Washington, DC—Los expertos que observan el drama económico de los “PIGS” —Portugal, Italia, Grecia y España— insisten, razonablemente, en que no se puede tener una economía sur europea y un tipo de cambio alemán. Quieren decir que el euro, dominado por la poderosa y disciplinada Alemania, se ha convertido en una camisa de fuerza para las economías deficitarias, endeudas e improductivas que no pueden devaluar su moneda para salir de la crisis por haber cedido el control monetario al Banco Central Europeo.

Pero esos expertos son demasiado razonables. Sugiero lo opuesto. Precisamente porque un tipo de cambio fijo entre economías tan desacompasadas entre sí es una idea descabellada, la trampa en la que se encuentran los “PIGS” es la única posibilidad, aunque mínima, de que transformen su modelo socioeconómico.

Como ciudadano español que ha pasado un tercio de su vida estudiando o trabajando en Europa, ha sido para mí doloroso ver a la economía de España, cuya transformación en los años 80´ y 90´adquirió contornos de leyenda, despertar metamorfoseada en un insecto kafkiano. Con uno de cada cinco adultos y cuatro de cada diez jóvenes sin empleo, millones de propiedades por debajo del valor de sus hipotecas, la mitad de las Cajas de Ahorro en estado de virtual insolvencia y una deuda privada que duplica el tamaño de la economía en su conjunto, España pasa por una crisis existencial.

“En un tiempo récord”, escribe Lorenzo Bernaldo de Quirós en su reciente libro “La Gran Recesión”, “los avances de bienestar y de riqueza alcanzados desde la segunda mitad de la década de los años noventa se han volatilizado y hoy aparecen ante los españoles como la nostalgia de una edad dorada.” Haciéndose eco de la famosa reflexión de Miguel de Unamuno, Bernaldo de Quirós concluye que “El unamuniano sentimiento trágico de la vida hispánico corre el serio riesgo de convertirse en un estado de ánimo arraigado.”

El rudo despertar de España es particularmente cruel desde una perspectiva histórica. Aislados de sus modernos vecinos durante las largas décadas del régimen franquista, la adhesión de los españoles a la Unión Europea fue algo más que alcanzar la mayoría de edad política o económica: equivalió a un acto de exorcismo contra sus demonios históricos, es decir la decadencia que abarca desde finales del siglo 17 hasta la muerte de Franco. Para Portugal y Grecia, fue el salto del tercer al primer mundo; España la adoptó como una transformación espiritual.

Lo cual explica dos cosas. Primero, el pasmo de España tras enterarse de que ser miembro de la Unión Europea implica costos y sacrificios terrenales. Segundo, y haciéndose eco de sentimientos similares en Grecia y Portugal, el rechazo general a considerar siquiera la posibilidad de abandonar el euro.

Si su moneda pudiese reflejar los déficits, los altos costos laborales y la baja productividad de España, ya se habría devaluado de forma natural. Sin esa posibilidad, España se enfrenta a un doble castigo si desea evitar una depresión interminable: la dislocación social que inevitablemente acarrearán los esfuerzos por volverse disciplinada y competitiva, y el costo de tener que experimentar una deflación de precios y salarios ante la ausencia de flexibilidad monetaria en el corto plazo. España tendrá que tomar una decisión fatídica: ¿quiere ser como Alemania y aceptar que la prosperidad es la recompensa del esfuerzo, o pretende que el resto de Europa se una a los “PIGS”?

Es un error centrarse en el euro como la esencia del problema. La moneda común ha contribuido de linda manera al delirio de la economía española brindándole un poder adquisitivo utópico y le está haciendo doblemente difícil superar la recesión al no permitirle, como lo hicieron por ejemplo las economías nórdicas cuando se metieron en problemas en los años 80 y 90, devaluar el tipo de cambio. Pero la causa real de lo que está sucediendo es que la nación confundió el crédito fácil, los subsidios y la protección social con la verdadera riqueza.

Ignoro si España y los “PIGS” enfrentarán, como muchos pronostican, un par de décadas perdidas al estilo japonés. Pero sí sé esto: si no vuelven a aprender los fundamentos de lo que se precisa para ser rico en un mundo competitivo, tarde o temprano Alemania y algunos otros les dirán adiós.

Ortega y Gasset, el más importante intelectual español del siglo 20, sintió pasión por la idea de una Europa integrada. “Si España es el problema, Europa es la salvación”, proclamó. Sus compatriotas no entendieron que hablaba de un espacio cultural, no sólo político o económico. Vale la pena tenerlo en cuenta en estos tiempos difíciles.

(c) 2010, The Washington Post Writers Group


Alvaro Vargas Llosa es Asociado Senior en el Independent Institute.