Comienza la Transición en Cuba
Por Brian Latell
The Wall Street Journal
Sin un dejo de ironía, Fidel Castro declaró en dos ocasiones en columnas publicadas en el diario Granma, que no es de los que se aferran al poder.
La verdad es que pocos líderes del mundo moderno han gobernado tanto tiempo como Castro. El primero de enero comenzó el año número 50 de su dictadura.
Ahora, sin embargo, a la edad de 81 años, incapacitado e incapaz de proveer un liderazgo coherente, el fin de su reinado histórico es inminente. Su figura no ha sido vista en público durante más de 17 meses luego de ceder autoridad “provisional” a su hermano Raúl, el ministro cubano de Defensa.
Durante su período de discapacidad no han aparecido informes de la jerarquía comunista yendo en busca de sus consejos, llevando adelante sus instrucciones o incluso realizando iniciativas en su nombre. Últimamente, cuando se les pide que comenten acerca de la salud de Fidel y su papel en el liderazgo, los funcionarios cubanos se limitan fundamentalmente a decir que sigue inspirándolos y ofreciendo ideas.
De modo que parece prácticamente asegurado que, en forma voluntaria o involuntaria, Fidel dejará la presidencia de Cuba en los primeros meses de este año, aunque podría quedarse en forma simbólica con algún cargo de importancia exclusivamente honorífica.
La transición en la cúpula probablemente será el punto de partida de una serie de reasignaciones de personal civil y militar. Raúl Castro dará las órdenes aunque, en su mayor parte, tras bambalinas. Raúl cuenta como bases de apoyo las Fuerzas Armadas que ha comandado desde 1959 y los servicios de seguridad que ha controlado desde 1989, además del Partido Comunista que dirige. Raúl, asimismo, tiene el poder y la legitimidad necesaria para encabezar la sucesión. Raúl ha sido el sucesor designado desde enero de 1959. Además, a los 76 años, y con muchos años de beber en exceso, es probablemente considerado por la mayoría como una figura de transición, alguien al que más vale conquistar que desafiar.
El estilo de Raúl garantiza que Cuba será gobernada de otro modo. Será más consensual que su hermano, consultando a sus subordinados de mayor confianza y delegando más. Durante su período al frente del país, ha trabajado con gente de distintas generaciones y pedigríes, llegando incluso a ascender a un antiguo archirival con tal de crear un frente unido después del retiro inicial de su hermano.
Raúl también ha roto con varios tabús. Ha reconocido que los muchos problemas de Cuba son sistémicos. En su visión crudamente precisa, la causa de los problemas de la isla no es el embargo estadounidense o el “imperialismo”, como siempre ha insistido su hermano, sino los propios errores y perspectivas del régimen. Ha hecho un llamado para que los cubanos, en especial los jóvenes, debatan sin temor y contribuyan a crear soluciones para los fracasos. Las discusiones cándidas a nivel de base han proliferado.
No obstante, al igual que su hermano, Raúl no tiene ninguna intención de abrir Cuba a la libertad de expresión o la participación. Aunque el número de cubanos dispuestos a expresar su descontento en público ha aumentado, también lo ha hecho la brutalidad de las represalias del gobierno contra los futuros líderes del movimiento disidente. Al reconocer los fracasos del Estado, Raúl está jugando con fuego y si la olla va a estar tapada, quienes desafíen al régimen van a pagar un precio. En cuanto a su propio futuro, en los cambios de liderazgo que se avecinan, probablemente subirá un puesto y asumirá el control del Partido Comunista como primer secretario.
En un discurso pronunciado en julio del año pasado, dedicado principalmente a las gigantescas fallas en la agricultura, Raúl instó a un cambio “estructural y conceptual”. Al tomar en cuenta referencias simpatéticas en el pasado a las leyes de la oferta y la demanda, su defensa de las reformas de liberalización económica en los años 90 y las numerosas empresas sin fines de lucro que a los militares se les ha instado gestionar, es probable que contemple la introducción de incentivos de mercado en el campo.
Podría tratarse del primer paso hacia algo parecido a los modelos chinos o vietnamitas de desarrollo económico.
Raúl ha preferido trabajar en forma anónima desde los primeros días de su alianza con Fidel. Como ha ocurrido desde el confinamiento de Fidel, otros representarán a Cuba en el exterior y presidirán las efemérides locales. Probablemente, el próximo presidente de Cuba no llevará el apellido Castro. Jamás ha habido un “tercer hombre” en carrera para el liderazgo. Sin embargo, la legitimización de la sucesión a largo plazo es, con toda seguridad, una de las prioridades más altas de Raúl. Carlos Lage, miembro del Politburo y vicepresidente, es el principal candidato. Lage, un doctor 20 años menor que Raúl, es ampliamente considerado como un defensor de la reforma económica.
Después de casi medio siglo del control sofocante de Fidel, la transición será un desafío de marca mayor. Sus sucesores heredan un sistema quebrado y en bancarrota, una población profundamente disgustada y agudos problemas económicos. Los peores son los disfuncionales sistemas de transporte y sector agrícola, una severa escasez de viviendas, infraestructura decrépita, el desempleo y la cada vez más amplia brecha en los estándares de vida de los cubanos con acceso a moneda dura y los, más numerosos, pobres que tienen que sobrevivir con los pesos cubanos que no valen nada.
Hugo Chávez es un capítulo aparte. Al contrario de lo que ocurre con Fidel, Raúl no tiene ninguna compenetración con el mercurial presidente venezolano y seguramente no tiene ningún deseo de someterse a otro potentado narcisista justo cuando está finalmente cerca de escapar de las garras de su hermano. El valor de los envíos de Chávez alcanzó entre US$3.000 millones y US$4.000 millones el año pasado, cerca de los momentos otrora provistos por la Unión Soviética. Raúl lo pensará dos veces antes de provocar al venezolano. Sin su respaldo, la economía cubana podría pronto caer en una profunda recesión.
No hay forma de saber con qué habilidad Raúl encabezará este proceso y enfrentará las crisis inevitables una vez que su hermano haya dejado la escena. Claramente, quiere empezar a rectificar los problemas económicos pero sabe que, durante algún tiempo por lo menos, no puede repudiar ampliamente el legado de su hermano. Una poderosa reacción contraria podría provenir de los fidelistas de línea dura en la cúpula del gobierno y, tal vez, del propio Chávez. Al final de cuentas, sin embargo, es una apuesta que Raúl está dispuesto a hacer.
Latell se desempeñó como oficial de inteligencia nacional para América Latina entre 1990 y 1994 y es el autor del libro After Fidel, editado por Palgrave Macmillan en 2005 en Estados Unidos.
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