Los electores están a punto de entregarle al presidente Hugo Chávez el poder para convertir a su país en una dictadura


El 2 de diciembre, se les pedirá a los venezolanos que voten sobre unas colosales 69 enmiendas constitucionales que reducirían enormemente la gobernabilidad democrática del país, despojarían a los ciudadanos de aun más libertades individuales y de esa forma expandirían el poder del presidente Hugo Chávez incluso más allá de lo que es en la actualidad. La triste realidad es que los votantes probablemente aprobarán las enmiendas, en la medida que los opositores a Chávez han estado confundidos, desacreditados, desorganizados e intimidados.

El voto será malo no solo para Venezuela sino para el resto de América Latina. Los demagogos al estilo de Chávez—chavistas—están tomando el control en toda la región, persuadiendo a los frustrados electores de deshacerse de sus a menudo insensibles gobiernos democráticos en favor de la promesa de algo mejor, incluso si ese algo es una dictadura populista.

Chávez ya ha asumido algunas de las facultades que desea ver legitimizadas en el referendo venidero. La aprobación de los cambios meramente legalizará lo que ya está en vigor y reducirá adicionalmente las opciones y salvaguardias disponibles para aquellos que no están de acuerdo ni con él ni con su visión del “socialismo del siglo 21”.

Uno de los puntos más perturbadores de la votación permitiría a Chávez postularse para presidente tan a menudo como lo desee y dificultaría a los electores revocar el mandato de un presidente. Se convertiría, de hecho, en presidente vitalicio. Otros temas de votación concederían a Chávez un control ampliamente expandido sobre los gobiernos estaduales y regionales del país, su banco central y sus reservas monetarias internacionales, y extendería su autoridad para expropiar la propiedad privada.

Otras medidas sometidas a la consulta incrementarían la autoridad presidencial para declarar y mantener un “estado de emergencia” durante el tiempo que el gobierno estime necesario y recortaría de manera significativa los privilegios financieros de los grupos de derechos humanos, los medios de comunicación y otras organizaciones fiscalizadoras no gubernamentales. Incluso otro peligroso ítem del referendo transformaría a las fuerzas armadas de Venezuela de una fuerza armada convencional pensada para proteger al pueblo en una fuerza armada “patriótica y anti-imperialista” ideada para apoyar la revolución socialista.

¿Por qué votarían los venezolanos por un recorte de sus propias libertades como este? Primero, porque la gente recuerda que los gobiernos anteriores fracasaron en atender los intereses populares, mientras que Chávez les promete beneficios, tales como la jornada laboral de seis horas, y el reparo de sus reclamos contra los opresores internos y foráneos, incluidos los Estados Unidos.

La votación auto-destructiva puede ser entendida también en el contexto de la centenaria cultura iberoamericana de la región, la cual históricamente enfatiza una relación paternalista entre los gobernantes y el pueblo, incluso si este paternalismo sirve en realidad a los deseos de unos pocos por encima de las necesidades de la mayoría.

Hoy día, Chávez posee vastos ingresos petroleros, aunque malamente administrados, con los que financia programas populares y la deteriorada economía y corrupción rampante de su país. Con el tiempo, aquellos que apoyan a Chávez se darán cuenta que su socialismo no es otra cosa que un refrito del mezquino populismo del pasado al servicio de una elite. Pero con los precios del petróleo todavía en ascenso, ese día de recapacitación puede demorar años.

Existe una gran diferencia entre la democracia que le abrió la puerta a Chávez y el nuevo sistema que Chávez está construyendo. Mientras que la primera falló de manera creciente en muchas ocasiones en el país, sus líderes podían ser—y finalmente lo fueron—sacados del poder mediante el sufragio en comicios razonablemente honestos y disputados.

Para cuando los simpatizantes de Chávez se percaten que les han vendido falsas promesas, se encontrarán viviendo bajo un sistema que no permite más libertad de elección que la que Fidel Castro ha permitido en Cuba durante el último medio siglo.

La experiencia venezolana demuestra claramente que cuando las perspectivas de los electores están incompletas y sus pasiones están maduras para la manipulación, la democracia popular puede no servir a sus intereses, sino que en cambio pueden conducir a su virtual esclavitud. Los venezolanos aun pueden bloquear a esta aplanadora rechazando las reformas. Si no lo hacen, para cuando despierten, puede ser demasiado tarde.

Traducido por Gabriel Gasave


William Ratliff es Asociado Adjunto en The Independent Institute, Investigador Asociado en la Hoover Institution de la Stanford University, y un frecuente escritor sobre temas de la política exterior china y cubana.