La nueva era santista en Colombia
Oxford. – Con la posesión de Juan Manuel Santos como Presidente, se inaugura una nueva era política en Colombia. Esa es la percepción general, tras la finalización del gobierno de Alvaro Uribe –el más largo en la historia del país-, si bien el mandatario entrante fue un estrecho colaborador de la administración saliente. Santos llega al poder con el perfil de un gestor de buenos éxitos, primero en el sector privado y después, de manera más relevante, al frente de tres ministerios importantes en distintos gobiernos. Su triunfo en las urnas, en unas elecciones con características extraordinarias, fue contundente. Para gobernar, ha integrado un equipo que combina capacidades técnicas y políticas, con el que aspira enfrentar los grandes desafíos que le esperan.
Santos es el presidente número 47 que llega a ese cargo por votación popular, desde el establecimiento de la república de la Nueva Granada en 1830 (la cifra se elevaría a 59 si se añaden los mandatarios de la Gran Colombia, antes de 1830, los designados en ausencia del titular y unos tres dictadores de corta duración). Desde el restablecimiento de la democracia en 1958, los colombianos se han acercado regularmente a las urnas, catorce veces, para elegir presidentes por períodos de cuatro años. En 2004, sin embargo, el Congreso aprobó una reforma –ratificada por la Corte Constitucional el año siguiente- que permitió la reelección presidencial consecutiva por primera vez en la historia del país, abriéndole las puertas a la reelección del presidente Alvaro Uribe en 2006. Santos sucede así a un mandatario que lleva ocho años en el poder, el gobierno más prolongado que han tenido los colombianos desde la fundación de la república. Uribe deja el gobierno con altísimos niveles de popularidad, tras una administración controvertida pero de indudables logros en muchos frentes, sobre todo en materia de seguridad. Como Ministro de Defensa en el segundo mandato de Uribe, Santos estuvo al frente de los golpes más duros que el estado colombiano le propinó recientemente a las FARC.
La carrera política de Santos hacia la presidencia tiene algunos rasgos atípicos. Ha sido más frecuente que quienes llegan a la primera magistratura en Colombia hayan tenido antes experiencia en cargos electivos, en los concejos municipales, las asambleas departamentales o en el Congreso. Julio César Turbay sería el prototipo extremo. Pero tales fueron también las experiencias de Alberto Lleras Camargo, Alfonso López Michelsen, Belisario Betancur, César Gaviria o del mismo Alvaro Uribe. Para Santos, la presidencia es su primer cargo electivo. La política, sin embargo, no le es ajena. Sus primeros éxitos profesionales estuvieron vinculados a la gerencia de la oficina de la Federación Nacional de Cafeteros en Londres. De allí pasó a la sub-dirección de El Tiempo, el periódico fundado por su tío abuelo Eduardo Santos, quien fuera Presidente entre 1938 y 1942. Santos, sin embargo, ingresó de lleno a la vida política al aceptar el recién creado Ministerio de Comercio Exterior en 1991, durante la administración de César Gaviria. Ocupó posteriormente el Ministerio de Hacienda en la administración Pastrana y el de Defensa bajo Uribe. Además de destacarse en todos ellos por su gestión ejecutiva, Santos demostró habilidades políticas en sus relaciones con el Congreso. Y en el proceso de recomposición del sistema de partidos colombianos –tras el declive de los partidos tradicionales y el derrumbe del bipartidismo- abandonó el partido liberal para liderar la formación de una nueva organización alrededor del programa y la figura de Uribe, el Partido Social de Unidad Nacional, más conocido como la U, hoy el partido con mayor representación en el Congreso.
