El libro de Michael A. Bellesiles Arming America: The Origins of a National Gun Culture (Knopf 2000) es proclamado como la muerte de la Segunda Enmienda. El libro realmente en ningún momento analiza el significado de las palabras “el derecho del pueblo de tener y portar armas no deberá ser infringido.” Pese a ello, los prohibicionistas de las armas ciegamente elogian este libro como el catalizador que cambiará para siempre el debate sobre el control de las armas.

El Sr. Bellesiles sostiene que, antes de la Guerra Civil, “la mayoría de los hombres estadounidenses no se preocupaban acerca de las armas. Eran indiferentes a poseer armas, y no tenían ningún interés aparente en aprender cómo utilizarlas.” Así como Josef Stalin adulteraba fotografías para cambiar la historia, los artistas de la incipiente República deben haber insertado los mosquetes sobre las chimeneas coloniales las que nunca sostuvieron un arma de fuego.

La premisa del libro parece ser que no mucha gente tenía o portaba armas y que por lo tanto el reconocimiento de un derecho a hacerlo en la Constitución no es algo importante hoy día. Uno podría del mismo modo argumentar que no mucha gente en aquel entonces poseía libros tampoco y que por ende el derecho a una prensa libre no debe ser tomado tampoco demasiado seriamente.

La tesis de que pocos estadounidenses poseían armas de fuego está basada en el análisis del Sr. Bellesiles de los registros testamentarios en ciudades seleccionadas de Nueva Inglaterra y de Pensilvania entre 1765 y 1790. Solamente el 14 por ciento de las personas fallecidas tenía un arma de fuego en los inventarios de sus patrimonios, y la mitad de estas armas de fuego estaba consignada como rotas. El Sr. Bellesiles asume de forma poco realista que los padres no les daban, antes de sus muertes, sus armas de fuego a sus hijos.

Para probar esta metodología, examiné las copias de los 1826 inventarios originales de las tres fincas de Thomas Jefferson, las cuales fueron subastadas para pagar deudas. Tal como el Sr. Bellesiles lo dijo, los inventarios eran muy meticulosos, consignando “2 hoces” valuadas en $1, “1 par de sabanas de algodón $1.25,” e incluso algunos artículos que “no valían nada.” Ninguna mención a una sola arma de fuego. Ocurrió lo mismo con su testamento.

No obstante, Jefferson fue dueño de toda la vida de armas de fuego. A la edad de 25, ganó “un chelín y tres peniques” en una competencia de tiro. Le escribió a Washington que “uno ama poseer armas.” Sus papeles incluyen docenas de transacciones de compra o de reparación de armas de fuego. Compró o hizo construir numerosas armas cortas de caza y pistolas. El Sr. Bellesiles dice que la pólvora era casi inasequible durante la Revolución, pero Jefferson compró 12 libras en una sola transacción en 1777.

¿Por qué no había armas de fuego de Jefferson en los inventarios de su patrimonio? El le dio al hijo de Dolly Madison sus pistolas turcas, las que estaban “tan bien hechas que nunca le erré a una ardilla a 30 yardas. con ellas,” en 1816. No sabemos adónde fueron a parar las restantes, pero un par de pistolas de bolsillo que compró en 1786 se encuentran en la actualidad en exhibición en Monticello. Con este solo ejemplo, el castillo de naipes del Sr. Bellesiles se derrumba. Pero hay más.

El Sr. Bellesiles afirma que virtualmente ningún estadounidense del tiempo de la Fundación cazaba. Nuevamente considere al sabio de Monticello. Cuando joven, Jefferson no se atrevía a regresar a la casa paterna sin una presa en su bolso. “Deja que tu arma sea la compañera constante de tus caminatas,” le escribió Jefferson a su sobrino de 15 años. Jefferson “aprobaba que niños de 10 años recibiesen un arma y fuesen enviados al bosque,” recordaba su nieto.

Jefferson atribuyó la victoria en Bunker Hill “a nuestra superioridad en hacer blanco cuando disparamos; cada soldado en nuestro ejército ha intimado con su arma desde la infancia.” Falso, afirma el Sr. Bellesiles: Los estadounidenses eran terribles tiradores.

El Sr. Bellesiles ridiculiza la puntería de los militares en Lexington y Concord porque los 3.763 estadounidenses mataron tan solo a 273 Británicos (apenas 95 estadounidenses fueron alcanzados por los disparos de los entrenados soldados de Casaca Roja). El Teniente Frederick MacKenzie de los Fusileros Reales Galeses, quien se encontraba allí, discrepó: “Estas personas eran generalmente buenos tiradores, y muchos de ellos utilizaban armas largas para cazar patos.” Por el contrario, un estudio de 1999 del Departamento del Ejército estima que las fuerzas de EE.UU. en Vietnam emplearon 50.000 cartuchos para causar una sola muerte enemiga.

El Sr. Bellesiles escribe que los Fundadores no tenían concepción alguna de un derecho personal a poseer armas. Nuevamente Jefferson refuta esta tentativa en la de-construcción. Jefferson propuso para la Constitución de Virginia de 1776, “Ningún hombre libre será nunca privado del uso de armas.” Este pensamiento encontraría su camino en el Bill of Rights federal, el cual hasta el día de hoy garantiza el derecho de tener y portar armas.

¿Thomas Jefferson poseía un arma? ¿Los Fundadores tomaban a los derechos constitucionales seriamente? Un historiador con una agenda puede apilar inferencia sobre inferencia para contestar a estos interrogantes por la negativa, pero la realidad histórica era otra.

Traducido Gabriel Gasave


Stephen P. Halbrook, Ph.D., es abogado en Fairfax, Virginia e Investigador Senior en tThe Independent Institute, es autor de Gun Control in the Third Reich: Disarming the Jews and “Enemies of the State”, That Every Man Be Armed (Independent Institute) y Freedmen, The Second Amendment, and the Right to Bear Arms (Praeger)