Proteccionismo y Competencia

Entonces tendríamos tiempo para no ir de oyentes y presumir de logros históricos, las famosas provisiones anticíclicas, y dedicarnos a ofrecer soluciones al problema de las ayudas del Estado, ese caramelo envenenado que nadie quiere tocar en la Unión Europea para no descubrir sus miserias.

 

También puede el presidente presumir de haber dejado la principal empresa energética hispanoamericana en manos del sector público italiano, qué mejor ejemplo de liberalismo. Aunque los detalles de esa operación, ¿se acuerdan de E.On?, sean menos ejemplares: un «caballero blanco» que iba a salvar la industria nacional pero se ha vuelto avaricioso o necesitado; un Gobierno que metido a pastorear acaba trasquilado; unos organismos reguladores que, como algunos jueces, aplican la doctrina a petición del poderoso; y un adquirente que está dispuesto a financiar la compra repartiendo dividendos, descapitalizando la empresa y comprometiendo sus planes de futuro. Todo un ejemplo de política industrial.

 

O de haber autorizado la fusión de Gas Natural y Fenosa cambiando la definición de mercado relevante -ya no es el gas sino el energético, que no nos enteramos de cómo cambia el mundo- en lo que supone un cambio radical de la doctrina de la competencia para posibilitar la creación de un campeón nacional a costa del consumidor. De lo que ya es más difícil presumir, incluso en España, es del desmantelamiento de la industria aeronáutica para devolver el favor a Sarkozy. Tan difícil que el ministro culpa, cómo no, a Esperanza Aguirre.