El 1º de enero, el euro se convirtió en la moneda común en doce países europeos, substituyendo a todas las monedas y billetes en la mayoría de la Unión Europea. ¿Cuán bien se están adaptando los europeos? En Francia, el país que mejor conozco, la transición ha sido asombrosamente rápida. Los políticos y la prensa han utilizado esto para significar que los franceses estaban impacientes por abrazar el euro y deshacerse de sus viejos francos. Incluso escuché a un ex Comisionado General de la Planificación Centralizada—dicho burócrata todavía existe en Francia—proclamar que los ciudadanos franceses dieron la bienvenida al euro debido a que entendieron que algo importante estaba en juego.

Tal pensamiento es típico de la nomenklatura francesa, que cree en los objetivos colectivos, definidos por el estado y alcanzados eficazmente cuando les son explicados a los ciudadanos impacientes por alcanzar el bien común. Pero la realidad es completamente diferente. Los ciudadanos franceses adoptaron rápidamente al euro, incluso en la emisión de cheques y la contabilidad, bajo pena de ley. Y pese a que la gente tenía hasta el 17 de febrero para gastar sus francos, se les exigió a los comerciantes dar los vueltos en euros y devolver los francos a los bancos, en donde los mismos fueron destruidos. Sabiendo que los francos no seguirían siendo la moneda de curso legal por mucho tiempo más, la gente no tenía ninguna otra opción que la de desprenderse de sus francos de prisa.

¿Está feliz el pueblo francés con este cambio obligatorio de la unidad monetaria? La mayoría no lo está—ni debería estarlo. Las ventajas del euro han sido grandemente sobrevendidas. Por años los supuestos expertos sostuvieron que el euro facilitará el comercio internacional y promoverá la estabilidad y el crecimiento económico, pero no está claro que éste será el caso.

Ciertamente, utilizar una sola moneda a través de Europa en lugar de varias disminuirá los costos de transacción para los viajes y el comercio dentro de la Unión Europea. Pero los viajeros y los comerciantes son una minoría ya acostumbrada a cambiar de monedas, por lo que la disminución de los costos de transacción no es muy significativa. Además, el costo más significativo que se afirma que el euro reducirá—el riesgo cambiario—fue ya suprimido tres años atrás cuando Eurolandia adoptó un sistema monetario de tipo de cambio fijo.

Si los eurócratas—los políticos y los tecnócratas que diseñaron el euro—deseaban una transición monetaria menos nociva, podrían haber introducido al euro como una moneda paralela que circulase a la par del franco, el marco y la lira, y gozara del mismo estatus del curso forzoso (y de otros beneficios) que gozan las divisas nacionales. Esto hubiese vuelto a la transición suave y gradual, permitiendo que la gente se adaptase paulatinamente a la misma conforme sus necesidades.

En cambio, los eurócratas optaron por el tratamiento de shock. La minoría de los comerciantes que comparan los precios de los bienes de otros países de la UE se beneficiarán pero a enormes expensas de la gran mayoría de los europeos en su evaluación de los productos cotidianos. Los costos de la transición del cambio han sido considerablemente subestimados por los burócratas monetarios. De hecho, el euro ha sido introducido de un modo tal, que el proceso entero de adquirir información sobre los precios monetarios en términos de euros es escaso. Por lo tanto, los ciudadanos de Eurolandia son en su mayoría incapaces de vislumbrar fácil y espontáneamente qué es un precio definido en euros y tienen que convertir los precios en euros en precios en su ex divisa nacional. Este no es un problema menor en absoluto y puede durar mucho tiempo: Por caso, pese a que los franceses pasaron del “viejo franco” al “nuevo franco” allá por 1958, algunos franceses todavía piensan en términos de los viejos francos. ¡Y eso que esta conversión tuvo lugar al sencillo tipo de cambio de 1 nuevo franco = 100 viejos francos!

Antes de la introducción del euro, los euro-escépticos predijeron el desastre debido a que la política monetaria no podría ser diseñada conforme a los intereses nacionales asumidos, mientras que los euro-entusiastas predecían la aceleración en el crecimiento económico y una disminución del desempleo. Lo cierto es que ambos estaban equivocados: por sí mismo, el euro no puede presentar esos enormes males o beneficios. Habiéndome opuesto siempre a la integración monetaria en base al modelo del euro—es decir, la imposición coactiva de un dinero monopólico—lamento profundamente que tanta atención y esfuerzo haya sido dedicado a la introducción del euro mientras se fracasa en atender a las dificultades que los europeos ordinarios han experimentado durante tanto tiempo, tales como la sobre-imposición y la excesiva reglamentación. Y la sola política monetaria será un pretexto para reforzar la centralización de las decisiones de política económica en Europa.

Sin embargo, ¿no ofrece el euro algún “mal que por bien no venga” macroeconómico? La adopción del euro, dirigida por una política monetaria única de la UE, debería ayudar a sincronizar los ciclos económicos. Pero esto puede ser bueno o malo.

La conversión al euro ¿transformará a la UE en un área de estabilidad económica y monetaria, como ha sido repetidamente sostenido? Esto es dudoso, así como los diseñadores del nuevo sistema monetario carecieron tanto de imaginación que simplemente imitaron a los sistemas monetarios existentes, los cuales son nacionales, públicos y jerárquicos (es decir, gobernados por un banco central gubernamental). Estos sistemas, que se esparcieron alrededor del mundo durante el siglo veinte, han demostrado ser hostiles a la estabilidad monetaria. Por lo tanto, existe un riesgo de que la historia se repetirá a sí misma y que, en un cierto punto en el futuro, los europeos padecerán inflación, crisis monetarias, controles de cambio, etc.. Un riesgo tan grande debiera ser suficiente como para que el sistema del euro no sea adoptado.

No obstante, existen fundamentos para el optimismo. Como la adopción del euro lo sugiere, los europeos están dispuestos a probar algo nuevo. Y la imposición desacertada del euro no es irreversible. Tal vez, algunas nuevas monedas emitidas privadamente, como se propone en el muy estimulante libro del The Independent Institute, Money and the Nation State,—basadas posiblemente en el oro o quizás empleando una canasta de productos—emergerán para competir con el euro. Y quizás durante este proceso competitivo, los europeos encontrarán monedas emitidas privadamente que satisfagan mejor sus necesidades monetarias y dejaran que el euro colapse como ese otro gran fracaso estatista colapsó diez años atrás, la URSS.

Traducido por Gabriel Gasave