Aunque como su cercano colaborador se le identifica con el gobierno de Uribe, Santos llega a la presidencia con mandato propio, después de un proceso electoral de características extraordinarias. Su participación como candidato permaneció incierta casi hasta última hora, frente a la posibilidad de una nueva reforma constitucional que le hubiese permitido a Uribe aspirar una vez más a la presidencia. Sólo cuando en febrero de este año la Corte Constitucional declaró inexequible la convocatoria al referendo reelectoral, Santos ingresó a la campaña presidencial como candidato del partido de la U. No era entonces el preferido de Uribe para su sucesión. De origen antioqueño, en un país de tradicionales rivalidades regionales, Uribe, en efecto, había manifestado a a menudo sus antipatías hacia los círculos bogotanos del poder, a los que Santos pertenece. Uribe sentía más afinidades con Andrés Felipe Arias, su ex Ministro de Agricultura y oriundo también de Antioquia, quien aspiró a la candidatura por el partido conservador, pero fue derrotado en una consulta partidaria por la ex Embajadora en España Noemí Sanín. Aunque pronto lideró las encuestas, Santos no estuvo inicialmente cerca de la requerida mayoría absoluta para evitar la segunda vuelta. Su victoria final, sin embargo, fue aplastante, con el mayor número de votos en la historia colombiana.
En su discurso la noche del triunfo electoral, Santos prometió un gobierno de “unidad nacional”, en tono que comenzó a marcar sutiles distancias con la administración de Uribe, caracterizada políticamente por sus duras confrontaciones con los partidos de oposición –Liberal (PL) y Polo Democrático Alternativo (PDA) – en ocho años de Gobierno, el Presidente Uribe nunca se reunió con los líderes del PDA y sólo en contadas ocasiones con el del PL-. El Presidente electo marcó más distancias con algunos de sus primeros nombramientos en su gabinete gubernamental. El conservador Juan Camilo Restrepo, nuevo Ministro de Agricultura, fue un crítico consistente y destacado de las dos administraciones de Uribe. Otros dos nuevos ministros, Juan Carlos Echeverri (Hacienda) y María Angela Holguín (Exteriores) también han sido críticos de las políticas de Uribe en sus respectivos campos. Su gobierno de “unidad nacional” no incluye al PDA, que se mantendrá en la oposición (aunque Santos se reunió con Gustavo Petro, excandidato presidencial del Polo, distanciado ahora de su propio partido), ni al fortalecido Partido Verde, pero sí incorporó a Cambio Radical (su líder Germán Vargas es el nuevo Ministro del Interior), y al Partido Liberal. En sus pronunciamientos y en la conformación de su gobierno, Santos ha logrado manejar un fino balance, al enviar claros mensajes de independencia frente a Uribe pero también de continuidad con el gobierno del cual formó parte.
A pesar de los logros de la administración Uribe, el gobierno de Santos se enfrenta a enormes desafíos. Horas antes de su posesión, El Tiempo destacó 10 grandes retos que le esperan, entre ellos: la lucha contra las guerrillas sobrevivientes de las FARC y el ELN, el alto volumen de desempleados (2.5 millones), la pobreza masiva (28 millones de colombianos), el déficit fiscal, las relaciones con Venezuela, y la crisis del sistema de salud. Es una agenda descomunal. No obstante, Santos inicia su gestión en medio de una atmósfera de optimismo generalizado, marcada en parte por la confianza generada por los éxitos de Uribe. Sus seguidores tienen pocas dudas. Según el historiador Darío Acevedo, Uribe deja “un país más tranquilo, más pacífico, más estable económicamente, más seguro y más feliz. Mejor preparado para enfrentar los nuevos retos de la lucha por la equidad y la cohesión social”. Aunque es, por supuesto, un diagnóstico que no comparten sus más radicales opositores, Uribe deja el poder con niveles de favorabilidad cercanos al ochenta por ciento.
Santos ha fortalecido ese ambiente de optimismo al lograr infundir, en medio de las continuidades, una atmósfera de cambio apuntalada en la integración de un gabinete ministerial recibido, en su generalidad, con aplausos. “Hacía ratos no se veía un equipo gubernamental tan fuerte”, escribió el ex Ministro Guillermo Perry. Como observó un crítico de la segunda administración de Uribe, el ex Ministro Rudolf Hommes, “este agosto se respira un aire de esperanza y de confianza en el futuro”. Esta es, claro está, la función de los ciclos electorales y de la alternancia en el poder. Pero es notable el espíritu de renovación y optimismo con el que se inaugura hoy la era santista en Colombia.
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