Argentina: Tregua obligada
Ni en los peores sueños, Cristina de Kirchner imaginaba una situación recurrente. Pero, al igual que en el amanecer de su anterior gestión, se complicó lo que parecía inalterable y, a pesar de que sobraba tela, el paño del fin de año quedó corto, se encogió. De repente ocurrió, aun con la orquesta oficial, con el dominio unánime de la política y la economía, el amenazante rayo láser con 54% de energía para liquidar cualquier manifiesto crítico y un aluvión de medidas que confirmaba no sólo el personalismo de la conducción sino también su carácter futuro. Le pasó igual que en vida de Néstor, cuando éste le trasladó la banda en el inicio, cuando apuntaba para cóndor el vuelo y el pájaro no pudo alcanzar la altura reservada para esa especie única, solitaria.
Suele ocurrir, dirá un avistador de aves. Entonces, el affaire de Antonini Wilson empañó la transparencia del comienzo, confundió valores y destiñó la entrada triunfal. Ahora, como en círculos, la historia tiende a repetirse por otras contingencias y ni siquiera resta la excusa de imputarles responsabilidad a los Estados Unidos por esa falla de origen. Como en aquellos momentos, con la verba inflamada de Hugo Chávez, con quien algunos funcionarios argentinos intercambiaban valijas de comprobado y jugoso contenido.
Imprevisto, el primer sacudón al vértigo presidencial vino en la semana por una falla en la salud, un cáncer encapsulado en la tiroides. Si la medicina no miente, y no suele hacerlo, la intervención será apenas una tregua, una licencia no deseada, más bien obligada. En pocos meses, nadie se acordará del episodio, salvo por las medicinas que demandará el funcionamiento cabal de la glándula.
Otro impacto llegó por declaraciones. Cuando, guste o no, Cristina aparecía ajena a cualquier entuerto sospechoso, un devoto de su gobierno puso una pica en Flandes al aludir a la fortuna de la familia. Fue una señal non sancta el reportaje de José Pablo Feimann, multiplicado por aclaraciones y entredichos, en la línea de flotación de la mandataria. En boca de otro personaje, esas objeciones sobre la conducta familiar hubieran hecho estallar el arco oficialista, desatado el rumoreo de rencor y, sobre todo, revuelto pasadas acusaciones destituyentes. Y si la anécdota literaria produjo algún estrépito, hubo otro cañonazo superior, periodístico, que completó la escena: la comprobación de que Cristina poseía más de un departamento de alta gama en Puerto Madero, una novedad, aunque la compra del inmueble data –por las mentas– de hace varios años, cuando la obra estaba en construcción. Tiempos, claro, en que El manejaba ciertas operaciones inmobiliarias, pensando seguramente en el futuro de sus hijos. Al margen del hallazgo del medio (Libre) que suministró la información, desde hace pocos meses circulaba esa especie por derivación de un trámite de divorcio que involucró a un amigo de la familia.
Estos episodios, justo cuando el festejo y el poder parecían enormes, desacomodaron los imborrables –así lo entienden en el oficialismo– primeros cien días del nuevo gobierno. Nadie esperaba el tormentón, y el silencio ante la divulgación de las adquisiciones no favorece el entendimiento general, menos la fantasía popular que se genera sobre este tipo de bienes. Se podrá decir que las encuestas no expresan interés de la gente por estos acontecimientos y ni vale desmentirlos o esclarecerlos. Más bien, se supone que la atención pública se concentrará en el parte diario de la salud de la Presidenta, quien paradójicamente vive su mejor hora en la cima cuando los especialistas le descubren un cáncer.
Con más o menos información del Estado, habrá un paréntesis político hasta fin de enero, cuando Cristina regrese a la actividad. Aprovechan muchos para liberarse de una presión en su contra, caso Hugo Moyano –desaparece en principio hasta el 9 de enero– o Daniel Scioli, dispuesto como siempre a disfrutar del verano como padrino de espectáculos en Mar del Plata o decorando las medidas viales para que desciendan los accidentes en ruta. Mientras, quienes se habían disparado al espacio por obra de Ella –La Cámpora, por ejemplo– necesariamente revisarán su estrategia: en los momentos complicados no alcanza con estar como invitados en la primera fila del auditorio o hacerles el aguante a los herederos familiares. O sea que los impulsados al descenso contienen la caída y quienes trepaban como cohetes detendrán el ascenso, al menos por el mes de vacaciones que se inicia. Luego, se supone, todo volverá a la normalidad reñidera del kirchnerismo.
En esta forzada tregua, algunos sacaron ventajas: la CGT espera las paritarias de marzo con otra perspectiva, gran parte de los gremios ya obtuvo en las últimas horas un bonus adicional a lo establecido. Es decir, se aumentaron el salario –camioneros o bancarios, por ejemplo– con la venia empresaria y la esmerada distracción del Gobierno. Moyano puede decir que gracias a estos incrementos él también dispone de adhesiones preciosas, por más del 54%, en el sector de los trabajadores. No pudo o no quiso la mandataria frenar estos aumentos, aunque nadie cree que imaginaba hacerlo sólo con pronunciar advertencias contra Moyano desde el atril. Es una pregunta. La otra sin responder alude a su conflicto personal con el jefe camionero, para muchos una pugna de egolatrías y posicionamientos más que una controversia sobre la distribución del ingreso. Si Ella persiste en crecer a cualquier costo, como suele repetirlo, esa máxima determina un incesante reparto salarial; se diría que es la base del modelo. Y si esto ocurre, si llegan los fondos para los obreros, si Cristina gobierna para que la CGT se ufane de ciertos niveles de ingresos, ¿cuál sería la razón por la que Moyano & Cía. saldrían a la calle, se quejarían o propondrían un paro general?
Cuesta entenderlo, a menos que la intención sea apartar exclusivamente a ciertos sindicalistas del poder, reemplazarlos por otros, cambiar de elenco como ya lo hace Cristina en política, promoviendo jóvenes cuarentones en la administración pública y postergando a otros mayores, de viejo cuño partidario, que se ilusionaban con cargos asegurados.
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