Venezuela: Derrotar la intolerancia
Trapos rojos… ataques virulentos contra personas e instituciones… La escalada del discurso agresivo, violento, descalificador, va en aumento. La intolerancia con sus diversos ropajes y máscaras pugna por adueñarse de todos los escenarios en la Venezuela actual. La intolerancia, elevada ahora a niveles de paroxismo, no es nueva en nuestro país. Hace poco más de seis décadas atrás, en tiempos de crisis política e institucional, el intelectual Arturo Uslar Pietri, también víctima de los intolerantes de su tiempo, dejó escritas estas palabras: “Las gentes están hartas de odio artificial y pugna estéril. Si de algo necesita Venezuela es de la afirmación de un espíritu cooperativo, afirmativo y no sectario y negativo”. Ante tal situación propuso el ejercicio de “una política que no se detenga morbosamente en las divergencias sino que se afirme en el servicio de los grandes y evidentes intereses comunes”. Con lo dicho instó a “una concepción de la política que vaya contra el odio y la exclusión de que tanto hemos sufrido y trate de implantar la convivencia y el pacífico debatir”.
Lo manifestado por Uslar encontró eco en la Declaración de principios sobre la tolerancia, emanada de la Organización de las Naciones Unidas en 1995, de la cual Venezuela es firmante. En ese vital documento se define la intolerancia como “la forma de la marginación de grupos vulnerables y su exclusión de la participación social y política, así como de la violencia y discriminación contra ellos”. De seguidas se define la tolerancia como un valor que consiste en la armonía en la diferencia, lo cual se hace realidad en el pluralismo. Así, cuando se habla de tolerancia se hace referencia directa al respeto, la aceptación y el aprecio por el otro, aun cuando piense, hable y actúe distinto. Frente al disvalor de la intolerancia como negación y rechazo hacia el otro, la tolerancia implica fomentar “el conocimiento, la actitud de apertura, la comunicación y la libertad de pensamiento, de conciencia y de religión”. Ante quienes temen a la tolerancia por considerarla como sinónimo de debilidad, entrega o capitulación, el documento advierte: “La tolerancia es una actitud activa de reconocimiento de los derechos humanos universales y las libertades fundamentales de los demás. En ningún caso puede utilizarse para justificar el quebrantamiento de estos valores fundamentales”.
Una práctica de la política basada en el respeto al otro, a quien no debe verse como el enemigo a destruir sino como el adversario a convencer con razones, se inserta en la dimensión pluralista y democrática, por lo cual “la tolerancia supone el rechazo del dogmatismo y del absolutismo”, lo que significa entender que “toda persona es libre de adherirse a sus propias convicciones y aceptar que los demás se adhieran a las suyas”. Desde la presencia del Estado en la vida de la sociedad “la tolerancia exige justicia e imparcialidad en la legislación, en la aplicación de la ley y en el ejercicio de los poderes. Exige también que toda persona pueda disfrutar de oportunidades económicas y sociales sin ninguna discriminación”. Como ciudadanos integrantes de la sociedad civil debemos derrotar la intolerancia porque no cabe duda que en el mundo y el país de hoy “la tolerancia es más esencial que nunca”. Tomando las recomendaciones de la declaración citada derrotar la intolerancia comprende “el fomento de la tolerancia y el inculcar actitudes de apertura, escucha recíproca y solidaridad”. En ese papel han de involucrarse todas las instituciones de la sociedad que deben percatarse y hacerle frente, sin miedo, al “peligro que representa el ascenso de grupos e ideologías intolerantes”. Derrotar la intolerancia implica “no sólo un deber moral sino una exigencia política y jurídica, porque la tolerancia, virtud que hace posible la paz, contribuye a sustituir la cultura de la guerra por la cultura de la paz”.
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