esas escuchas para mostrar que Flynn había mentido cuando dijo que nunca había hablado con el embajador acerca del posible levantamiento de las sanciones contra Moscú.
Trump parece inclinarse por levanter esas sanciones mientras que la prensa, el Partido Demócrata, parte del Partido Republicano y gran parte de la comunidad de espionaje se oponen. Los servicios secretos filtraron luego a la prensa tanto parte del contenido de las grabaciones como la información acerca de que Trump había sido alertado sobre la posible mentira de su consejero de Seguridad Nacional. El resto es historia.
No pasa un día sin que esos servicios secretos no coloquen en manos de la prensa alguna información delicada, no se sabe si cierta o fabricada para fines de intoxicación política. Un sector lo hace para favorecer a Trump y otro, hasta ahora el más eficaz, para exponer su ingenuidad en política exterior.
El último episodio de las filtraciones es la información de que Moscú ha desplegado misiles prohibidos y de que Rusia ha enviado un buque de espionaje a rondar la costa de Delaware.
Washington es una ciudad que vive de las filtraciones de información por parte de bandos políticos enfrentados. Pero la escala y la intensidad de lo que está sucediendo no tiene paragón en décadas recientes. Uno tiene la sensación de que van a suceder cosas graves. Los “países-problema” han entendido bien que la politización profunda de los servicios secretos tiene tan aturdida a la Administración Trump, y tan envalentonada a la oposición, que pueden aprovechar las circunstancias para hacer de las suyas.
No es raro, en este contexto, que Corea del Norte haya lanzado un misil provocador cuando Trump se reunía con el primer ministro japonés, que la propia Rusia esté haciendo gestos contradictorios y que Irán, por boca de Hassan Rouhani, haya lanzado un desafío casi personal al nuevo mandatario estadounidense.
Las divisiones normales de una democracia sólida como la estadounidense no debilitan a este país ante sus enemigos. Pero un ambiente de odio tan intenso entre bandos rivales, alimentado por unos servicios secretos llenos de toxicidad política, suponen algo muy distinto. Los enemigos de Estados Unidos parecen haber captado esto muy rápidamente.
- 7 de noviembre, 2012
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