El Papa en YouToube: ¿otro error?

No todos los días se escuchan frases como generación digital de labios de altos funcionarios del Vaticano. Sin embargo, en ocasión del lanzamiento del nuevo canal de YouTube del Papa, eso fue lo menos que se dijo. También habló de tatuajes digitales y hasta de cicatrices digitales.

Es evidente que el Vaticano se dedica con cada vez mayor entusiasmo a aprovechar las últimas formas de comunicación, y no es difícil darse cuenta por qué. Esas vías pueden extender de manera infinita la capacidad de la Iglesia Católica Romana de llegar a los jóvenes y penetrar en sociedades como China.

El sitio de YouTube del Vaticano se diferenciará de todos los demás medios vaticanos en que los espectadores podrán hacer comentarios de forma directa e inmediata (además de indeleble), de modo que sus comentarios se convertirán en parte del producto que verán los consumidores siguientes. Eso no es lo que la comunicación significó en el pasado para la Iglesia Católica Romana ni para otras iglesias.

La idea de comunicación que tiene el papa Benedicto nos quedó muy clara a todos los que cubrimos la muerte y el entierro de su predecesor, así como el cónclave que le siguió. Unos días después de su elección, convocó a una conferencia de prensa. Todos asistimos con la ingenua expectativa de que podríamos tener la oportunidad de plantear algunas preguntas difíciles al pontífice entrante, pero éste se limitó a leer un mensaje de agradecimiento por la publicidad gratuita que le habíamos proporcionado al Vaticano. Luego nos bendijo y se fue.

La comunicación, para quienes creen en la misma con sinceridad, pasa por impartir la verdad. Por otra parte, si bien Internet parece ofrecer un magnífico instrumento para difundir mensajes, en mucho mayor medida se relaciona con debates y discusiones que con frecuencia se deslizan hacia el abuso y la denuncia.

No queda en absoluto claro que el Vaticano esté dispuesto a enfrentar las consecuencias de ello.

John Hooper es columnista de The Guardian

Copyright Clarín y The Guardian, 2009.

Traducción de Joaquín Ibarburu.