¿Insulza: ineficiente o funcional al socialismo del siglo XXI?
Es una realidad incontrovertible que la Organización de Estados Americanos y su inefable Secretario, José María Insulza no juegan ningún papel positivo en el mantenimiento de la democracia en América Latina.
Con la sola y lamentable excepción de Cuba, toda América Latina está gobernada hoy por gobiernos surgidos de elecciones populares. Dentro de esa característica, coexisten dos sistemas políticos en la región: la gran mayoría corresponde a regímenes que, al hecho de su elección popular, le añaden la vigencia de sus instituciones democráticas y garantías individuales. Otros, una minoría de cuatro o cinco países donde ya no puede hablarse de democracia, pese a su legitimidad de origen. En algunos casos, también esa legitimidad es discutible, como en el caso de Nicaragua cuya última elección surge de un proceso viciado de nulidad.
Fuera de toda discusión académica sobre el verdadero sentido de la democracia, esos dos tipos de regímenes (la de mayoría como única legitimidad y la del respeto a las instituciones) están contempladas en la Carta Democrática Interamericana, que ha cumplido ya 10 años.
En la Carta se definen como elementos esenciales de la democracia el respeto a los derechos humanos y las libertades fundamentales, el acceso al poder y su ejercicio con sujeción al Estado de derecho, elecciones periódicas libres y universales y la separación e independencia de los poderes públicos. El ejercicio de esa democracia requiere la transparencia, probidad y responsabilidad de los gobiernos y el respeto a la libertad de expresión y prensa.
Cuando se refiere a las acciones posibles de la OEA, la Carta diferencia dos situaciones. La del artículo 17 parece contemplar la hipótesis correspondiente a una “democracia” meramente electoral, la de un gobierno que considere que está en riesgo su proceso político institucional. La del artículo 18, parece aplicarse a la otra concepción de la democracia, ya que se refiere a otras situaciones que pudieran afectar ese mismo desarrollo. En el primer caso, es el gobierno afectado el que puede recurrir a la organización. En el segundo, la iniciativa corresponde al Consejo Permanente o al Secretario General, previo cumplimiento de los requisitos y está claramente dirigida a superar otros peligros que afectan a la democracia: la violación de los derechos individuales, la desaparición de la separación de poderes e independencia del poder judicial y la falta de libertad de expresión.
El astigmatismo de Insulza le permite ver sólo una posibilidad de acción: la que se aplica cuando es el gobierno el que la pide y no se aplica cuando es el propio gobierno el que pone en peligro a la democracia. Así, se ha comportado en el caso de Honduras, en el de Nicaragua, cuando declaró a la reelección de Ortega como un avance de la democracia y en el de Ecuador, cuando su enviado expresó que un reclamo salarial de la policía constituyó un intento de desestabilización política. En cambio ha permanecido en silencio en el caso de las violaciones institucionales de Chávez, Correa, Ortega y Morales.
Otro elemento clave para precisar esa arbitraria actitud de la OEA es el contenido del informe sobre la democracia elaborado en asociación con el PNUD y presentado en México. No hay en ese informe condenas o referencias a los abusos autoritarios de los países del siglo XXI. Por el contrario, se enfatiza en la necesidad de contar con gobiernos con más facultades, especialmente en la capacidad de recaudar fiscalmente. La democracia aparece allí amenazada por sus debilidades y por la gestión de los medios de comunicación, en manos de intereses privados. Por su parte, la prensa –según el informe- está en peligro por el crimen organizado y el narcotráfico. De los ataques que sufren por parte de los gobiernos autoritarios, la OEA no se da por enterada.
Pero el elemento final y conclusivo para comprender la actitud de José María Insulza es su descripción sobre “Los retos del hemisferio” en su artículo publicado hace unos días. En sus casi 1,000 palabras, no hay una sola palabra de condena a los ataques a la prensa, a la persecución de opositores políticos, al uso espúreo de la justicia, y a los exiliados. Por el contrario, afirma que la democracia se ha establecido firmemente y que “hay buenas razones para el optimismo que ha actuado como un tónico en las recientes cumbres en que han participado los líderes de la región”. Los retos, según Insulza, se encuentran en la falta de desarrollo y los desequilibrios. En cuanto a la democracia –dice Insulza- el problema es que el aparato fiscal del Estado es insuficiente.
Por supuesto que lo que dice es apropiado. El problema no es lo que dice Insulza, sino lo que calla. Y no puede atribuirse a la ignorancia, ya que las víctimas de los abusos del socialismo del siglo XXI le han hecho llegar repetidamente sus pedidos de intervención.
¿Es el señor Insulza un ineficiente o es funcional al socialismo del siglo XXI? La distinción es retórica: en ambos casos el resultado es el mismo y es avalar a los autoritarismos de la región y despreocuparse de los elementos institucionales que la misma OEA, a través de su Carta Democrática, exige para configurar una democracia.
Muchas veces nos hemos preguntado cómo combatir a esos abusos y como restaurar una auténtica democracia en los países (Cuba, Venezuela, Ecuador, Nicaragua y Bolivia) que ya la han perdido. Y cómo alertar tempranamente sobre los atentados a la libertad en otros, como Argentina o en Panamá. Quizás la vía sea proponerse recuperar a la OEA, en cambio de ver y aceptar pasivamente su desaparición en la vida política.
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