Lo que queda de Bolivia
Por Gregorio Cristóbal Carle
Diario de América
La ideología abrazada por Evo Morales tiene mucho de la reformulación comunista sufrida tras la caída del muro, aderezada con los gestos propios de la histórica frustración indígena y espléndidamente concebida como el nuevo caudillismo latino del siglo XXI, antiamericano y anti-occidental. Una izquierda indefinida que destila odio y racismo por todos sus poros y que no pretende otra cosa que la reeducación del pueblo en unos valores bajo cuyo sustrato se traza la demolición crítica y real de los principios que sustentan la democracia y la libertad.
Toma como referencia el fundamento de la alineación marxista y como instrumento la supuesta necesidad de hacer una revolución contestataria contra las distintas formas de dominación capitalista. Por eso admira a personajes tan grises y sectarios como el dictador Castro, el Ché Guevara o el caudillo rojo Hugo Chávez Frias y no entiende que sólo el comercio libre a través de las fronteras, el sagrado respeto a la ley y el poder de la iniciativa privada impulsan la prosperidad de los pueblos.
Como trasfondo, el demagógico colectivismo y la adhesión a un nihilismo impúdico que, entre otras cosas, autoriza una acción política sin principios ni escrúpulos, detestando los principios capitalistas del esfuerzo y la laboriosidad como únicas vías posibles para alcanzar cualquier meta.
La revolución silenciosa de Evo, autodefinida como “progresista”, no es un hecho aislado. Su carácter internacionalista conecta necesariamente con el neo-comunismo de los petrodólares de Chávez, un régimen perfectamente compatible con el mantenimiento del sistema social capitalista que dilapida la riqueza nacional, fomentando la subversión contra los valores democráticos en Bolivia y el resto de Latinoamérica.
Desde su ascenso al poder el presidente ha sido consecuente con la fatal doctrina mesiánica de la imposición universal, además de implacable a la hora de llevar a la práctica sus impulsos pasionales. Así, todas y cada una de las iniciativas sociales y económicas impulsadas por la nueva izquierda post-marxista en el poder han generado un distanciamiento ideológico cada vez mayor entre todos los bolivianos, hasta llegar al punto de transformar un hipotético e histórico conflicto subyacente en la vida del país andino en un enfrentamiento real que puede degenerar en enfrentamiento civil con derramamiento de sangre.
Morales ha hipotecado el futuro de Bolivia porque gobierna desde la imposición y el mayor de los rechazos a los valores democráticos. Por esa razón, no hay otra, ha impuesto a sus ciudadanos un proceso hegemónico instalado en el permanente deterioro social, la inestabilidad galopante y la más insoportable de las incertidumbres.
Eso es lo que queda a día de hoy de la república boliviana, un estado de cosas que no puede ni debe perpetuarse en el tiempo…, por el bien de la nación, de Latinoamérica y de todo el mundo libre.
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