Nada más y nada menos que fútbol
Que Evo Morales haya sido fichado por el Sport Boys de su país nos recuerda, a pocos días del Mundial, que el fútbol es a menudo un instrumento de objetivos políticos. Allí están los anuncios que hacían los líderes griegos en plenas Olimpiadas para capturar la imaginación de sus súbditos. O el metonímico “panem et circenses” del que se mofó Juvenal en su Sátira X. De allí al uso del fútbol por parte del populismo latinoamericano (el PRI controlando el Club América en México, Getulio Vargas y Perón usando los estadios para el asistencialismo y la propaganda) hay un trecho corto.
Pues bien, como ocurre cada cuatro años, muchos gobiernos aspiran ahora a obtener réditos con lo que pase en Brasil entre mediados de junio y mediados de julio.
El gobierno que tiene más en juego es Brasil. Sólo 48 por ciento de los brasileños están contentos de que la tierra que más ama el fútbol organice esta Copa del Mundo. Las calles de Brasilia, Sao Paulo, Río, Belo Horizonte y Salvador hierven de protestas. Toda clase de sectores -transportistas, profesores, médicos, grupos indigenistas, activistas y hasta policías- hacen huelga o claman contra la corrupción, el faraonismo, los precios y los servicios públicos. Dirigen su ira contra el Mundial, que para ellos simboliza el desfase entre el sueño de grandeza del Estado y la realidad de una clase media emergente que ahora teme sumergirse.
En junio pasado, Dilma Rousseff resolvió un problema similar colocándose a la cabeza de esa energía contestataria. Anunció algunas medidas, ganó tiempo. Pero las cosas han vuelto a desbordarse y ella sabe que, aunque sigue favorita de cara a los comicios de octubre, todo puede cambiar porque sus cifras son mucho más bajas que en el pasado. Para ella este Mundial es tan importante, en democracia, como lo fue el de 1978 para la junta militar argentina o el que ganó el propio Brasil en México 70 para la dictadura brasileña. Si las cosas salen bien, Dilma será invencible. Si no, corre peligro. No es difícil imaginar a sus rivales, Aécio Neves y Eduardo Campos, explotando el malestar para desalojarla del poder.
En ese escenario adverso, hasta el último centavo de los 15 mil millones de dólares invertidos en infraestructura (inacabada) para el Mundial se volverán contra la Presidenta. No sería raro que otras glorias del deporte brasileño, como ya lo ha hecho Ronaldo, campeón mundial en 1994 y 2002, optasen públicamente por adversarios de la Presidenta (él ha anunciado que votará por Neves, candidato de acentro derecha). Así de determinante puede ser lo que salga o no salga de los botines de Fred, Jô, Neymar o Thiago Silva en las próximas semanas.
En el resto de América Latina, varios gobiernos tienen expectativas (o temores) puestas en sus selecciones. En el caso mexicano, las dificultades que enfrenta Peña Nieto en su plan de reformas se multiplicarían si la selección, que tuvo un pésimo desempeño en las eliminatorias, pierde la primera ronda con resultados humillantes. En cambio, y dadas las bajas expectativas, un éxito inesperado -por ejemplo si pasa de octavos de final, algo que no sucede desde 1986- daría al gobierno varios meses de espacio político para afianzar esas reformas costosas. Ello fortalecería a Peña Nieto incluso contra el propio PRI, que en algunos estados se muestra rebelde.
Otros dos países con cosas importantes en juego son Argentina y Chile. En el primer caso, un exitazo de Messi, el “Kun” Agüero y Di María no daría como para salvar a Cristina de la derrota de 2015 porque el desprestigio del kirchnerismo, la división del peronismo y la relativa lejanía de la fecha no permiten tanto. Pero sí le daría mucho oxígeno de corto plazo, algo que le urge en esta etapa en que da marcha atrás en ciertas cosas por el fracaso de sus políticas y provoca el odio de la izquierda. Ya se ha visto con el aprovechamiento político que ha hecho del Papa Francisco, a quien detestaba cuando era sólo Bergoglio, la capacidad de Cristina para explotar acontecimientos nacionales.
