Argentina: El antiperonismo le ladra a la luna
Introducción
Como en el primer lustro de los 50
“No aguanto cuatro años más de peronismo”, confirma la Garganta. “Prefiero irme del país”.
La posibilidad que el cristinismo permanezca inquieta y atormenta. A través de Scioli. Con La Doctora detrás y La Cámpora a los costados.
“¿Hasta cuando el populismo? ¡Por favor!”, insiste otra Garganta.
Un coro pío de lamentos complementa el final del ciclo que a lo mejor se extiende. Como se extiende el temor a la confirmación de la continuidad.
El incentivado sentimiento antiperonista atraviesa, en la actualidad, por uno de los períodos más intensos.
Es distinto de aquel antiperonismo del primer lustro de los 50. Sin militares providenciales a los que recurrir, que hoy sobreviven adentro de la caja.
No queda otra alternativa que desalojar, a los peronistas, mediante elecciones.
Trasciende, por si no bastara, que el general Milani mantiene un prematuro cierre con Scioli.
“Si no puedes con tu adversario, únete”, sentenció aquel aprendiz de Maquiavelo. Parafrasearlo es fácil.
“Si no puedes con los peronistas y quieres sobrevivir, hazte peronista”.
Osiris Alonso D’Amomio
Director Consultora Oximoron
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El repunte inflamado de Scioli en las encuestas ilustra y explica la meseta transitoria que Macri y Massa comparten, con diferente rigor.
El estancamiento se impone, en realidad, con la potencia del retroceso. Se suma a la sorprendente imagen favorable que La Doctora aún arrastra, pese al compendio de catástrofes agravadas.
Juntos, La Doctora y Scioli estimulan la imaginación y las iniciativas de los que procuran, razonablemente, evitar que el cristinismo perdure. Que conserve, más allá de diciembre, los atributos del poder abusado. Ampliaremos.
La oposición al cristinismo es -al cierre del despacho- demasiado frágil. Si se la compara, sobre todo, con el sentimiento rencorosamente opositor que anida en sectores decisivos de la sociedad.
Son los excluidos de las capas medias. Se encuentran culturalmente hartos de las imposturas arbitrarias del oficialismo desastroso, que se dispone, para colmo, a permanecer.
Basta con un ventarrón adverso para que se estanquen las estructuras de los dos líderes -Macri y Massa- que se postulan para desalojarlos. Para que dejen de registrar crecimientos significativos.
Basta además con un soplido, un aprovechado desorden, o alguna explotada confrontación interna para desequilibrarlos.
Por encontrarse divididos, son fragmentos funcionales al cristinismo, que enarbola la obstinada certeza de quedarse. Aunque estuvieran, un mes atrás, regalados. En mesa de saldos.
“Con muy pocas excepciones, los intendentes que ustedes llaman mini-gobernadores, cuentan de movida una base del 27 por ciento”, confirma otra Garganta.
La pregunta que surge es entonces obvia: ¿cómo se les gana en medio de tanta fragmentación opositora?
Desdibujan el 60 % de la sociedad que los detesta. Con márgenes considerables de ciudadanos que ya no pueden escuchar ni siquiera la voz que los encadena.
Consecuencia del conjunto de egolatrías desencontradas, más que de enfrentamientos ideológicos.
La ideología, en el fondo, es aquí una cuestión secundaria.
Riesgos de la Pata Peronista
Para Oximoron, los proyectos inspirados en el no peronismo, o los inspirados en un peronista que de pronto se aparta, coexisten con el riesgo del desvanecimiento inmediato.
La declinación arranca, en el primer caso, cuando los dirigentes osados plantean racionalmente que, para conquistar el poder real, hace falta disponer de la llamada “pata peronista”. Para ingresar, al menos, en la provincia (inviable) de Buenos Aires. En el conurbano mayoritariamente impenetrable, que siempre brinda algún espacio lateral para las minorías.
