El futuro de Irak como un país viable puede requerir una forma de gobierno enteramente novedosa, única en su estructura de coparticipación del poder, un gobierno que sobrevivirá solamente sí los iraquíes adoptan un útil ardid político pergeñado por el gobernador de Massachusetts Elbridge Gerry en 1812.

El tiempo se está agotando. Los Estados Unidos probablemente comenzarán a retirar a sus efectivos de Irak a comienzos del año próximo. Más que probable, los políticos serán atraídos por la recomendación del Grupo de Estudios sobre Irak de retirar alrededor de la mitad de la tropas de combate estadounidenses y utilizar a las fuerzas restantes para capturar a los operativos de al Qaeda, entrenar a las fuerzas de seguridad iraquíes y custodiar las fronteras de Irak.

Pero incluso una retirada modesta provocará probablemente más violencia, poniendo en una situación de mayor riesgo a las fuerzas estadounidenses remanentes. Una mejor solución sería anunciar planes para la retirada de todos los efectivos de los EE.UU.. Resolverla rápidamente limitaría las victimas estadounidenses y proporcionaría al gobierno nacional dominado por los chiitas y kurdos una sobria toma de conciencia que lo obligará a realizar las concesiones necesarias a los sunitas, las que podrían evitar una guerra civil en la que el ganador se quede con todo.

La principal concesión sería un acuerdo para descentralizar al país, creando tres estados semiautónomos—un estado kurdo en el norte, un estado sunita en el centro y un estado chita en el sur, con el gobierno en Bagdad responsable principalmente de los asuntos comerciales y económicos y la conducción de la política exterior.

Una “confederación” así reduciría los temores de que alguno de los grupos étnicos o religiosos obtenga el control del gobierno nacional y oprima al resto, tal como lo hizo Saddam Hussein. A pesar de que a todos los grupos étnicos de Irak les gustaría gobernar el país, ninguno de ellos cuenta con el poder para tomar las riendas mediante la fuerza. Mediante el acuerdo de gobiernos regionales poderosos y autónomos—cada uno responsable de su propia seguridad y la mayor parte de los servicios gubernamentales, tales como la educación, la atención de la salud y las obras públicas—los sunitas, chiitas y kurdos evitarían que sus rivales se lleven el premio.

Gracias a la riqueza petrolera en el norte y en el sur, los chiitas y kurdos tendrían poco que perder de un arreglo así. Los sunitas tendrían mucho que perder, dado que el Irak medio—la parte que controlarían—posee sustancialmente menos petróleo confirmado. Por lo tanto, ¿cómo hacemos para que acuerden?

La clave es conocida como “gerrymandering”, un ardid político pergeñado hace casi 200 años en Massachusetts, cuando el gobernador Elbridge Gerry creó un distrito político que lucía como una salamandra ((en inglés salamander, de ahí el término gerrymander). En otras palabras, en el mapa oficial del nuevo Irak, los límites sería delineados creativamente para dar a los sunitas campos petroleros adicionales, un arreglo mucho más concreto que la mera promesa de los ingresos petroleros compartidos.

Una primera critica a la descentralización es que Bagdad y otras ciudades iraquíes grandes se encuentran habitadas por distintos grupos étnicos. Esa es una de las bellezas de la manipulación arbitraria de los distritos electorales: Los límites regionales podrían ser trazados para incorporar a los enclaves étnicos y religiosos en las ciudades, tal como el 4º distrito parlamentario alrededor de Chicago—conocido como el distrito “orejera”, en virtud de su forma—fue delineado a fin de incluir a los dos vecindarios hispanos. Además, los propios iraquíes—no una potencia exterior—podrían trazar los límites, incrementando el apoyo a favor del resultado.

Una segunda inquietud es que la creación de un Kurdistán iraquí autónomo podría provocar una invasión turca, debido al temor de Turquía de que una entidad así provocaría que los kurdos turcos deseen separarse. Sin embargo, este escenario resulta improbable. Turquía desea desesperadamente ingresar en la Unión Europea y una invasión daría a los europeos un buen motivo para rechazarla. Además, tras la Guerra del Golfo de 1991, los turcos aceptaron efectivamente un Kurdistán iraquí autónomo de facto e invirtieron fuertemente en la región. No desearán destruir esas inversiones.

Un tercer tema de preocupación se relaciona con al influencia iraní en cualquier región autónoma chiita. Irán tienen influencia sobre el gobierno central iraquí dominado por los chiitas, el cual tiene jurisdicción sobre todo Irak. Sí Irak es dividido, la influencia iraní estaría limitada a, e incluso dentro del, sur chiita.

Si bien puede ser demasiado tarde incluso para que una descentralización salve a Irak—debido a que las facciones étnicas y religiosas están fragmentando y los líderes pueden no ser capaces de influir sobre sus seguidores—esta solución puede ser la última mejor esperanza de Irak, la mejor entre muchas alternativas malas.

Traducido por Gabriel Gasave


Ivan Eland es Asociado Senior en el Independent Institute y Director del Centro Para la Paz y la Libertad del Instituto.