A propósito del agua y su valor
Por Carlos Rodríguez Braun
Libertad Digital, Madrid
En los últimos días he leído varios reportajes políticamente correctos sobre el agua en varios diarios y revistas. Todos coinciden en tres aspectos: el agua se acaba, no la apreciamos porque no tiene valor, y la solución pasa por ahorrarla.
La idea de que el agua se acaba es tan absurda como generalizada. Vi un titular sobre el asunto que rezaba: “Cómo preservar la ‘gasolina’ del planeta”. Ni entre comillas vale esta tontería, que revela el pensamiento fofo que asimila el agua a un recurso no renovable.
El agua no se puede acabar. Y el agua potable, cuya producción requiere un coste relativamente bajo, tampoco. Por tanto, si parece que el agua se acaba, ya es hora de reflexionar, precisamente, sobre su valor y precio.
Cuando el valor de las cosas es tan bajo que su consumo se expande ilimitadamente, en vez de precipitarnos a construir desaladoras deberíamos preguntarnos por qué sucede una cosa así. Y en ese caso veríamos que sistemáticamente están las autoridades detrás, impidiendo el funcionamiento del mercado. En el agua como en todo lo demás.
Entonces, si el Gobierno subsidia la producción agrícola y subsidia además el agua de riego, simplemente nunca habrá agua suficiente. Pero en vez de explicar una cosa tan sencilla, la corrección política machaca a los sufridos habitantes de las ciudades para que cierren los grifos mientras se lavan los dientes, y jamás les dice que la gran mayoría de los recursos hídricos se dirigen al campo, cuyo incentivo a utilizarlos es, por lo que acabo de decir, ilimitado.
El agua sería economizada y no malgastada si fuese privada. No caerá esa breva, lo sé.
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