El asesinato de Osama Bin Laden nos recuerda que sólo hay dos disciplinas en las que ocurren eventos no causados—la física cuántica y la historia de la política exterior de los Estados Unidos. Según la versión de la historia expuesta por los medios de comunicación y los políticos estadounidenses, los aviones de pasajeros estrellándose contra el World Trade Center y el Pentágono el “11 de septiembre” fueron un diabólico ataque por sorpresa del malvado Bin Laden contra crédulos e ingenuos estadounidenses. Por supuesto, los estadounidenses fueron ingenuos, pero principalmente acerca de las intervenciones políticas y militares de su gobierno en los países musulmanes desde la Segunda Guerra Mundial, y especialmente desde 1980. Bin Laden fue contundente al respecto en sus declaraciones sobre por qué atacó a los EE.UU., pero los Estados Unidos nunca quisieron oír.

Pero esta no es la primera vez en la versión estadounidense de su historia que acontecimientos no causados han ocurrido por casualidad. Todos los países tergiversan su historia hacia una luz más favorable, y los Estados Unidos no son una excepción.

La versión saneada de la historia estadounidense se inicia tempranamente, con la guerra de 1812. Cuando se discute sobre alguna de sus causas, la opinión es que la guerra fue causada presuntamente por la violación de los británicos de los derechos estadounidenses al transporte marítimo neutral durante las guerras napoleónicas y la requisa de marineros estadounidenses para cubrir la escasez de mano de obra en los buques de guerra británicos durante aquellas guerras. Sin embargo, estos atropellos habían estado ocurriendo durante más de una década, y la región más adversamente afectada por ellos—la marítima Nueva Inglaterra—se encontraba casi en abierta rebelión contra el gobierno de los EE.UU. en relación a la guerra con Gran Bretaña. Una razón más importante por la cual la nueva nación estadounidense le declaró imprudentemente la guerra a una superpotencia fue la elección de los “halcones de la guerra” al Congreso en 1810. Ellos deseaban apropiarse de Canadá, y cuando la guerra comenzó, una fuerza invasora estadounidense fue rápidamente enviada allí para hacerlo.

La guerra con México estableció un precedente para lo que se convirtió en una rica tradición en la democracia estadounidense de provocar a su enemigo para que éste dispare primero. El presidente James Polk—que deseaba sustraer, y así lo hizo, un tercio de las tierras de México mediante el uso de la fuerza militar contra un país mucho más débil—deliberadamente envió fuerzas de los EE.UU. a una zona en disputa en la frontera entre Texas y México, porque suponía que los mexicanos atacarían a dichas fuerzas en defensa de su frontera. Los mexicanos tenían un derecho fronterizo mucho mejor que los estadounidenses. La mayor parte de los historiadores coinciden en que Polk provocó la guerra para apropiarse de la tierra, pero no se concentran en el hecho de que Polk también había bloqueado el Río Grande—un acto de guerra internacionalmente reconocido. Así que los Estados Unidos no sólo provocaron que el enemigo ataque, comenzaron la guerra, al igual que en la guerra de 1812.

Casi borrada de la historia de la Guerra Civil y las acciones del ahora canonizado Abraham Lincoln se encuentra su deliberada provocación de los confederados para que abriesen fuego contra una nave de suministros en el Fuerte Sumter. Ellos ya lo habían hecho en otro navío similar a finales de la administración de James Buchanan, por lo que Lincoln sabía lo que ocurriría cuando envió la nave. Lincoln admitió incluso que estaba tratando de hacer que los confederados disparasen primero. Como hizo George W. Bush cuando cayó en la trampa de Bin Laden e invadió Irak después del 11/09, los confederados tontamente mordieron el anzuelo e incluso fueron más lejos que Lincoln. No sólo dispararon contra el barco, sino también el fuerte, comenzando así la guerra más catastrófica de la historia de los EE.UU..

Una de las distorsiones más escandalosas de la historia estadounidense es la versión estándar de la “masacre” de las fuerzas de George Armstrong Custer en Little Bighorn—como si ella tan sólo se produjo de la nada con un ataque de salvajes guerreros. En el ahora borrado período previo a la masacre, el Ejército de los EE.UU. había estado “protegiendo” a los nativos americanos de la afluencia de voraces mineros, que habían descubierto oro en tierras indígenas, rodeando a los indios, mientras los mineros les robaban su oro. Por otra parte, Toro Sentado y Caballo Loco atacaron solamente a los soldados situados en Little Bighorn, mientras que los militares estadounidenses, y especialmente el despiadado Custer, regularmente utilizaban tácticas de tierra arrasada para matar a hombres, mujeres y niños nativos americanos y quemaban los cultivos indios.

