La batalla contra los bárbaros de la información
El enfrentamiento entre China y Google tiene sus raíces en las misiones del siglo XVII
En 1661, Adam Schall, un misionero jesuita de Alemania y astrónomo en la corte imperial china, fue víctima de celosos mandarines y sentenciado a muerte por enseñar falsa astronomía y una fe supersticiosa. Se salvó de ser estrangulado cuando una tormenta repentina convenció a sus jueces de que la naturaleza se había pronunciado contra su veredicto. El padre Schall murió poco después. Pero la actitud defensiva de los mandarines, quienes consideraron las ideas extranjeras una amenaza a su estatus, sería un tema recurrente en las relaciones chinas con el mundo exterior.
Así que, después de todo, ¿es verdad lo que dicen sobre el choque de civilizaciones? Es tentador analizar bajo esa luz la respuesta oficinal china al discurso de Hillary Clinton sobre la libertad en Internet. Motivada por el anuncio de Google de que podría retirarse del mercado chino en protesta por la censura, Clinton habló sobre la libertad en Internet en términos de derechos humanos universales. Su discurso enseguida fue denunciado en un diario del Partido Comunista como "imperialismo de la información". El vocero del canciller Ma Zhaoxu sostuvo que la regulación que hace China de Internet (prohíbe referencias a Tiananmen, Tíbet, la independencia de Taiwán, etc.) estaba a tono con "condiciones nacionales y tradiciones culturales".
El argumento de la universalidad es de hecho una faceta importante de la cultura estadounidense, enraizada en la Revolución estadounidense y la ética protestante. Se considera apropiado que un secretario o secretaria de Estado de EE.UU. exprese el ideal de los derechos humanos universales. De la misma forma, un funcionario chino considera su deber sostener que la cultura china es única, o incluso superior. Esto era verdad en el caso de los funcionarios-académicos confucianos del pasado imperial. Aún es verdad hoy.
¿Obediencia o cultura?
El control estricto, como método para imponer una ortodoxia oficial, es una tradición muy vieja. El adhesivo oficial que desde hace mucho tiempo se aplica para mantener unida a la sociedad china es una clase de dogma estatal, laxamente conocido como confucionismo, que es moral y político, y hace hincapié en la obediencia a la autoridad. Esto es lo que a los funcionarios les gusta llamar cultura china.
Uno puede adoptar una perspectiva más cínica, por supuesto, y ver la cultura como una fachada para esconder las maquinaciones del poder político. El ataque más reciente de China contra EE.UU. (culpar a los estadounidenses por instigar una rebelión en Irán a través de Internet) revela que la actual pelea tiene un núcleo político duro (y oportunista). Y la suposición de que Google , como sostiene un editorial chino, es un "peón político" del gobierno de EE.UU., es un claro caso de proyección.
De cualquier forma, inculcar la creencia de que la obediencia a la autoridad no es sólo una forma de mantener el orden, sino una parte esencial de ser chino, es sumamente conveniente para quienes ejercen la autoridad, ya sean los padres de una familia o los gobernantes del Estado. Por eso durante sus esfuerzos por promover la democracia tras la Primera Guerra Mundial, los intelectuales chinos denunciaron el confucionismo, con su rígida jerarquía social, como una ortodoxia anticuada que debía ser erradicada.
Como sabemos, no fue erradicada sino reemplazada por una ortodoxia comunista tras 1949. Y cuando esta ortodoxia comenzó a flexibilizar su control sobre el pueblo chino tras la muerte de Mao en 1976, los funcionarios chinos tuvieron problemas para encontrar un nuevo conjunto de creencias para justificar su monopolio de poder. El híbrido ideológico que siguió al Maoísmo fue el "socialismo con características chinas", una mezcla de capitalismo estatal con autoritarismo político. La ideología más común desde principios de la década de los 90 es un nacionalismo defensivo, diseminado a través de museos, entretenimientos y libros de texto escolares. Todos los estudiantes chinos son adiestrados con la idea de que China fue humillada durante siglos por potencias extranjeras, y que el apoyo al Estado comunista es la única forma de que el país recupere su grandeza y nunca vuelva a ser humillado.