En el mercado del usado, la pata peronista siempre se consigue. Con llamativa facilidad. Como se consiguen en Warnes los repuestos de los automotores.
Abundan los peronistas desencantados que se quedaron afuera del circuito cerrado de la toma de decisiones, y de los repartos. Quedaron lejos de las cajas y fueron desplazados sin piedad. Peronistas expertos, al borde de la laguna. Con la caña en una mano y con la garrocha cerca, por si es necesario saltar hacia algún otro espacio generoso que los contenga.
Para alimentar a los desplazados opositores internos, que sobreviven en el llano, en el peronismo sólo quedan las anchoas saladas, para ser servidas en la calentura del desierto.
Pero la pata peronista presenta un enorme riesgo para los improvisados que pretenden armar desde el no peronismo.
Es que la pata peronista les peroniza paulatinamente la totalidad del cuerpo. Y cuando los iniciales no peronistas se quieren acordar ya es tarde, están peronizados en el peor sentido de la palabra.
Adoptaron la mayoría de los vicios culturales y ninguna de las virtudes, que florecen en general cuando se dispone del poder.
Lejos del poder, el peronismo propone el mito melancólico de la resistencia. Para desalojar, sin romanticismo culposo, a aquel que lo tiene.
Sobre la ceguera
La problemática alcanza grados de patología cuando el opositor no diferencia al peronismo del kirchnerismo. Cuando los identifica.
En su desesperación, el antiperonista es dominado por la ceguera que lo descontrola. Cuando decide que el peronismo es la lacra. El responsable histórico de la totalidad de los fracasos colectivos de la Argentina. Desde la corrupción devastadora, que supera cualquier peste de transparencia, hasta del insumo básico de la pobreza. El elemento compulsivo para eternizarse.
El tramo se reproduce en la actualidad. Al percibir que La Doctora y su conjunto de buscapinas acostumbrados pueden persistir a través de Scioli, el antiperonista fanatizado se sumerge en magníficas muestras de frustración.
Es cuando el mito del eterno retorno, inspirado en el ejemplo de Michelle Bachellet, se transforma en el mito de la permanencia, inspirado en Vladimir Putin (Ampliaremos. Tema de próximo informe Oximoron).
Siempre listos
En su impotencia, el antiperonismo le ladra a la luna.
Cuando toman consciencia del riesgo de quedarse, después de haberse ilusionado con la certeza falsa de la partida. Con el cuento del final de ciclo.
Por lo tanto, al sospechar que el próximo gobierno va a ser también peronista (“un clon del actual”, según un pensador), se anticipa el tormento que legitima la incertidumbre. Y la puteada inútil, hacia la luna. Como los ladridos de perro del “barrio de tango”. Homero Manzi.
“Estos peronistas se quedan siempre. Y el país con los peronistas no tiene destino. Es una tortura”.
Peronistas siempre listos para nacionalizar o privatizar. Depende. En el fondo, para ser francos, es lo mismo. Con el complemento liberal, para denostar posteriormente, como con Menem. O con el componente del frepasismo tardío, como los diferentes Kirchner, El Furia y La Doctora, para denostarlos en bloque en un futuro cercano por los propios peronistas. Sin que se les caiga ningún anillo. Ni florezca la mariconeada intelectual de la autocrítica.
Para Oximoron el peronismo es la ideología del poder. Con el agravante que la conquista y la conservación del poder signan las claves de la misma ideología.
Al frente siempre y con los individuos intercambiables. Los que en general acompañan y elogian al que gana. Y aquel peronista que decide combatirlo, o carece de reflejos para acomodarse, y se queda afuera, tiene por delante un destino de desierto ancho y largo, ideal para comer anchoas, eternizadas en sal gruesa. O para ofrecerse como “pata peronista” en el mercado del usado, donde se abre cualquier proyecto opositor que se inspire en el defecto físico del no peronismo.
Es la manera de entender críticamente el final de ciclo que (a lo mejor) se extiende. Con otra versión para repetir la historia inagotable.
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