En la Guerra Española-Americana, los Estados Unidos sacaron ventaja del hundimiento del Maine en el puerto de La Habana— incluso en ese entonces, los argumentos que se esgrimieron sostenían que se trató de un accidente, lo que más tarde se descubrió que fue casi con total seguridad lo que ocurrió—para iniciar una guerra contra la débil España en un intento por hacerse de sus colonias en Cuba, Puerto Rico, Guam y las Filipinas.

En la Primera Guerra Mundial, los Estados Unidos se aprovecharon del hundimiento del Lusitania por submarinos alemanes a fin de entrar en el conflicto—sin importar que los EE.UU. se encontraban insistiendo en los derechos neutrales para un buque de pasajeros que transportaba armas para el enemigo de Alemania a través de una zona de guerra.

Aunque la santificada Segunda Guerra Mundial fue librada contra los despiadados japoneses imperiales y los nazis, la historia completa es un poco más compleja. Los japoneses no atacaron simplemente a Pearl Harbor sin razón, y los nazis sencillamente no declararon la guerra contra los Estados Unidos. En algún momento de la década de 1930, Franklin Delano Roosevelt (FDR) decidió que no podía vivir con el régimen de Hitler, por lo que en la primavera y el verano de 1941, mucho antes del ataque japonés a Pearl Harbor, ordenó a la Marina de los EE.UU. ayudar a los británicos a hundir los submarinos alemanes en el Atlántico—con la esperanza de que eso haría que Hitler declarase la guerra a los Estados Unidos. Pero Hitler se negó a morder el señuelo, y el líder alemán evitó declarar la guerra contra el coloso estadounidense hasta que su aliado Japón bombardeó Pearl Harbor. El ataque japonés fue hecho en la desesperación, porque los Estados Unidos, por entonces el mayor productor mundial de petróleo, había cortado los suministros de petróleo y otros materiales clave para la nación insular en un intento por estrangular económicamente a Japón por colonizar China a la fuerza. Roosvelt se negó al intento del primer ministro japonés de negociar un fin a la controversia; el desesperado ataque japonés a Pearl Harbor sobrevino.

En Vietnam, la historia de los Estados Unidos se centra en los ataques norvietnamitas contra destructores estadounidenses en el Golfo de Tonkin, al menos uno de los cuales fue ficticio. Aun cuando los norvietnamitas atacaron, lo que queda sin ser examinado son las incursiones estadounidenses secretas de la costa de Vietnam del Norte, lo que provocó un ataque.

En 1979, la mayoría de los estadounidenses consideraban que el nuevo diabólico régimen teocrático en Irán secuestró a diplomáticos estadounidenses y los mantuvo como rehenes solo por despecho. Largamente en el olvido quedó el derrocamiento de la CIA del gobierno iraní democráticamente electo de Mohammad Mossadegh y la restauración y apoyo de los EE.UU. al régimen desalmado y opresivo del Sha hasta que fue destituido por los teócratas.

En Granada a comienzos de la década de 1980, Ronald Reagan, acusó al régimen marxista de presuntamente amenazar a estudiantes de medicina estadounidenses, quienes no se encontraban realmente en peligro, con el fin de justificar la invasión del pequeño país centroamericano.

Y luego fue George W. Bush, quien innecesariamente invadió el Irak de Saddam Hussein—que había sido severamente debilitado por los demoledores ataques de Bush padre una década antes—basado en un montón de acusaciones falsas.

La historia de los Estados Unidos reivindica el viejo dicho de que “la verdad es la primera víctima de la guerra”, pero el paso del tiempo debería permitir a una República llevar a cabo un examen más honesto y desapasionado de los acontecimientos históricos. Rara vez lo hace, siendo la verdad escondida bajo la alfombra a favor de asumir ultrajes no causados.

Traducido por Gabriel Gasave


Ivan Eland es Asociado Senior en el Independent Institute y Director del Centro Para la Paz y la Libertad del Instituto.