Tratemos a Corea del Norte como la haría un psicólogo infantil

10 de agosto, 2009

El mundo ha quedado fascinado por el dramático rescate de Bill Clinton de dos jóvenes periodistas de las garras de Kim Jong II, el diabólico e impredecible déspota norcoreano. Uno no puede evitar sentirse aliviado por las dos mujeres y sus familias e impactados por los conmovedores reencuentros familiares.

Sin embargo, pese a que el feliz desenlace incide sobre nuestro costado sentimental, deberíamos cuestionarnos si el rescate constituyó una buena medida de políticas públicas. Surgen diversos interrogantes espinosos:

1. ¿Es responsable el gobierno de los EE.UU. de rescatar a periodistas, empresarios o turistas estadounidenses que cometan actos estúpidos o riesgosos en peligrosos y autocráticos países extranjeros?

Si bien Bill Clinton es un ciudadano privado, es un ex presidente y su esposa Hillary es la Secretaria de Estado y la máxima diplomática de la nación. De este modo, cualquier visita realizada por Bill Clinton tenía la aprobación tácita de la administración Obama, y todos lo sabían. El gobierno de los EE.UU. ha venido rescatando a mucha gente últimamente, pero estas periodistas sabían que la realización de una nota sobre el tráfico de personas en la autocrática Corea del Norte era muy riesgosa. De manera similar, varios excursionistas deambularon de manera negligente por la frontera entre Kurdistán e Irán ingresando en este último país y han sido detenidos. A pesar de que las familias de todos estos individuos de manera comprensible desean que el gobierno estadounidense haga todo lo posible para traerlos de regreso, y que el gobierno de los EE.UU. podría tener la responsabilidad de al menos efectuar intentos diplomáticos por conseguirlo, ¿debería esperarse que pague rescate—en el caso de las periodistas, la codiciada visita de un carismático ex presidente? ¿Y dónde termina la responsabilidad del gobierno? Algún día, tales expectativas infladas sobre el papel del gobierno podrían posibilitar que esos irresponsables rehenes privados arrastren a los Estados Unidos a una guerra innecesaria.

2. ¿Es sensato recompensar el mal comportamiento de cualquier régimen irascible, especialmente uno con los antecedentes de Corea del Norte que con regularidad actúa de modo perverso para obtener más favores de los Estados Unidos y sus vecinos?

El estrafalario líder de Corea del Norte ha disparado recientemente misiles y realizado una segunda prueba nuclear para tantear a la nueva administración Obama y mejorar su posición negociadora en el intento mundial por tratar el programa de armamentos nucleares del régimen. Luego, para lograr la liberación de las periodistas, Kim exigió específicamente, y recibió, la prestigiosa visita de Clinton. Después, probablemente estará procurando recibir aún más a cambio de perdonar y liberar a las periodistas y se irritará si no lo consigue.

Cualquier psicólogo infantil le dirá que premiar la rabieta de un niño tan solo provocará más rabietas. Por cierto tiempo bajo las administraciones anteriores, incluida la de George W. Bush y del propio Clinton, los EE.UU. han venido reforzando el mal comportamiento de parte de Kim al prestarle a Corea del Norte más atención y asistencia toda vez que el país hace una escena. Tales retribuciones solamente incrementan el mal comportamiento futuro para conseguir más beneficios de Occidente.

3. ¿Qué política deberían seguir los EE.UU. con respecto a Corea del Norte?

Todo esto no significa que tengamos que asumir una política beligerante hacia Corea del Norte—tal como proponen los neoconservadores—porque arrinconar a un país paranoico y nuclearmente armado es peligroso. Un psicólogo infantil recomendaría premiar el buen comportamiento, y al mismo tiempo sencillamente ignorar las actitudes malas. Los EE.UU. podrían hacer una “gran oferta” de un reconocimiento diplomático pleno para Corea del Norte y el fin del ostracismo mundial mediante el cese de las sanciones económicas, todo a cambio de la eliminación del programa de armamentos nucleares de Corea del Norte. Sin embargo, dados los antecedentes históricos de la premiación de parte de Occidente del mal comportamiento norcoreano, esta podría ya no ser más una opción viable. Ha corrido demasiada agua bajo el puente. En su lugar, los Estados Unidos deberían probablemente aceptar simplemente que Corea del Norte será un Estado que cuente con armas nucleares y concentrarse en disuadir al régimen de utilizar dichas armas contra los EE.UU.—la amenaza de la incineración de parte del arsenal nuclear más poderoso del mundo debería bastar—o vender dicha tecnología al exterior. Por otra parte, tratando a Kim como a un chico, los EE.UU. simplemente deberían ignorar a Corea del Norte y su postura beligerante. Eventualmente, ese comportamiento probablemente se atenuará.

No hacer nada es hacer algo y es mucho mejor que la errónea política que actualmente tienen los Estados Unidos respecto de Corea del Norte.

Traducido por Gabriel Gasave

  • es Asociado Senior en el Independent Institute y Director del Centro Para la Paz y la Libertad del Instituto.

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