¿Vivirán nuestros hijos y nietos en un mundo mejor, o las condiciones económicas y sociales declinarán? Todas las culturas se han preocupado respecto de esta cuestión—a menudo por una buena razón. Uno pensaría que el hombre moderno, viviendo en medio de comodidades materiales y una seguridad siempre creciente, jamás imaginada por sus ancestros, habría superado este temor. Pero a pesar de nuestra creciente prosperidad existe un renovado temor en muchos grupos de que estamos viviendo en un tiempo prestado, en virtud de que nos estamos quedando sin recursos y poniendo en peligro a nuestro propio medioambiente.

Antiguamente, los economistas habrían sido contados entre los pesimistas. El apodo de “la ciencia sombría” seguramente tuvo adhesión durante tanto tiempo debido a que muchos economistas siguieron el liderazgo de Thomas Malthus, quien predijo que el crecimiento de la población frente a la limitación de los recursos de manera inevitable aplastaría las esperanzas de un incremento general de los estándares de vida. Hoy en día, sin embargo, hay sólidos indicadores de que la bruma de la oscuridad entre los economistas se ha evaporado. La evidencia de más de dos siglos de un crecimiento económico floreciente a nivel mundial es difícil de refutar, y los economistas han revisado sus expectativas y modelos bajo esta luz. Las historias económicas actualmente presentan títulos como Growth Triumphant; una historia de la inversión global del siglo veintiuno se intitula Triumph of the Optimists; y los libros de texto introductorios contemplan la Nueva Teoría del Crecimiento, pronosticando un crecimiento económico desenfrenado y equiparando a la economía con una maquina de movimiento perpetuo.

Evidencia adicional de que es tiempo de darle el nuevo nombre a la economía de la “ciencia alegre” surge de una encuesta reciente que realicé entre economistas profesionales. Encontré que por un amplio margen los economistas son excepcionalmente optimistas acerca del futuro de la economía estadounidense: la mayoría predice que el robusto crecimiento económico de nuestra historia reciente continuará en el futuro previsible. La media de la predicción de mis encuestados es que el ingreso per capita en los Estados Unidos crecerá a una tasa ligeramente menor a la del crecimiento del 2 por ciento ajustado por inflación de los últimos seis años. Casi la mitad pronostica una tasa de crecimiento igual o mayor al 2 por ciento. Solamente un economista en mi sondeo predice una declinación económica para nuestros nietos.

Si mis encuestados están acertados y el crecimiento económico continúa a este ritmo, los ingresos se incrementarán más de tres veces en los próximos sesenta años—los ingresos promedio equivaldrán aproximadamente a $147.000 al año en dólares actuales. Si la tasa de crecimiento desciende ligeramente, digamos al 1,8 por ciento anual, los ingresos casi se triplicarán, elevándose a solamente $131.000. Estas predicciones son impresionantes.

Además, los economistas consideran que los Estados Unidos seguirán siendo uno de los países más ricos del mundo dentro de sesenta años. El veintiocho por ciento predice que los EE.UU. tendrán el ingreso per capita más alto en el mundo dentro de seis décadas. El grupo más grande, 71 por ciento, espera que los EE.UU. sean “no los más altos, pero que estén en el rango superior”. Nuevamente, solamente un único pesimista predice que los EE.UU. dejarán de estar en los primeros lugares.

Finalmente, los economistas esperan que dentro de las dos generaciones siguientes muchos países y regiones (quizás la mayoría) que actualmente son pobres y económicamente subdesarrolladas alcancen estándares de vida que igualen o sobrepasen el nivel actual de los países más ricos. Mi sondeo preguntaba: “Dentro de sesenta años ¿qué países o regiones (si alguno) se habrán unido al grupo de naciones desarrolladas con un ingreso per capita que aproximadamente iguale o supere al nivel actual de los EE.UU., Canadá, Japón, Australia y Europa occidental?” De aquellos que respondieron a la pregunta, el 62 por ciento puso a China en la lista, dos tercios mencionó otros lugares en Asia del este, un tercio mencionó a la India, y el 40 por ciento seleccionó a toda América Latina o a parte de ella—siendo Chile el más frecuentemente mencionado, seguido de Brasil y México. Desafortunadamente, la basta mayoría considera también que una pobreza profunda persistirá en el África subsahariana durante las generaciones venideras.

La conclusión es que la mayor parte de los economistas son muy optimistas con relación al futuro económico de prácticamente todo el mundo. Encuentran inverosímil al pesimismo debido a que las fuerzas que han impulsado al crecimiento en el pasado—el ritmo acelerado de la innovación tecnológica y los fuertes incentivos enclavados en el sistema capitalista que nos guían alrededor de potenciales obstáculos—resulta improbable que desaparezcan en el corto plazo. Además, el consenso entre los economistas es que el cambio climático tiene un potencial muy pequeño de desacelerar a nuestra máquina del crecimiento económico. En cambio, los economistas identifican como los principales desafíos que enfrentará la economía estadounidense en los próximos sesenta años al hecho de hacer frente a los efectos de una población que envejece y fallas en el sistema de la Seguridad Social, que harán explotar los costos del cuidado de la salud y los seguros de salud, y nuestro ineficiente sistema educativo.

Tal vez es tiempo de que nos dejemos de preocupar por un futuro de privaciones y finalmente aprendamos a manejar una prosperidad imparable.

Traducido por Gabriel Gasave


Robert Whaples es Profesor y Jefe del Departamento de Economía de la Wake Forest University y editor de EH.NET.