En cuanto a Chile, la selección parte con una enorme ventaja que también beneficia a Bachelet: le ha tocado un grupo criminal. No sería el fin del mundo no pasar de la primera ronda porque no hay un chileno que ignore lo que significa superar a España u Holanda para estar entre los dos primeros. La decepción, por grande que sería teniendo en cuenta el magnífico equipo que Chile ha podido formar, no duraría mucho ni iría dirigida contra un blanco político. En cambio, y por tratarse de un grupo tan complicado, pasar a octavos tendría un efecto electrizante para Chile y galvanizaría al gobierno por razones similares, aunque de signo ideológico opuesto, a lo mencionado en el caso de México: porque Bachelet está en un proceso de reformas polarizantes. Todo lo que reúna a una sociedad polarizada beneficiará siempre al gobierno durante un tiempo. Arturo Vidal, Alexis Sánchez y compañía pueden querer o no más impuestos, nueva Constitución y menos elección educativa, pero no hay duda de que tienen en sus botines la posibilidad de darle un empujón a esa agenda ideológica.
Hay ciertos países latinoamericanos donde lo que ocurra en Brasil no entraña gran trascendencia política, aun si puede tener efectos populares. Colombia es un caso. El país celebrará su segunda vuelta electoral tres días después de iniciarse el Mundial. Si Santos es reelecto, será porque logró resucitar el entusiasmo de un pueblo desencantado de él. Eso le conferirá una segunda luna de miel a inicios del Mundial; por tanto, un éxito furtbolístico no añadiría nada especialmente nuevo (sobre todo teniendo en cuenta que le ha tocado a Colombia un grupo más bien cómodo y es casi seguro que pasará a octavos). Si pierde Santos, será Oscar Iván Zuluaga quien estará en plena luna de miel durante el mes futbolístico, sin haber asumido el mando todavía y, por tanto, sin haberse desgastado.
Otro caso de relativa inmunidad política es Uruguay, donde el dominio del Frente Amplio es suficientemente grande como para que en las elecciones de octubre no vaya a tener un peso gravitante una eventual eliminación en la primera ronda. Costa Rica, que comparte grupo con tres campeones mundiales, tiene, a pesar de lo bien que jugó en las eliminatorias, escasa posibilidad de pasar a octavos. No se juega mucho, lo que deja respirar tranquilo al recién estrenado Luis Guillermo Solís. Un milagro futbolístico, eso sí, prolongaría su luna de miel y acaso fortalecería mucho la causa contra los partidos tradicionales -el bipartidismo- que su surgimiento simbolizó.
Otro con posibilidades mínimas de avanzar es Honduras -que se enfrenta a Ecuador, Francia y Suiza-, por lo que un revés en la primera ronda no afectará mucho al Presidente Juan Orlando Hernández ni será de mayor ayuda para los populistas, encabezados por Manuel Zelaya y su esposa Xiomara Castro, que lo adversan. En cambio, de lo que no hay duda es de que si Ecuador pasa a octavos eliminando a Franca o Suiza, el Presidente Correa, empeñado ahora en modificar la Constitución para permitir la reelección permanente por la amenaza que supuso para él la derrota municipal de febrero, sacará un partido inmenso al clima de euforia nacional. El proyecto continuista se activará al máximo.
En otras regiones del mundo no es menos lo que está en juego. Aunque sería laborioso analizarlas todas, hay tres casos a los que creo que hay que prestar atención.
En el caso español, el Presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, necesita a gritos reeditar la victoria que obtuvo la selección en Sudáfrica. Aunque va adelante del PSOE, el desgaste de los partidos nacionales se ha visto en las recientes elecciones para el Parlamento europeo. El permanente zarandeo que recibe Madrid por parte del nacionalismo catalán implica también una presión enervante sobre España como espacio común. La causa de España por oposición a los particularismos catalán o vasco se vería enormemente reforzada en lo inmediato por un triunfo en Brasil.
En Francia, el atribulado Presidente Hollande no levanta cabeza: los peores registros de popularidad de la 5ta República y el surgimiento aparentemente imparable del extremista Frente Nacional como alternativa creíble al socialismo y la derecha democrática. El estado político de Hollande es tan penoso que un éxito fulgurante de Francia no bastaría para revertirlo, pero eso le daría espacio para disipar, en el corto plazo, los pronósticos que auguran un acortamiento de su mandato.
Por último, Japón: si la selección de los “Samurai Blues”, con su estrella Shinji Okazaki, logra una hazaña, el Primer MInistro Shinzo Abe, reencarnación democrática del nacionalismo nipón, capitalizará los hechos. Abe ha dado muchas muestras de querer fortalecer a su país en términos militares y de pisar fuerte en las relaciones internacionales. Brasil 2014 puede -si hay éxito- convertirse en el eje de la proyección nacionalista de Abe en Asia.
¿Quién dijo que se trata sólo de fútbol?.
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