Mientras la mayoría de los estadounidenses están familiarizados con los extensos altibajos de la economía y el mercado laboral—el material de los titulares de cada día—a la historia más profunda de la continua recesión puede encontrársela enterrada en el anexo estadístico al informe de 2010 del Consejo de Asesores Económicos del presidente.

Esa historia nos habla de una disminución devastadora en el gasto de inversión.

Los datos del gobierno revelan que, contrariamente a la creencia popular, el gasto del consumidor se mantuvo bastante bien durante la recesión, cayendo menos del 2% desde el cuarto trimestre de 2007 al segundo trimestre de 2009.

La mayor parte de esta caída desapareció durante el tercer y cuarto trimestres de 2009, por lo que el gasto real de consumo privado en el último trimestre del año pasado estuvo menos del 1% por debajo de su máximo trimestral anterior.

Aunque la caída del gasto de consumo privado, obviamente, contribuyó a la recesión, el descenso del gasto en inversión privada—principalmente las compras por parte de las empresas de estructuras, equipamiento, software y adiciones a los inventarios—fue mucho más significativo.

La inversión bruta interna privada alcanzó su punto máximo en 2006. Entre el primer trimestre de ese año y el segundo trimestre de 2009, cayó estrepitosamente, casi un 34%.

Durante el segundo semestre de 2009, el gasto de inversión aumentó tan sólo el 10%, de modo que avanzado el año pasado todavía estaba (cuando se lo mide a una tasa anual) manteniéndose un 29% por debajo de su nivel inicial de 2006.

Este gran descenso en el gasto de inversión augura un largo periodo de lento crecimiento económico, que durará varios años y quizás más. Equipamiento desgastado, software obsoleto, estructuras mal conservadas e inventarios agotados no son componentes de un crecimiento económico rápido y sostenido.

La actual sequía de inversión no se limita simplemente a reflejar la crisis de la vivienda que siguió al auge de la inversión residencial que alcanzó su punto máximo en 2005. De seguro, las inversiones inmobiliarias residenciales se redujeron enormemente, casi un 53% desde 2005 hasta 2009, con descensos especialmente rápidos en los últimos tres años. Sin embargo, la inversión inmobiliaria no residencial también se redujo considerablemente el año pasado, un 18% tras su récord de 2008.

Incluso la inversión real en equipamiento y software—una categoría sólo conectada vagamente con el auge y depresión de la vivienda—declinó el año pasado un 17% tras situarse en una altiplanicie durante los tres años anteriores. Las empresas comerciales también han huido de la inversión en inventarios, recortando sus tenencias en unos sin precedentes 125 mil millones de dólares en 2009 después de podar 35 mil millones dólares en 2008.

Mientras tanto, el gasto del gobierno federal ha llevado la delantera. De 2007 a 2009, las compras gubernamentales de bienes finales recientemente producidos y servicios—la “contribución” del gobierno federal al PIB—aumentó en más del 13% en dólares constantes.

Desafortunadamente, mientras la inversión privada es el motor del crecimiento económico, el gasto gubernamental (a pesar de lo que han afirmado generaciones de economistas keynesianos) es el freno. Para comprender esta relación negativa, sólo precisamos examinar cómo está determinado el gasto del gobierno federal: es decir, mediante procesos políticos carentes de racionalidad económica.

Desde este punto de vista, podemos apreciar que el gasto gubernamental incrementado no hace crecer a la economía, ni meramente desplaza a la valiosa actividad privada. Por el contrario, debilita, perjudica y distorsiona todo lo que las partes privadas intentan hacer para crear riqueza. Las incompetentes regulaciones del gobierno y los impuestos adicionales son conocidos asesinos del crecimiento económico.

La hambruna de inversores y el festín del gobierno por ende no son meramente coincidentes, sino causalmente conectados.

Empeorando las cosas, la explosión del tamaño, alcance y poder del gobierno federal desde mediados de 2008 ha creado enormes incertidumbres entre los inversores.

Nuevos impuestos y tasas más altas para los viejos tributos; las potencialmente pesadas cargas de cumplir con las nuevas regulaciones medioambientales y energéticas y gastos del cuidado de la salud obligatorios; la nueva e intrínsecamente arbitraria supervisión gubernamental de los riesgos sistémicos asociados con virtualmente cualquier tipo de negocio—todas estas inquietantes posibilidades deben hacer recapacitar a cualquier persona que considere una inversión a largo plazo.

Los inversores enfrentan ahora un régimen de incertidumbre en una medida que pocos han experimentado. Para encontrar algo comparable, uno debe retrotraerse a los años 1930 y 1940, cuando las amenazantes nubes del New Deal y la Segunda Guerra Mundial oscurecían el horizonte económico.

A menos que Washington actúe pronto para resolver estas incertidumbres, desde la insensatez del sistema de fijación de límites máximos e intercambio de derechos de emisión a la monstruosidad del programa para la atención de la salud, la mayoría de los inversores probablemente permanecerá en gran medida al margen, consumiendo parte de lo que debería haberse invertido y protegiendo el resto de su riqueza acumulando dinero en efectivo y realizando inversiones a corto plazo de bajo riesgo y baja rentabilidad.

Si esta destructiva situación de estancamiento persiste mucho más tiempo, los estadounidenses pueden tener que enfrentar otra década perdida en gran medida por el mismo motivo por el cual disiparon la primera durante la década de 1930.

Traducido por Gabriel Gasave


Robert Higgs es Asociado Senior Retirado en economía política, editor fundador y ex editor general de The Independent Review