El 21 de marzo, el asesinato de cuatro oficiales de policía de Oakland por Lovelle Mixon, un condenado por felonía que era buscado por una reciente violación a su libertad condicional, epitomiza la futilidad del “control sobre las armas”, o la prohibición y restricción de la propiedad de armas para los adultos respetuosos de las leyes. La utilización de las trágicas muertes de los oficiales para impulsar una agenda que no guarda relación con ellas—quitándoles los derechos de la Segunda Enmienda a ciudadanos honorables—es tanto perjudicial como perturbadora.

Mixon no era una anomalía. Los delincuentes cometen más del 90 por ciento de los asesinatos, y el resto es llevado a cabo primariamente por jóvenes y desequilibrados mentales. Los Estados Unidos ya cuentan con leyes que les prohíben a estos tres grupos poseer armas, las que, por definición, son ineficaces contra los que se burlan de la ley. El “control de armas”, por consiguiente, solamente “controla” a aquellos que no han hecho nada para ser merecedores de tales reglamentaciones.

Los argumentos a favor del control de armas reposan en engañosas afirmaciones tales como la alegación de la National Coalition to Ban Handguns de que “la mayor parte de los homicidios son cometidos por ciudadanos que anteriormente eran respetuosos de la ley”. Los estadounidenses están inundados por literalmente docenas de artículos supuestamente académicos que aseveran tales falsedades—pero sin referencia alguna que las avalen. Porque simplemente no las hay.

Notablemente, solamente el 15 por ciento de todos los estadounidenses poseen antecedentes criminales, mientras que más del 90 por ciento de los sospechosos de homicidio tienen un historial delictivo. Sus carreras criminales tienen un promedio de seis o más años de duración, incluidas cuatro importantes felonías como adultos, además de sus generalmente extensos antecedentes juveniles.

Un trabajo del New York Times sobre 1.662 asesinatos en esa ciudad entre 2003 y 2005 descubrió que “más del 90 por ciento de los homicidas tenía antecedentes criminales”. Los registros de la policía de Baltimore muestran estadísticas similares para sus sospechosos de homicidios en 2006. En Milwaukee, la policía informó que la gran mayoría de los sospechosos de homicidios en 2007 tenían antecedentes delictivos, mientras que “un cuarto de ellos [asesinaron mientras] estaban cumpliendo una probation” o en libertad bajo palabra”. La gran mayoría de los asesinos de Illinois entre los años 1991–2000 tenían antecedentes anteriores de felonía. El ochenta por ciento de los asesinos arrestados en Atlanta habían sido arrestados previamente al menos una vez por un delito menor relacionado con las drogas; el 70 por ciento tenía tres o más arrestos anteriores por drogas—además de sus arrestos por otros crímenes.

En síntesis, con armas o sin armas, ni la mayoría de los asesinos ni virtualmente ninguno de ellos—son adultos comunes, respetuosos de las leyes y responsables. Esta conclusión es alcanzada tan invariablemente por los trabajos sobre homicidios que el trabajo de 1998 de David Kennedy y Anthony Braga describe el hecho de que los asesinos son generalmente de manera invariable criminales veteranos como un “axioma criminológico” estándar.

Los individuos ingenuos y bien intencionados a menudo responden a dichos hechos con un, “Aún así, ¿no sería este un mundo mejor sin armas?” Tras muchos años de estudiar el tema de las armas como un método de defensa propia altamente eficaz, respondo que no, que el mundo estaría inmensurablemente peor sin el único pertrecho que le otorga al débil una verdadera oportunidad contra los depredadores. Después de todo, hubo una época, hace cientos de años, en la que no existían las armas. Sin armas para la defensa propia, la supervivencia era medida por la fuerza de los brazos de los hombres, mientras que las mujeres, los niños y los ancianos permanecían escondidos y aterrorizados, escapando tan solo por la sumisión abyecta a sus depredadores. Si, Mixon empleó un arma para matar a los cuatro oficiales de policía de Oakland. Pero si no hubiese sido impactado y muerto por otro miembro del equipo SWAT, el número de muertos hubiese sido indudablemente más alto. En las manos de oficiales en actividad y ciudadanos morales, las armas son medios de protección poderosos y expeditos. Cuando el gobierno sanciona leyes que solamente la gente pacífica obedecerá, sencillamente está dejando a esa misma gente a merced de los depredadores violentos.

Traducido por Gabriel Gasave


Don B. Kates fue crimonólogo y abogado constitucionalista e Investigador Asociado con the Independent Institute en Oakland, California.