Este es el motivo por el que las críticas extranjeras a la política china, o a las violaciones chinas de los derechos humanos, es denunciada por los funcionarios del gobierno como un ataque a la cultura china, como un intento por "denigrar a China". Y los chinos que están de acuerdo con las críticas extranjeras son tratados no sólo como disidentes sino como traidores. Se supone que los chinos deben sentir que los extranjeros que hablan sobre derechos humanos lo hacen sólo para maltratar a China.
Esto no siempre es completamente irracional. Si el chovinismo chino es defensivo, el chovinismo estadounidense puede ser ofensivo. La noción de que EE.UU. tiene el derecho divino de imponer sus opiniones sobre libertad y derechos en otros países, a veces respaldado por las fuerzas armadas, provocó precisamente la misma reacción en muchos lugares, como en su momento lo hicieron las guerras de Napoleón en pos de libertad, fraternidad e igualdad. Sin importar qué tan loables sean los ideales, la gente los resiente cuando son impuestos. Además, los chinos no son los únicos que mezclan política con moralidad. La historia de las misiones cristianas en Asia o África no puede separarse claramente del imperialismo; de hecho, a menudo eran parte del mismo emprendimiento.
El dilema para las elites chinas, desde las primeras misiones cristianas, es la cuestión de cómo adoptar ideas occidentales útiles y a la vez bloquear las subversivas. Los chinos inteligentes sabían perfectamente bien que gran parte del conocimiento occi dental (cómo construir armas efectivas) no sólo era útil sino también esencial para fortalecer a China en caso de una agresión extranjera. Pero el desafío para los funcionarios-académicos era cómo usar ese conocimiento sin debilitar su propia posición como guardianes de la cultura china.
Una forma de lidiar con este problema era separar el "conocimiento práctico" de la cultura "esencial". La tecnología occidental estaba bien, mientras no interfiriera con la moral y la política chinas. En la práctica, sin embargo, esto no era factible. Las ideas políticas llegaron a China junto con la ciencia, la economía y la religión occidental. Y ayudaron a socavar el viejo orden establecido.
Contaminación espiritual
Cuando China se abrió al mundo para hacer negocios a fines de la década de 1970, bajo el liderazgo de Deng Xiaoping, volvió a surgir el viejo problema del control de la información. Deng y sus tecnócratas querían tener el beneficio de las ideas modernas en economía y tecnología, pero, como los mandarines del siglo XIX, querían prohibir pensamientos que Deng llamaba "contaminación espiritual". La clase de contaminación que tenía en mente era en parte cultural (sexo, drogas y rock and roll), pero principalmente política (derechos humanos y democracia).
El intento de Deng, que sólo fue exitoso en parte, se volvió mucho más difícil con la invención de Internet, cuyos problemas y posibilidades quedaron para sus sucesores. La Web, que experimentó un auge en los últimos años, no puede ser controlada completamente; simplemente hay demasiadas formas de eludir a los censores. Pero China, con su ejército de policías del ciberespacio, ha sido sumamente efectiva para controlarla, al mezclar intimidación con propaganda.
Por otro lado, también hay muchos chinos que han aplaudido el desafío de Google a las autoridades. Cuando hackers, operando desde China, apuntaron a las direcciones de correo electrónico de Gmail de activistas de derechos humanos, Google decidió que ya no ayudaría a controlar la información en línea. Como lo expresó el presidente ejecutivo de Google, Eric Schmidt: "Esperamos que eso cambie y podemos poner algo de presión para mejorar la situación de las personas chinas". Entonces, la cuestión para las empresas occidentales, tanto como para los gobiernos occidentales, es decidir de qué lado están: si del lado de los funcionarios chinos a quienes les gusta definir su cultura de forma paternalista y autoritaria, o del lado de las grandes cantidades de chinos que tienen sus propias ideas sobre la libertad.
Ian Buruma es profesor en la Universidad Bard. Su libro más reciente, 'Taming the Gods' será publicado en marzo en EE.UU.
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