Angela Merkel, una voz sensata

1 de abril, 2009

Washington, DC—En medio de este pánico universal, con gobiernos que crean, toman prestado y derrochan dinero como marineros ebrios, la Canciller alemana Angela Merkel ha surgido como la conciencia de Occidente. Quizá porque creció en la Alemania Oriental del comunismo, o tal vez porque el recuerdo de los años 20´ y de su atroz secuela política está tan arraigado en la psiquis de sus compatriotas, está aguantando como roca en la tempestad, invocando prudencia.

De todos los participantes en la reunión del G-20 en Londres, es la única que nos ha recordado el origen del problema actual y por qué la respuesta de la mayoría de los gobiernos es peligrosa. “Esto ocurrió,” dijo recientemente al Financial Times, “porque vivimos más allá de nuestros medios… Tras la crisis asiática y los ataques del 11 de septiembre, los gobiernos alentaron el riesgo para impulsar el crecimiento» inyectando dinero cada vez más barato en el sistema financiero.

En respuesta a la presión mundial para impulsar el gasto público, la Canciller alemana ofrece esta lógica devastadora: “La crisis no aconteció porque veníamos gastando muy poco sino porque estábamos gastando demasiado para generar un crecimiento que no era sustentable”.

Podría pensarse que Merkel filosofa desde el confort de un país que no está sufriendo el castigo de estos días. Pero, como el primer país exportador del mundo que es, la economía de Alemania se encogerá este año un 4.5 por ciento. Ninguna economía se verá más afectada que la alemana, en términos absolutos, por la caída del comercio internacional –9 por ciento— pronosticada por el Fondo Monetario Internacional.

Presionada por los socialdemócratas que integran su Gran Coalición, Merkel ya ha tenido que gastar mucho —alrededor del 4.5 por ciento del PBI del país en dos años— para sostener la demanda. Pero ahora ha dicho ¡basta! Su firmeza impidió que la Unión Europea adoptase un plan de salvataje de 229 mil millones de dólares para Europa del Este. También abortó la propuesta de suavizar las férreas reglas fiscales que gobiernan la zona del Euro. Y ha aguantado la presión para rescatar a Opel, la filial alemana de General Motors, sugiriendo que la quiebra podría ser la mejor opción.

Su escepticismo está respaldado no sólo por la historia de su país: también por el de otras naciones. Tras el estallido de su burbuja inmobiliaria en los años 90, Japón gastó más de 2 billones de dólares (trillones en inglés) para conjurar la recesión. Pero los precios de los inmuebles y la economía en general no levantaron cabeza hasta la siguiente década. Para entonces, la deuda del Estado representaba el equivalente a dos veces el producto económico japonés.

No es infrecuente, en tiempos de pánico financiero y económico, que los gobiernos pierdan el temple. Después de todo, están sujetos a la ira de sus pueblos. A nadie le agrada enfrentar escenas tumultuosas como las recientes huelgas en Francia, con trabajadores enardecidos que acusaban al presidente Sarkozy de “no hacer nada”. Y eso que hablamos de un gobierno tan intervencionista y “protector” de su pueblo que ha condicionado la asistencia a las automotrices francesas al compromiso de construir plantas dentro del país en vez de fijarlas en lugares como la República Checa.

En semejante contexto, la posición de Merkel resulta dos veces corajuda. Es digno de destacar que asuma esta posición a pocos meses de las lecciones generales en Alemania, en las que intentará renovar su mandato. Suerte, amiga.

Los dirigentes estadounidenses se mofan del socialismo europeo desde hace años. Pero, continuando una tendencia iniciada por George W. Bush, el Presidente Obama está decidido a elevar el gasto federal al 28,5 por ciento del PBI, el nivel más alto de su historia exceptuando un tramo de la Segunda Guerra Mundial. Le toca ahora al país líder de Europa –caprichoso giro de la historia— alertar a los Estados Unidos contra el canto de sirena del socialismo.

Felizmente, la gente de a pie parece estar en callada sintonía con Angela Merkel a ambos lados del Atlántico. Se acaba de anunciar en Londres que, al igual que en los Estados Unidos, la tasa de ahorro británica se triplicó en el último trimestre. A pesar de los empeños monetarios y fiscales en contrario, la gente se está volviendo a acostumbrar a vivir dentro de sus posibilidades.

Albert Einstein describía la insania como “hacer la misma cosa una y otra vez esperando resultandos distintos”. La Canciller alemana es la única dirigente occidental en estos días que tiene en mente esta pizca de sabiduría.

(c) 2009, The Washington Post Writers Group

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